Archipielago Gulag
Archipielago Gulag читать книгу онлайн
Cuando en el a?o 1974 se public? Archipi?lago Gulag, los espa?oles del PCE eran los protagonistas de la Transici?n, defend?an los derechos humanos, la reconciliaci?n, las elecciones libres, la amnist?a y la democracia. En toda Europa, los comunistas hab?an sido la principal fuerza antifascista y adoraban a la URSS por ser el primer Estado obrero del planeta que hab?a derrotado a Hitler. Eran indulgentes con la dictadura del proletariado y achacaban las purgas, el hambre y la polic?a secreta al aislamiento, el cerco, a la guerra fr?a y a la propaganda imperialista. Pero despu?s de que se public? Archipi?lago Gulag, aunque no se leyera por decoro y disciplina, los comunistas de todo el mundo, y especialmente los de Espa?a, descubrieron que por debajo del anticomunismo doliente y l?rico de Alexandr Solzhenitsyn, estaba el infierno de la verdad. Pocas veces un libro ha causado tanto dolor. Los perseguidos, torturados, encarcelados de este lado se ve?an a s? mismos en la reconstrucci?n de almas, se encontraban entre los desaparecidos y se identificaban con los 227 testigos...
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
Sencillamente faltó tiempo, pues de otro modo me habrían contado diez veces más. Pero con lo que había quedado dicho, para mí ya había motivo suficiente de reflexión. Si el tribunal y la fiscalía no eran más que peones del ministro de la Seguridad del Estado, quizá no valiera la pena dedicarles un capítulo aparte.
Hablaban a porfía y yo los contemplaba admirado: ¡Pero si eran personas! ¡Personas de verdad! ¡Si hasta sonreían y se sinceraban, diciendo que su único deseo era hacer el bien. ¿Pero y si las cosas se tuercen y tienen que volver a juzgarme? Por ejemplo, en esa misma sala (se disponían a mostrarme la sala principal).
Pues nada, que sería un reincidente* más.
¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Los hombres o el sistema?
Durante varios siglos hemos tenido un proverbio: no temas la Ley, sino al juez.
Me parece, sin embargo, que la Ley ha rebasado a los hombres,, que en crueldad, éstos han quedado a la zaga. Ya va siendo hora pues de darle la vuelta al proverbio: No temas al juez, sino a la Ley.
La de Abakúmov, naturalmente.
Ahora han empezado a subir a la tribuna. Opinan sobre el Iván Denísovichy confiesan gozosos que este libro alivió sus conciencias (son sus propias palabras...). Reconocen que en él suavicé mucho las tintas, que cada unode ellos ha conocido campos mucho peores. (O sea que, ¿lo sabían?) De los setenta hombres sentados por todo el perímetro de esa herradura, intervienen algunos versados en literatura, los hay que hasta son lectores de Nóvy Mir*ansian reformas, manifiestan una viva repulsa ante nuestras llagas sociales, el abandono del campo...
Y yo, en mi silla, pienso: si la primera y diminuta gota de verdad ha estallado como una bomba psicológica, ¿qué ocurrirá en nuestro país el día en que la Verdad caiga como una cascada?
Y ese día ha de llegar, sin falta.
8. La infancia de la ley
Todo lo olvidamos. No recordamos lo acontecido, la historia, sino tan sólo esa línea punteada de trazo uniforme que han querido estamparnos en la memoria con insistente machaconería.
No sé si será éste un rasgo común a toda la humanidad, pero sí puedo afirmar que lo es de nuestro pueblo. Un rasgo desagradable. Puede que hijo de la bondad, mas desagradable de todos modos. Nos convierte en presa de los embusteros.
De este modo, cuando conviene que olvidemos hasta los procesos judiciales públicos, nosotros dejamos de recordarlos. Esos juicios se habían celebrado sin reservas y de ellos habló la prensa, pero como no nos cincelaron los sesos con ellos, ahora no los recordamos. (Para que algo nos quede grabado en el cerebro hay que darlo cada día por la radio.) No hablo de la juventud, que, como es natural, no lo sabe. Me refiero a los contemporáneos de dichos procesos. Basta con pedirle a cualquier hombre en la calle que enumere los juicios públicos que levantaron más expectación y recordará el de Bu-jarin y el de Zinóviev. Y después de fruncir el ceño, quizás el del Partido Industrial. Y eso es todo, no hubo más juicios públicos.
¿Qué vamos a decir entonces de los que no fueron públicos? ¡Cuántos tribunales funcionaban ya a pleno rendimiento en 1918! Y eso que todavía no había leyes ni códigos: la única referencia de los jueces eran las necesidades del régimen obrero-campesino. ¿Habrá alguna vez quizá quien escriba su historia detallada?
Entretanto, no podemos prescindir de un breve resumen, aunque para ello debamos buscar a tientas entre las ruinas calcinadas, ocultas en la niebla de esa alba, tierna y rosácea.
En aquellos años febriles los sables de la guerra no se oxidaban en las vainas, como tampoco se enfriaron en sus fundas las pistolas de la represión. Lo de disimular los fusilamientos utilizando la noche y los sótanos, lo de los tiros en la nuca son inventos posteriores: en 1918, el conocido chekista de Riazán, Stelmaj, fusilaba en pleno día, en el patio, y lo hacía de manera que desde las ventanas de la prisión pudieran observarlo los que esperaban la muerte.
Había por aquel entonces un término oficial: represión extrajudicial.Y no porque aún no hubiera tribunales, sino porque ya existía la Cheká.
Trotski incubó con su aliento a ese polluelo cuando no tenía aún el pico firme: «La intimidación constituye un poderoso instrumento político, y el que diga no comprenderlo es que se las da de santurrón». También Zinóviev, ajeno al fin que le aguardaba, decía entusiasmado: «GPU y VChK son las siglas más populares a escala mundial».
Era extrajudicial porque así resultaba más eficaz. Pues claro que había tribunales que juzgaban y condenaban a muerte, pero no debemos olvidar que además, paralela e independientemente de ellos, discurría por sus propios derroteros la represión extrajudicial. ¿Cómo hacernos una idea de su envergadura? En su popular exposición divulgativa sobre las actividades de la Cheká, M. Latsis nos da unas cifras [178] 7referidas solamente a año y medio (1918 y la primera mitad de 1919) y que abarcan tan sólo veinte gubernias de la Rusia central («las cifras que presentamos aquí distan de ser completas»,una parcialidad que quizá pueda deberse a esa modestia tan propia de los chekistas). Estos son los datos: fusilados por la Cheká (es decir, extrajudicialmente, al margen de los tribunales), 8.389 personas (ocho mil trescientas ochenta y nueve); organizaciones contrarrevolucionarias descubiertas, 412 (una cifra quimérica si tenemos en cuenta nuestra secular incapacidad para cualquier clase de organización, además del desánimo y la falta de cohesión entre la gente que caracterizan aquellos años); detenidos en total: 87.000 (esta cifra, en cambio, huele a rebaja).
¿Hay algo con lo que podamos confrontar estos datos? En 1907 un grupo de activistas sociales publicó una recopilación de artículos titulada Contra la pena de muerte(dirigida por Ghernett). Contenía una lista de todos los condenados a muerte entre 1826 y 1906. Los redactores concedían que la lista no era completa (aunque no presenta más lagunas que los datos recogidos por Latsis durante la guerra civil). La relación aportaba 1.397 nombres, de los que había que descontar 233 (por conmutación de pena) y los 270 que seguían con orden de busca y captura (principalmente, insurgentes polacos que habían huido a Occidente). Quedaban, pues, 894 personas. Teniendo en cuenta que dicha lista cubre un periodo de ochenta años, la cifra es 255 veces menor que la de los chekistas, quienes, además, incluyen menos de la mitad de las gubernias (y encima no tienen en consideración los abundantes fusilamientos del Cáucaso Norte y del Bajo Volga). Cierto que los autores de la recopilación dan a continuación una segunda cifra, esta vez estimada(seguramente de manera que corrabore sus propósitos), según la cual fueron condenadas a muerte (aunque ello no implica que fueran ejecutadas, porque con frecuencia se concedían indultos) 1.310 personas tan sólo en el año 1906. Se trataba precisamente del momento en que la famosa reacción de Stolypin cobró más intensidad (en respuesta a un terror revolucionario que se había desbordado). Sobre este periodo existe además otra cifra: 950 ejecuciones en seis meses. (La época de los consejos de guerra de Stolypin duró exactamente eso: seis meses justos.) [179] 8Resulta horrible decirlo, pero para unos nervios tan templados ya como los nuestros la cifra se queda corta, porque si calculamos la cantidad que correspondería a la Cheká en medio año, nos seguiría dando el triple,y eso sólo en veinte gubernias, y además sin contar el resto de juicios y tribunales qu etambién dictaban condenas a muerte.
