Ada o el ardor

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Ada o el ardor
Название: Ada o el ardor
Дата добавления: 15 январь 2020
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Ada o el ardor - читать бесплатно онлайн , автор Набоков Владимир

Publicada por Nabokov al cumplir sus setenta a?os, "Ada o el ardor" supone el felic?simo apogeo de su larga y brillante carrera literaria. Al mismo tiempo que cr?nica familiar e historia de amor (incestuoso), Ada es un tratado filos?fico sobre la naturaleza del tiempo, una par?dica historia del g?nero novelesco, una novela er?tica, un canto al placer y una reivindicaci?n del Para?so entendido como algo que no hay que buscar en el m?s all?, sino en la Tierra. En esta obra, bell?sima y compleja, destaca por encima de todo la historia de los encuentros y desencuentros entre los principales protagonistas, Van Veen y Ada, los dos hermanos que, crey?ndose s?lo primos, se enamoraron pasionalmente con motivo de su encuentro adolescente en la finca familiar de Ardis (el Jard?n del Ed?n), y que ahora, con motivo del noventa y siete cumplea?os de Van, inmersos en la m?s placentera nostalgia, contemplan los distintos avatares de su amor convencidos de que la felicidad y el ?xtasis m?s ardoroso est?n al alcance de la mano de todo aquel que conserve el arte de la memoria.

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—Noto el espacio sobre el labio indecentemente desnudo —(se había afeitado el bigote en presencia de Ada, con aullidos de dolor)—. Y no puedo estar todo el tiempo recogiendo el vientre.

—No te preocupes. Te prefiero con ese encantador excedente de peso... y yo tengo más que tú. Es herencia materna, supongo, porque Demon adelgazaba de día en día. Tenía todo el aspecto de Don Quijotecuando le vi en el entierro de mamá. Un entierro curiosísimo. Llevaba luto azul. El hijo de Onski, que es manco, le estrechó con su único brazo, y los dos se pusieron a llorar como fuentes. Luego, un personaje ensotanado, con aire de extra en una encarnación de Visnú en tecnicolor, pronunció un sermón incomprensible. A continuación, ella, literalmente, se esfumó; y él me dijo, entonces, sollozando: «Yo no defraudaré a los pobres gusanos del cementerio.» Unas dos horas después de dejar incumplida su pro mesa tuvimos unas visitas inesperadas en el rancho... una chiquilla de ocho años extraordinariamente graciosa bajo su velo negro, acompañada de una especie de dueña, también de negro, y con dos guardias de corps. La bruja reclamaba ciertas sumas fantásticas, que, según decía, Demon no había tenido tiempo de pagar, y les debía en concepto de «reventón de himen»... a consecuencia de lo cual hice que uno de nuestros criados más fornidos echase de allí vsu kompaniyu(a toda la compañía).

—Extraordinario —dijo Van—. Eran cada vez más jóvenes. Me refiero a las chicas, no a los cow-boysfuertes y silenciosos. Su vieja Rosalind tenía una sobrina de diez años, unas pollita precoz. No habría tardado en ir a buscarlas a la incubadora.

—Nunca has querido a tu padre —dijo tristemente Ada.

—Sí, le he amado, y sigo amándole, con ternura, con respeto, con comprensión, porque, después de todo, esa poesía menor de la carne no me es extraña. Pero en lo que nos concierne, a ti y a mí, fue enterrado el mismo día que nuestro tío Dan.

—Lo sé, lo sé. Es una lástima. Y ¿de qué ha servido eso? Quizás no debía decírtelo, pero sus visitas a Agavia se hicieron más raras y más breves cada año. Sí, era penoso oírle hablar con Andrei. Quiero decir, que Andrei no tiene facilidad de palabra, aunque apreciaba mucho (sin entenderlo del todo) el flujo incontenible de fantasías y hechos fantásticos de Demon, y acostumbrase exclamar, con su tsk-tsk ruso y halagadores movimientos de cabeza: «¡qué balagur (bromista) es usted!» Y finalmente un día Demon me advirtió que no volvería si Andrei seguía repitiéndole su estúpida gracia ( Un badagurzhe vi, Dementiy Labirintovich), o si Dorothy, la impayable (impagable por impudencia y absurdidad), se empeñaba en hacerle saber lo que pensaba de mis correteos por las montañas, sin otra persona que Mayo, un vaquero, para protegerme de los leones.

—¿Se puede saber algo más acerca de eso? —preguntó Van.

—Nadie ha sabido nada más. Todo ocurrió en una época en que yo no hablaba con mi marido ni con mi cuñada, y no podía dirigir la situación. De todas maneras, Demon no volvió a aparecer, ni cuando se encontraba a menos de trescientos kilómetros. Todo lo que hizo fue enviarnos por correo, desde algún casino de juego, tu hermosa carta sobre Lucette y mi película.

—Me gustaría conocer también algunos detalles concretos a propósito de los lazos conyugales... Frecuencia de las relaciones, nombres cariñosos para las excrecencias secretas, olores preferidos...

Platok momental'no! (¡Un pañuelo, rápido!) El agujero derecho de tu nariz está lleno de jade húmedo —dijo Ada, antes de indicar con el dedo, en un cuadro de césped, un aviso circular enmarcado en rojo, en el que bajo la palabra PROHIBIDO se representaba la imagen de un inverosímil perro negro con una cinta blanca—. No comprendo por qué las autoridades suizas prohiben el cruce de caniche y terrierescocés.

Las últimas mariposas de 1905, indolentes pavones y vulcanos, sacaban el mejor partido posible de las modestas flores del otoño. Un tranvía pasó a su izquierda, muy cerca del paseo en el que descansaban, y donde se besaron prudentemente cuando dejó de oírse el gemido de las ruedas. Los raíles, heridos por el sol, tomaban un bello tinte cobalto: el medio día reflejado en el metal brillante.

—Comamos queso y bebamos vino blanco bajo esa pérgola —sugirió Van—. Los Vinelander comerán hoy solos.

Algún aparato de música tocaba cantos de la selva; los sacos de una pareja de tiroleses mostraban sus desagradables interioridades cerca de ellos, y Van sobornó al camarero para que les instalase la mesa algo más allá, sobre las tablas de un embarcadero abandonado.

Ada admiró la población de aves acuáticas: patos negros moñudos, con contrastes blancos en los flancos, que les hacían parecer personas saliendo de unos almacenes (comparación que, como las siguientes, pertenece a Ada) con un paquete plano y alargado (¿una corbata nueva? ¿unos guantes?) bajo cada brazo, mientras el pequeño moño negro recordaba la cabeza de Van cuando tenía catorce años y acababa de bañarse en el arroyo; fúlicas (que, después de todo, habían regresado) nadando con un curioso movimiento del cuello, como para sacar agua con una bomba, al estilo de los caballos que van al paso; palmípedas del género podiceps, de diversos tamaños, moñudas o no, con la cabeza alzada y algo de heráldico en su actitud. Tenían ritos nupciales maravillosos, enhiestos macho y hembra, frente a frente, muy juntos, así (Ada, al explicarlo, formaba un paréntesis con los dedos)... un poco como dos cantoneras para sujetar libros, sin libros entre ellas, y sacudiendo la cabeza...

—Te he pedido que me hables de los ritos de Andrei. —¡Ah, a Andrei le emociona tanto ver estos pájaros europeos! Es un gran cazador, y conoce muy bien toda la fauna del oeste. Allí hay un podiceps minor monísimo, que tiene como una cinta negra alrededor de su grueso pico blanco. Andrei le llama pestroklyuvaya chomga. Y la chomga, grande, moñuda, es, dice él, la hohlushka. Si vuelves a poner esa cara ceñuda cuando digo una cosa inocente, y, en conjunto, divertida, te voy a besar en la punta de la nariz a la vista de todo el mundo.

Una insignificancia artificial... no de la mejor vena Veen. Pero se recuperó inmediatamente:

—¡Oh, mira esas gaviotas que juegan a gallinas!

Varias gaviotas reidoras, algunas de las cuales llevaban aún el gorro negro y ajustado del verano, se habían posado en la balaustrada bermeja de la orilla del lago, con la cola del lado del paseo, y miraban cuáles de ellas resistirían firmes en su puesto al acercarse el próximo paseante. La mayoría se precipitó al agua, con grandes movimientos de alas, al aproximarse Ada y Van. Una disidente contrajo las plumas de la cola e hizo un movimiento análogo al de doblar las rodillas, pero aguantó, y siguió sobre la balaustrada.

—Creo que sólo una vez hemos visto esta especie en Arizona, en un lugar llamado Saltsink, algo como un lago artificial. Nuestras gaviotas vulgares tienen la punta de las alas completamente distintas.

Un podiceps minor, moñudo, que flotaba a cierta distancia, lentamente, muy lentamente, empezó a hundirse, y luego, de pronto, dio un salto de pez volador, mostrando su vientre blanco y brillante, y desapareció.

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