La cena secreta
La cena secreta читать книгу онлайн
Fray Agust?n Leyre, inquisidor dominico experto en la interpretaci?n de mensajes cifrados, es enviado a toda prisa a Mil?n para supervisar los trazos finales que el maestro Leonardo da Vinci est? dando a La ?ltima Cena. La culpa la tiene una serie de cartas an?nimas recibidas en la corte papal de Alejandro VI, en las que se denuncia que Da Vinci no s?lo ha pintado a los Doce sin su preceptivo halo de santidad, sino que el propio artista se ha retratado en la sagrada escena, dando la espalda a Jesucristo.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
– ¿Cómo puedes estar tan seguro?
– El maestro tropezó con la respuesta gracias a un detalle esteganográfico.
– ¿Esteganografía?
– Los griegos, padre, fueron maestros en el arte de ocultar mensajes secretos en escritos u obras que estaban a la vista de todo el mundo. En su idioma, stéganos significa «escritura oculta», y aquí salta a la vista que la hay. Una errata nos da la clave: rinvenies se escribe sin «r». Un hombre tan meticuloso como el encriptador de este mensaje no pudo pasar por alto semejante detalle, así que revisé con cuidado vuestros versos y descubrí que además de la «r» existían otras cinco letras marcadas. Esta vez con un punto. Puede que os pasaran desapercibidas, pero ahí están: ejus, dinumera, sed, adspicere y tradere. Y me extraña que nadie se haya fijado antes en ellas.
Me incliné incrédulo sobre la firma del Agorero para ver lo que Mario me estaba mostrando y descubrí, en efecto, que las letras «e», «d», «s», «a» y «t» tenían ese punto fuera de lugar.
– ¿Lo veis ya? -insistió-. Con ellas, más la «r» fuera de lugar, puede componerse la palabra «destra». Derecha. Es la aclaración que nos faltaba.
Era admirable. Leonardo había hecho lo que a nadie se nos había ocurrido antes: poner en relación el naipe de la sacerdotisa con el acertijo de sus cartas a Roma. Intuición o visión genial, lo cierto es que sentí vértigo al saberme tan cerca de la solución.
– Lo demás es ya muy sencillo, padre. Según las lecciones del Ars Memoria, son las manos las que dan siempre las cifras en cualquier composición. Y en esta carta, como veréis, hay dos manos que muestran diferente número de dedos. Si vuestro hombre nos dice que debemos escoger la mano diestra es porque la cifra de su nombre es un cinco.
– ¿Ars Memoria?. ¿También tú lo conoces?
– Es una de las asignaturas favoritas de Leonardo.
– Así que supongo que es ahora cuando debería buscar un fraile cuyas letras sumen ese número, ¿no es cierto?
– No es necesario -dijo Mario más orgulloso que nunca-. Meser Leonardo lo encontró ya. Se llama Benedetto. [19] Es el único en todo Santa Maria cuyo nombre tiene ese valor.
¿Benedetto? Supongo que la revelación me cambió la cara, porque Mario se me quedó mirando absorto. ¿Benedetto? ¿El hombre de un solo ojo, como el óculo del ceñidor de la sacerdotisa?
La ironía me desarmó.
¿Cómo no había sido capaz de verlo antes? ¿Cómo no me había dado cuenta de que el tuerto, como hombre de confianza del prior, había tenido acceso a todos los secretos del convento y era el único lo suficientemente violento como para arremeter contra Leonardo? ¿Acaso esa revelación no se ajustaba como un guante al perfil que yo tenía del Agorero, al que intuía como un discípulo renegado del toscano? ¿O no estaba acaso su rostro dibujado en el Cenacolo, encarnando al apóstol Tomás, como prueba irrefutable de su antigua filiación a la organización del maestro?
Abracé a Mario sin saber muy bien a quién perseguiría primero: si al asesino de fray Alessandro o a aquel reducto de cristianos desviados.