Los muros de Jeric?
Los muros de Jeric? читать книгу онлайн
El mayor grupo de comunicaciones de nuestro tiempo posee para el gobierno de los Estados Unidos un valor estrat?gico mayor que el de ej?rcitos o flotas. Jaime, ejecutivo del grupo, un hombre que se debate entre los que fueron ideales de juventud y su actual estatus social aburrido y estable, conoce a Karen, una seductora y atractiva compa?era de trabajo que le introduce en un movimiento filos?fico-religioso continuador de los c?taros medievales. A partir de entonces, se ver? arrastrado a una aventura en la que poder, seducci?n, amor y muerte se aglutinan en una trama en la que el control del grupo parece ser el fin ?ltimo.
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MARTES
67
– Good morning sir. -Sonaba cortés una voz con acento británico-. Your awaking call. Have a good day. [6]
Jaime dio las gracias con un gruñido, colgando el teléfono. Luego de unos instantes para situarse en el mundo, se levantó, anduvo hasta la ventana y descorrió los pesados cortinajes para mirar a la calle. Aunque aún estaba oscuro fuera, pudo ver en los charcos la caída de algunas gotas de agua. Seguro que amanecería con la misma llovizna del día anterior. Se acercó al PC, que había mantenido conectado durante la noche, y consultó su buzón de entrada. Ningún mensaje de Karen. Y ya eran las once de la noche en L.A. ¿Estaría ella aún trabajando en Montsegur? ¿O era que no sentía urgencia en responderle? Luego de la ducha, le sirvieron el desayuno en la habitación y al salir, justo antes de desconectar su PC portátil, revisó de nuevo las entradas. ¡Al fin, un mensaje de Corba! Su estúpido corazón dio un brinco acelerándose de alegría.
«Pedro, ¡fenomenal! Estás recordando por ti mismo. Pronto podrás cerrar tu ciclo. Felicidades. Me alegro mucho por ti. Deseo verte pronto. Tendremos mucho de que hablar. Muchos besos. Corba.»
Jaime se quedó extasiado frente a la pantalla. Leía el mensaje una y otra vez y decidió contestar de inmediato aunque Karen estuviera ya acostada y no leyera el mensaje hasta la mañana. «Buenos días, Corba. Sólo pienso en ti. Siento tu ausencia. Creo que te amo. Creo que estoy muy enamorado. Pedro.»
¡Qué estúpida forma de declararse! No era a la luz de las velas y en una romántica cena como manda la tradición. Pero no podía esperar y ya estaba hecho. Se dio cuenta de que llegaría tarde a la oficina. Pero no le importaba lo más mínimo.
La suerte está echada, se dijo y, desconectando el PC, lo introdujo en su maletín.
El día pasó lentamente, y Jaime hacía enormes esfuerzos para mantener el mínimo de concentración en su trabajo. ¿Cómo reaccionaría Karen? También ella debía de sentir algo por él. Pero ¿cuán profundo? ¿Su interés era verdadero o sólo conveniencia? Pronto lo sabría.
Pasadas las cuatro de la tarde Jaime calculó que Karen estaría ya levantada y buscaba con afán los mensajes en su ordenador. ¿Por qué no contestaba? ¿Qué estaría pasando por la mente de Karen? Quizá no había tenido tiempo de contestar antes de salir de casa y seguro que no enviaría ningún mensaje desde la oficina. La espera sería larga. Muy larga.
