Historia C?mica O Viaje A La Luna
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Savinien de CYRANO DE BERGERAC (1619-1655), inmortalizado por la tragicomedia de Edmond Rostand, fue un personaje real, un escritor barroco franc?s que en su juventud ingres? en el ej?rcito, donde dej? fama de fanfarr?n, espadach?n y pendenciero. Una grave herida le anim? a abandonar el servicio de las armas. Se dedic? despu?s a la literatura. Su fantas?a desbordada y su viva inteligencia se plasmaron en obras como este VIAJE A LA LUNA, considerado por algunos como un precedente de los relatos de ciencia ficci?n, aunque ante todo constituye una audaz exposici?n de teor?as personales sobre muy diversas materias, aderezada con abundantes toques de humor y cr?tica social.
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»Preciso es, pequeño animal mío, que luego que netamente hayamos separado cada corpúsculo visible en una infinidad de corpúsculos invisibles, imaginemos que el universo infinito no está compuesto sino de estos átomos infinitos, muy sólidos, muy incorruptibles, muy sencillos; unos cúbicos, otros paralelográmicos, otros angulares, otros redondos, otros puntiagudos, otros piramidales, otros exagónicos, otros ovales y todos ellos obrando distintamente y con movimiento acomodado a su figura. Y para demostrarlo colocad una bola de marfil perfectamente redonda sobre un plano muy suave; al menor empuje que la imprimáis estará un cuarto de hora sin pararse. Pues bien; os digo, además, que si esta bola fuese tan perfectamente redonda como lo son algunos de los átomos de que os he hablado y si la superficie en que la posáis estuviese perfectamente pulida, la bola no se detendría jamás. Pues si un artificio es capaz de imprimir a un cuerpo movimiento perpetuo, ¿por qué no hemos de conceder que pueda hacerlo también la Naturaleza? Y lo mismo ocurre con otras figuras; como la cuadrada que pide el perpetuo reposo y otras un movimiento lateral y otras un medio movimiento, que podríamos llamar de trepidación; y la redonda, cuyo destino es el rodar uniéndose con la pirámide, crea eso que nosotros llamamos fuego; porque no solamente el fuego se agita sin descanso, sino atraviesa y penetra fácilmente las cosas. El fuego tiene además diferentes efectos según la abertura y calidad de los ángulos donde la figura redonda se junta; como, por ejemplo, el fuego de la pimienta es distinto que el fuego del azúcar y éste distinto del de la canela y el de la canela al de clavo de especia, y éste distinto del de la chamusquina. Por otra parte, el fuego, que es el constructor de las partes y del todo del universo, ha recogido y desarrollado en una encina todos los elementos necesarios para componer esa encina. Vos me preguntaréis cómo la casualidad puede haber reunido en un lugar todas las cosas necesarias para producir la encina. A esto os contestaré que nada hay de maravilloso en que la materia así dispuesta haya formado una encina, sino que la verdadera maravilla hubiese sido que la materia de tal modo reunida no hubiese producido la encina, pues con unos pocos más o menos elementos distintos que se le hubiesen añadido, en vez de una encina hubiese sido un olmo, o un chopo, o un sauce; y con más elementos de otra materia ya hubiese sido una planta sensitiva, o una ostra de conchas, o un gusano, o una mosca, o una rana, o un gorrión, o un mono, o un hombre. Cuando al tirar los dados sobre una mesa resulta un saque de diez o de tres, de cuatro y cinco, o bien de diez, seis y uno, exclamaréis: "Oh qué milagro! Cada dado resulta precisamente con un número, habiendo podido resultar con tantos otros. ¡Oh qué gran milagro! Ahora van tres puntos seguidos. ¡Oh qué gran milagro! Precisamente ahora, dos fichas y la cara inferior de la otra ficha." Pues yo estoy seguro de que siendo hombre de espíritu nunca vendréis en proferir esas exclamaciones, pues como los dados pueden formar una determinada cantidad de combinaciones de números, es muy lógico que al saque aparezca cualquiera de ellas al azar. Y si esto no os asombra, ¿cómo vais a asombraros de que esta materia al quemarse confusamente a merced del azar engendre un hombre u otro ser, puesto que en ella había tantas cosas necesarias para la vida del hombre como para la de otros seres? ¿Acaso ignoráis que más de un millón de veces ha sucedido que encaminándose esta materia por natural destino a formar un hombre, se ha detenido en la mitad de su camino para formar ya una piedra, ya un pedazo de plomo, ya un coral, ya una flor, ya una cometa, y todo ello porque faltaban o sobraban ciertos elementos para llegar a constituir precisamente un hombre? Pues bien: del mismo modo que no hay que extrañarse que a los cien golpes de dados resulte un saque en pleno, tampoco hay que extrañarse de que una infinidad de materias, que cambian y se agitan constantemente, vengan a encontrarse para formar unos cuantos animales, o vegetales o minerales, que nosotros vemos. Es más: no sólo no hay que maravillarse, sino que es preciso considerar imposible que de toda esta agitación de la materia no venga a nacer determinada cosa y que ella no cause la admiración de algún aturdido que ignore cuán poco ha faltado para que se formaran los cuerpos dichos. Cuando el gran río llamado hace girar la muela de unmolino o conduce los resortes de un reloj, y el riachuelo [26] no hace sino deslizarse por sucauce, rebasándolo alguna vez, no diréis que el río tiene más espíritu. Porque vos sabéis que si hace todo lo que decís es porque ha encontrado las cosas dispuestas favorablemente para realizar tan grandes obras maestras; porque si no hubiese habido un molino en su cauce no hubiese podido pulverizar el trigo, y si no hubiese encontrado el reloj no hubiese señalado las horas; en cambio, si el pequeño riachuelo hubiese tenido semejantes encuentros, hubiese acometido iguales milagros. Pues lo mismo ocurre con este fuego que por su propia virtud se mueve, porque cuando encuentra los órganos a propósito para la agitación que es necesaria en el razonar, razona, y cuando sólo encuentra los necesarios para sentir, siente, y cuando sólo son propios para vegetar, vegeta; y si no lo creéis así, sacadle los ojos al hombre cuyo fuego espiritual le hace ver, y observaréis cómo pierde ese sentido del mismo modo que nuestro gran reloj dejará de señalar las horas si se le rompe el mecanismo de su movimiento.
»Finalmente, estos primeros e indivisibles átomos en torno a los cuales giran sin dificultad las dificultades [27] más enojosas de la física, hasta la función de los sentidos, que nadie todavía ha podido concebir, yo la explico muy fácilmente por la intervención de los corpúsculos. Empecemos por la vista; por ser la más incomprensible merece que nosotros la consideremos con prioridad.
»Según yo creo, sucede que las túnicas del ojo, cuyas aberturas se asemejan a las del cristal, transmiten este polvo de fuego, llamado rayo visual. Y es detenido por alguna materia opaca que lo rechaza devolviéndole al seno del ojo; entonces, al encontrar en el camino la imagen del objeto, que lo rechaza, y como esta imagen no es sino un número infinito de cuerpos pequeños que continuamente están en movimiento y se separan conservando idéntica la superficie del objeto por nosotros mirado, y digo que esta imagen es por el fuego rechazada, y empujada vuelve hasta nuestro ojo. Ya sé que no dejaréis de replicarme que esa superficie es un cuerpo opaco muy prieto y que, sin embargo, en vez de rechazar los corpúsculos de que yo hablo los deja penetrar a través de su masa. Pero os replicaré yo a mi vez que esos poros están tallados formando la misma figura que tienen los átomos de fuego que atraviesan, y así como una criba de trigo no sirve para cribar arena y una criba de arena no sirve para cribar trigo, así una caja de madera de abeto, aunque sea muy fina y permita que a través de ella penetren los sonidos, no consiente que la traspase la vista, y una pieza de cristal, aunque sea transparente y se deje penetrar por la vista, no puede ser traspasada por el tacto.» En esto no pude yo contenerme y le interrumpí: «Un gran poeta y filósofo de nuestro mundo ha hablado después de Epicuro y éste después de Demócrito de estos pequeños cuerpos casi con las mismas razones que vos lo estáis haciendo; por esto no me sorprende nada vuestro discurso, y os pido que lo continuéis y me digáis cómo fundándoos en esos mismos principios podríais explicaros el ver vuestro cuerpo reproducido en un espejo». «No es nada difícil -me contestó él-. Imaginaos que los fuegos de vuestro ojo, después de atravesar el espejo y encontrar detrás de él un cuerpo no diáfano, desandan el camino que recorrieron; y al encontrarse esos pequeños cuerpos andando en superficies iguales sobre el espejo, los vuelven a llamar nuestros ojos, y nuestra imaginación, más ardiente que las otras facultades del alma, atrae hacia ella el más sutil, con el cual en su seno forma un retrato en miniatura.
»En cuanto al sentido del oído no es más difícil de comprender, y para ser más breve vamos a fijarnos tan sólo en la armonía de un laúd tocado por las manos de un maestro de teatro. Seguramente vos me preguntaréis cómo puede suceder que yo perciba de tan lejos una cosa que no veo. ¿Es que sale de nuestras cejas una esponja que se empapa con esa música para volver a nuestros oídos con ella? ¿O es que este música engendra en mi cabeza otro musiquín con un laúd pequeño y obligado a cantarme como un eco las mismas canciones? Nada de esto; más sencillamente, este milagro procede de que la cuerda tensa acaba por golpear los pequeños cuerpos de que el aire está compuesto y los impulsa hasta nuestro cerebro, que se siente suavemente penetrado por esas peñas nada corporales, y cuando la cuerda está tirante su sonido es alto porque empuja los átomos más vigorosamente; y el órgano de este modo penetrado suministra a la fantasía los necesarios elementos para formarse su cuadro. Si esos elementos son pocos, sucede que, como nuestra memoria no ha tenido tiempo a terminar su imagen, nos vemos obligados a repetirle el mismo son, de modo que con los elementos que le suministran, por ejemplo, los compases de una zarabanda, ella tiene bastante para terminar el cuadro de esa zarabanda. Pero esta operación no ha de maravillarnos tanto como aquellas por medio de las cuales, con la ayuda de un mismo órgano, nos sentimos inclinados ya a la emoción y al sentimiento de la alegría, ya al de la cólera… Y esto sucede cuando en este movimiento esos pequeños cuerpos se encuentran con otros que en nosotros se agitaban de la misma manera, o a los cuales su misma finura les hace susceptibles de tener ese mismo movimiento, pues entonces los pequeños cuerpos que acaban de llegar excitan a los huéspedes a moverse del mismo modo que ellos lo hacen; y así, de esta manera, cuando una canción violenta encuentra el fuego de nuestra sangre, hace que éste se anime del mismo ímpetu y le impulsa a exteriorizarse: esto es lo que nosotros llamamos ardor de valentía. Si el sonido es más dulce y tiene tan sólo la facultad de levantar una llama mucho más pequeña y débil haciéndola estremecer por los nervios, los miembros y los poros de nuestro cuerpo, entonces produce ese cosquilleo que se llama alegría. Lo mismo ocurre con el hervor de todas las demás pasiones, según que estos cuerpos pequeños sean lanzados más o menos violentamente sobre nosotros, según el movimiento que reciban por el encuentro de otras emociones y según los cuerpos ya existentes en nosotros que tenga que agitarse. Lo mismo ocurre con el oído.
