En el primer ci­rculo

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En el primer ci­rculo
Название: En el primer ci­rculo
Дата добавления: 15 январь 2020
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En el primer ci­rculo - читать бесплатно онлайн , автор Солженицын Александр Исаевич

En una oscura tarde del invierno de 1949, un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS llama a la embajada norteamericana para revelarles un peligroso y aparentemente descabellado proyecto at?mico que afecta al coraz?n mismo de Estados Unidos. Pero la voz del funcionario quedaba grabada por los servicios secretos del Ministerio de Seguridad, cuyos largos tent?culos alcanzan tambi?n la Prisi?n Especial n? 1, donde cumplen condena los cient?ficos rusos m?s brillantes, v?ctimas de las siniestras purgas estalinistas, y donde son obligados a investigar para sus propios verdugos. A esa prisi?n «de lujo», que es en realidad el primer c?rculo del Infierno dantesco, donde la lucha por la supervivencia alterna con la delaci?n y las trampas ideol?gicas, le llega la misi?n de acelerar el perfeccionamiento de nuevas t?cnicas de espionaje con el fin de identificar lo antes posible la misteriosa voz del traidor...

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"El fatal significado que para nuestro país tuvo la derrota de las fuerzas unidas de Novgorod-Seversky-Kursk-Putisliv-Rylsk ha sido perfectamente definido en las palabras del Gran Príncipe de Kiev, Svyatoslav:

"Dios me permitió acabar con los paganos, pero no pude refrenar esa juventud".

(Acusación, Volumen I, folio 88).

"El error del ingenuo Svyatoslav, una consecuencia de la ceguera de su clase, fue atribuir la mala organización de toda la campaña y la dispersión de los esfuerzos militares rusos sólo a "esa juventud" a la cual acusaba, sin advertir que estaban envueltos en una traición calculada y de largos alcances”.

“El criminal mismo consiguió evadir la investigación y el proceso, pero el testigo Borodin, Aleksandr Porfiryevich y otro testigo que desea permanecer anónimo y que consiguientemente será llamado en adelante "el autor de la epopeya", han demostrado, mediante irrefutable testimonio, el detestable papel del Príncipe I. S. Olgovich, primero en la conducción de la batalla en sí, que fue aceptada en condiciones desfavorables para el comando ruso:

Meteorológicas:

"Soplan los vientos, llevando flechas,

sembrándolas en los regimientos de Igor..."

Tácticas:

"por todos lados se acercaba el enemigo

rodeando nuestras fuerzas desde cualquier

dirección".

(Ibid. Volumen I, folios 123, 124, testimonio del "autor de la epopeya").

Peor aun fue su conducta y la de su vástago principesco en el cautiverio. Las condiciones de vida dentro de las cuales ambos fueron mantenidos durante el llamado cautiverio, muestran que gozaban de la mayor complacencia del Khan Konchak, hecho que consistía, evidentemente, una recompensa del comando Polovtsiano por la criminal rendición de sus tropas.

"Así, por ejemplo, la declaración del testigo Borodin establece que al Príncipe Igor se le permitió tener su propio caballo e indudablemente otros también.

"Si lo deseas, toma el caballo que quieras".

(Ibid., Volumen I, folio 233.)

Más aun, el Khan Konchak le dijo al Príncipe Igor:

"Os consideráis aquí un cautivo.

¿Pero, realmente, vivís como un cautivo

sois más bien mi huésped?"

Y siguiendo adelante:

"Admitidlo —¿viven así los prisioneros?"

(Ibid. Volumen i, folio 300).

"El Khan Polovtsiano descubre el cinismo de su relación con el Príncipe traidor:

"Por vuestro coraje y audacia es que os quiero, mi Príncipe"

(Ibid. Volumen 3, folio 5).

"Una investigación más cuidadosa ha demostrado que esa cínica relación existía mucho tiempo antes de la batalla del río Kayal:

"Siempre os he querido".

(Ibid, folio 14, declaración del testigo Borodin).

Y más aún:

"No vuestro enemigo, sino vuestro fiel aliado

Y leal amigo y vuestro hermano

Quisiera ser..."

(Ibid).

"Todo esto caracteriza objetivamente al acusado como un cómplice activo del Khan Konchak, como un antiguo agente y espía de Polovtsia.

"En mérito de lo que antecede, Olgovich, Igor Svyatoslavich, nacido en 1151, nativo de la ciudad de Kiev, de nacionalidad rusa, no afiliado al Partido, sin antecedentes, ciudadano de la U.R.S.S., de profesión jefe militar, sirviendo en el grado de comandante con rango de Príncipe, condecorado con la Orden del Varego, el Sol Rojo y la medalla del Escudo Dorado, es acusado de los siguientes cargos:

"Haber cometido intencionadamente vil traición contra su patria, combinada con sabotaje, espionaje y colaboracionismo con el Khanato Polovtsiano, durante un período de muchos años.

"En otras palabras, es culpable de los crímenes previstos en los artículos 58-16, 58-6, 58-9 y 58-11 del Código Penal de la República Federal Socialista Rusa Soviética.

"Las acusaciones precedentes han sido confesadas por Olgovich y confirmadas por la declaración de testigos y también por un poema y una ópera.

"Por aplicación del artículo 268 del Código de Procedimientos en lo Criminal de la República Federal Socialista Rusa Soviética, el presente caso ha sido remitido al Fiscal para el enjuiciamiento del acusado".

Rubín se tomó un respiro y miró triunfalmente a los "zeks". Arrastrado por el torrente de su imaginación, no había podido detenerse. Las risas corrían por el cuarto y en las puertas, estimulándolo. Ya había hablado demasiado, y había dicho cosas más agudas de lo que hubiera deseado, en presencia de varios soplones y de otros maliciosos individuos.

Spiridon, con el pelo hirsuto gris rojizo sobre la frente, alrededor de las orejas y en la nuca, ni siquiera sonreía. Ceñudo, examinaba al Tribunal. Hombre ruso de cincuenta años, oía por, primera vez la historia de ese Príncipe que había sido tomado prisionero; sin embargo, en el ambiente familiar del Tribunal y en el descaro del acusador, había revivido otra vez todo lo que había sentido en carne propia. Sentía toda la injusticia de las conclusiones del Fiscal y toda la angustia del desdichado Príncipe.

—En vista de la ausencia del acusado y de los inconvenientes en interrogar a los testigos, — interrumpió Nerzhin en su mesurado tono nasal—, consideremos las conclusiones de la parte contraria. El fiscal tiene otra vez la palabra.

Nerzhin miró a Zemelya en busca de confirmación.

—Por supuesto, por supuesto, — asintió el vocal, que estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa.

—Camaradas jueces, — entonó Rubín sombríamente—, tengo poco que agregar a esta cadena de horribles acusaciones, a esa sucia mescolanza de crímenes que ha sido revelada ante vuestros ojos. En primer lugar, quisiera rechazar de una buena vez la difundida opinión de que un hombre herido tiene el derecho moral de dejarse tomar prisionero. Esencialmente, ese no es nuestro punto de vista, camaradas, y con menos razón en el caso del Príncipe Igor. Dicen que fue herido en el campo de batalla. ¿Pero quién puede probarlo ahora, 765 años más tarde? ¿Ha sido conservada alguna prueba oficial de su herida, firmada por el cirujano militar competente? De cualquier forma, no existe tal certificación oficial en los antecedentes de la acusación, camaradas jueces.

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