La Reina Oculta
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La edad media: ?poca de pasiones, traiciones, amenazas, amores y grandes odios. Ese es el marco en el que se desarrolla la nueva novela de Jorge Molist. La novela empieza cuando un ladr?n an?nimo roba la carga de la s?ptima mula, un documento que seg?n se comenta podr?a acabar hundiendo a la propia Iglesia. A tenor del robo el abad Arnaldo y el propio Papa deciden iniciar una cruzada por el sur de Francia -la ciudad medieval de Carcassone ser? una de las ciudades asediadas-. por otra parte, el abad Arnaldo encargar? a un joven vividor parisino que recupere la carga de la s?ptima mula y la devuelva a manos de la Iglesia.
Mientras la cruzada se cuece en Roma y Par?s, en el sur de Francia una joven dama se enamora de un caballero espa?ol. No sabe que en pocos d?as su ciudad ser? asediada, ni que la Iglesia ha puesto precio a su cabeza. Los caminos de esta pareja y del joven parisino se cruzar?n en una historia llena de aventuras, amores y muertes.
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«N'Uget, et eu vauc si nutz
que, laire si m'encontrava,
no.m toldria si no.m dava.»
[(«Huget, voy tan desnudo que,
si a un ladrón me encontrara,
robarme no pudiera si antes no me daba.»)]
Respuesta de Reculaire a Hugo de Mataplana
Aquella tarde, al iniciarse el ocaso, Peyre Roger de Cabaret se levantó de su asiento en la cabecera de la mesa en la alta terraza de la fortaleza e interrumpió los cantos y malabarismos de los juglares. Alzó su copa, que brillaba con los últimos rayos de sol, hacia sus invitados, para declamar con voz potente:
– Éste es el castillo del Grial. Aquí atesoramos el honor, la poesía, la libertad de creencias y la Fin'Amor, en un mundo donde el Joy se extingue a causa de un Apocalipsis fanático y bárbaro al que llaman cruzada. Nosotros continuaremos cantando, recitando, amando hasta el último de nuestros días. Quiero recordar a nuestro señor, el vizconde Raimon Roger Trencavel, que ahora está anillado a la pared de una mazmorra, con las argollas de sucio hierro cortándole la carne, y sufre sin luz, sin música, sin amor…
Todos sabemos que nunca saldrá vivo de su prisión, que será asesinado. En honor de este modelo de caballeros, señor del Joy, bebamos, riamos, cantemos, amemos…
Un clamor de vivas y aplausos se elevó entre los comensales. Peyre Roger reclamó silencio para continuar.
– Y también luchemos. Por él y por los desterrados de Carcasona, por todos los que murieron en los caminos. Mañana, a la amanecida, convoco a los caballeros del castillo y visitantes a una expedición de castigo contra los cruzados. ¡Por nuestro vizconde!
Sus palabras denotaban la emoción y los ojos de Peyre Roger se llenaron de lágrimas. De nuevo vítores.
El faidit Isarn brindó de pie, uniéndose al clamor de los demás, mientras observaba a todos los caballeros tratando de identificar al de Montmorency.
Precisamente era al mismo, a Guillermo, a quien Hugo miraba de forma torva, imaginando su muerte.
La cena terminó pronto y sólo las damas continuaron la velada. Los caballeros, en especial los foráneos, se afanaron para completar el equipo, pidiendo prestado lo que les pudiera faltar, asegurándose de que cascos, espuelas, mallas y armas estuvieran en condiciones. Guillermo se ocupó particularmente de su escudo. Cuando Hugo le vio tan atareado, en compañía de un artesano local, bajo la mirada curiosa de Bruna, no pudo menos que preguntar. -¿Qué pintáis? -¿No lo veis? -repuso el franco-. Un ruiseñor rojo sobre un fondo gualda.
– ¿Un ruiseñor? -se sorprendió el catalán.
– Naturalmente; en honor a mi dama. Ésta es mi enseña a partir de ahora.
Hugo se fue murmurando; aquello no le gustaba, pero se dijo que al día siguiente solucionaría aquel asunto. A la menor duda, al menor síntoma de traición o cobardía, terminaría con él. En realidad, no necesitaba ni siquiera motivo. Le diría a Bruna que su muerte era obra de los cruzados.
No le fue fácil a Isarn completar su equipo y el de su escudero Pellet. Había llegado a Cabaret con poco más que los caballos y su espada, y tuvo que recurrir al propio Peyre Roger para que le prestara lanzas, mallas y escudos.
– Es humillante -se quejaba a Renard-. Esto es mísero y vergonzoso.
El ribaldo, que había tenido que usar toda su persuasión con el abad del Císter en Carcasona precisamente para obtener los caballos con los que habían llegado, afirmaba con la cabeza. Él conocía miserias que Isarn ni podía sospechar; de hecho, consideraba comer un lujo, pero estaba determinado a cambiar su destino.
– Una cabeza -repuso-. La hermosa cabecita de una dama es lo que cambiará nuestra suerte. Si fracasamos, vamos a continuar sin nada; pobres y podridos en la necesidad.
Renard avanzaba en su investigación, sabía ya que en los días anteriores habían llegado varios grupos a Cabaret, pero ninguna pareja de un solo caballero y escudero, tal como Guillermo y Bruna salieron de Carcasona. Necesitaba más información, pero estaba seguro de que el de Montmorency se vería obligado a unirse a la partida del día siguiente. Él estaría en las caballerizas para identificarlo y, tirando de ese hilo, descubriría a la Dama Ruiseñor.
