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Los hermanos Karamazov

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Los hermanos Karamazov
Название: Los hermanos Karamazov
Дата добавления: 15 январь 2020
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Los hermanos Karamazov - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

Tragedia cl?sica de Dostoievski ambientada en la Rusia del siglo XIX que describe las consecuencias que tiene la muerte de un padre posesivo y dominante sobre sus hijos, uno de los cuales es acusado de su asesinato.

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—Veinte mil rublos.

—¿Ha visto usted alguna vez veinte mil rublos reunidos? —preguntó Nicolás Parthenovitch sonriendo.

—¡Claro que los he visto!... Bueno, veinte mil no: siete mil. Vi esta suma cuando mi esposa hipotecó mi propiedad. Si he de serle franco, sólo me los enseñó de lejos. Formaban un grueso fajo de billetes de cien. Los billetes de Dmitri Fiodorovitch también eran de cien rublos.

No lo retuvieron mucho tiempo. Al fin llegó el turno a Gruchegnka. Los jueces estaban inquietos ante la impresión que la llegada de la joven pudiera producir a Dmitri, y Nicolás Parthenovitch le dirigió algunas palabras de exhortación, a las que respondió Mitia con un movimiento de cabeza que equivalía a asegurar que se comportaría correctamente.

Gruchegnka apareció acompañada por Mikhail Makarovitch. Sus facciones estaban rígidas, y su semblante, triste pero sereno. Se sentó frente a Nicolás Parthenovitch. Estaba pálida y parecía tener frío, pues envolvía sus hombros con un elegante chal negro. En efecto, recorrían su cuerpo los escalofríos de la fiebre, principio de la larga enfermedad que contrajo aquella noche. Su rigidez, su mirada franca y sería, sus ademanes pausados produjeron una impresión en extremo favorable. Nicolás Parthenovitch incluso se sintió cautivado. Algún tiempo después dijo que hasta entonces no se había dado cuenta de lo encantadora que era aquella mujer, en la que antes sólo había visto «una ramera de comisaría».

—Tiene la finura de las personas de la mejor sociedad —dijo un día con entusiasmo en un círculo de damas.

La indignación fue general. Lo llamaron calavera, cosa que le encantó.

Gruchegnka, al entrar, dirigió a Mitia una mirada furtiva. Él la miró también, con un gesto de inquietud; pero su aspecto lo tranquilizó. Tras las preguntas consabidas, Nicolás Parthenovitch vaciló un momento y la interrogó con toda cortesía:

—¿Qué clase de relaciones tenía usted con el teniente retirado Dmitri Fiodorovitch Karamazov?

—Relaciones simplemente amistosas. Como amigo lo he recibido durante todo este mes último.

En respuesta a otras preguntas declaró francamente que entonces no amaba a Mitia, aunque le gustara «a veces». Lo había seducido llevada de su maldad: la encantaba jugar con aquel hombre de buen corazón. Los celos que tenía Mitia de Fiodor Pavlovitch y de todos los hombres la divertían. Jamás había pensado ir a casa de Fiodor Pavlovitch, que sólo era para ella un objeto de burla.

—Durante todo este mes apenas he pensado en ellos. Esperaba a otro, al causante de mis males... Les ruego que no me pregunten sobre esto, porque no les contestaría. Mi vida privada no les incumbe.

Nicolás Parthenovitch dejó inmediatamente a un lado los detalles novelescos y abordó la cuestión principal: los tres mil rublos. Gruchegnka repuso que ésta era la cantidad que había gastado Dmitri hacía un mes en Mokroie, según él había dicho, pues ella no había contado el dinero.

—¿Eso se lo dijo a usted en privado o en presencia de testigos? ¿O acaso lo ha oído usted decir a otras personas? —preguntó inmediatamente el procurador.

Gruchegnka contestó afirmativamente a las tres preguntas.

—¿Se lo dijo particularmente una vez o varias?

Gruchegnka repuso que varias.

Hipólito Kirillovitch quedó sumamente satisfecho de esta declaración. Inmediatamente dedujo de ella que Gruchegnka sabía que el dinero procedía de Catalina Ivanovna.

—¿No ha oído usted decir que Dmitri Fiodorovitch gastó entonces la mitad de los tres mil rublos y se guardó la otra mitad?

—No, nunca he oído decir eso.

Y añadió que, por el contrario, durante el mes último, Mitia le había dicho varias veces que no tenía dinero.

—Esperaba recibirlo de su padre —concluyó.

Nicolás Parthenovitch preguntó de pronto:

—¿No dijo nunca delante de usted, por descuido o en un momento de irritación, que se proponía atentar contra la vida de su padre?

—Sí, se lo oí decir.

—¿Una vez o varias?

—Varias. Y siempre en arrebatos de cólera.

—¿Usted creía que llevaría a cabo este propósito?

—Jamás lo creí —repuso Gruchegnka con absoluta convicción—. Siempre tuve en cuenta la nobleza de sus sentimientos.

—Un momento —exclamó Mitia—. Permítanme decir en presencia de ustedes sólo unas palabras a Agrafena Alejandrovna.

—Puede hacerlo —aceptó Nicolás Parthenovitch.

Mitia se levantó y dijo:

—Agrafena Alejandrovna, lo juro en presencia de Dios que soy inocente de la muerte de mi padre.

Mitia se volvió a sentar. Gruchegnka se levantó y se santiguó devotamente ante el icono.

—¡Alabado sea Dios! —exclamó fervorosamente. Y añadió, dirigiéndose a Nicolás Parthenovitch—: Créalo. Lo conozco bien. Es capaz de decir cualquier cosa en broma o por obstinación; pero no habla nunca en contra de su conciencia. Ha dicho la verdad, no les quepa duda.

—Gracias, Agrafena Alejandrovna —dijo Dmitri, y la voz le temblaba—. Tus palabras me han dado valor.

Respecto al dinero del día anterior, Gruchegnka dijo que no sabía a cuánto ascendía la cantidad, pero que había oído decir a Dmitri repetidas veces que estaba gastando tres mil rublos. En cuanto a la procedencia de este dinero, Gruchegnka declaró que Mitia le había dicho confidencialmente que lo había robado a Catalina Ivanovna, a lo que ella había respondido que aquello no era un robo y que había que devolver el dinero al mismo día siguiente. El procurador quiso dejar bien sentado que Dmitri, al decir dinero robado, se refería al del día anterior y no al de un mes atrás, y Gruchegnka repitió que aludía al de las últimas veinticuatro horas.

Terminado el interrogatorio, Nicolás Parthenovitch se apresuró a decir a Gruchegnka que podía volver a la ciudad si así lo deseaba y que, si podía serle útil en algo —por ejemplo, en buscarle un tiro de caballos o en procurarle un acompañante—, haría todo lo posible para...

—Gracias —dijo Gruchegnka—. Me acompañará el viejo propietario de esta casa. Pero si ustedes me lo permiten, permaneceré aquí hasta que hayan fallado el asunto de Dmitri Fiodorovitch.

Gruchegnka salió de la sala. Mitia se mostraba sereno y reconfortado. Pero esto sólo duró un instante. Un extraño desfallecimiento se apoderó de él y fue acrecentándose progresivamente. Sus ojos se cerraban a pesar suyo. El interrogatorio de los testigos terminó al fin. Se procedió a la redacción definitiva del acta. Mitia se levantó y fue a tenderse en un rincón, sobre un cofre tapizado. Se durmió enseguida y tuvo un sueño extraño, totalmente ajeno a las circunstancias.

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