La Reina Oculta

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La Reina Oculta
Название: La Reina Oculta
Автор: Molist Jorge
Дата добавления: 16 январь 2020
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La Reina Oculta - читать бесплатно онлайн , автор Molist Jorge

La edad media: ?poca de pasiones, traiciones, amenazas, amores y grandes odios. Ese es el marco en el que se desarrolla la nueva novela de Jorge Molist. La novela empieza cuando un ladr?n an?nimo roba la carga de la s?ptima mula, un documento que seg?n se comenta podr?a acabar hundiendo a la propia Iglesia. A tenor del robo el abad Arnaldo y el propio Papa deciden iniciar una cruzada por el sur de Francia -la ciudad medieval de Carcassone ser? una de las ciudades asediadas-. por otra parte, el abad Arnaldo encargar? a un joven vividor parisino que recupere la carga de la s?ptima mula y la devuelva a manos de la Iglesia.

Mientras la cruzada se cuece en Roma y Par?s, en el sur de Francia una joven dama se enamora de un caballero espa?ol. No sabe que en pocos d?as su ciudad ser? asediada, ni que la Iglesia ha puesto precio a su cabeza. Los caminos de esta pareja y del joven parisino se cruzar?n en una historia llena de aventuras, amores y muertes.

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«Mais l'aiga lor an touta e los potz son secatz

per la granda calor e per los fortz estatz

per la pudor deis homes que son malaus tornatz…»

[(«Perdido el acceso al río y con los pozos secos

y con el gran calor del riguroso verano

y con el hedor de los que enfermaban…»)]

Cantar de la cruzada, III-30

Aquella noche el abad del Císter citó a Guillermo en su pabellón. No era para felicitarle.

– Guillermo de Montmorency -le increpó tan pronto entró en su tienda-, tenéis una misión que cumplir y ésta no es dejaros matar bajo los muros de Carcasona.

El caballero calló y, acercándose al abad Arnaldo, hizo una genuflexión para besarle la mano.

– Debéis recuperar los documentos de la séptima mula. Dejad para otros el asalto de la ciudad. Todos saben que sois un valiente digno de los Montfort. No más locuras.

El legado papal se sentó y con un gesto invitó a que Guillermo hiciera lo mismo. Los asientos continuaban separados por una mesilla colocada bajo el enorme crucifijo con el Cristo doliente.

– Decidme -continuó el abad-, ¿qué pistas hay sobre los que robaron la mula?

Guillermo le mantuvo la mirada antes de contestarle.

– Vos los conocéis, legado. Sabéis quiénes fueron y también que su botín les fue arrebatado.

– Os recuerdo que estáis bajo juramento y que nada podéis comentar a otros de lo que descubráis en vuestra misión.

– Mi primo sabe de ella, le interrogué.

– ¿Y habló?

– ¡Claro que sí! -exclamó Guillermo intentando proteger a Amaury-. No hay secretos entre nosotros y no tuvo más remedio; las pruebas son abrumadoras.

– Bien -dijo el legado pensativo-. Esperaba que tarde o temprano lo supierais. Que sea pronto habla bien de vos y os hace digno de la misión. ¿Qué más habéis descubierto?

– Poco más de lo que os he dicho, señor -y calló un momento para que creciera la expectación-. Y poco más sabré si vos continuáis ocultando lo que debo saber. Investigo a ciegas. ¿Qué es eso de «el testamento del diablo»?

– Decidme antes qué habéis averiguado.

– Que alguien arrebató la séptima mula a los asesinos de Peyre de Castelnou.

– Eso lo sé -gruñó el abad impaciente-. ¿Qué más?

– Que no eran ladrones vulgares, ya que ni se llevaron los caballos ni querían las pertenencias de los asaltados. Conocían el contenido de los fardos.

– De acuerdo. ¿Qué más?

– Los que abordaron a mi primo estaban siguiendo a Peyre de Castelnou a cierta distancia. No creo que pretendieran matarlo, pero sí arrebatarle la carga de la séptima mula. Se vieron sorprendidos y reaccionaron asaltando a los asesinos. Al principio, pensé que serían agentes del conde de Tolosa.

– Tengo al conde tan asustado con la cruzada que nos hubiera devuelto los fardos de tenerlos. Acusó a su sobrino el vizconde Trencavel.

– No fue el vizconde.

– ¿Quién, pues?

– Las huellas de algunos caballos de los asaltantes tenían una marca muy curiosa.

– ¿Cuál?

– La de los templarios.

– ¿Templarios? ¡No puede ser! -exclamó asombrado el abad-. El Temple apoya la cruzada.

– Pero no participa.

– Su misión está en Tierra Santa. Aquí sólo tienen encomiendas que generan recursos económicos para sostener el esfuerzo en Oriente. ¿Quién os ha dicho eso? ¿Cómo sabéis que no os engañan?

– Algunos de los frailes que acompañaban al abad Peyre siguieron el rastro de los atacantes y llegaron hasta donde éstos habían sido a su vez asaltados. Entre las nuevas improntas de herraduras estaban las de los templarios. Seguramente iban en dos grupos, pero dado el inesperado cambio de dueños de la séptima mula, los del segundo grupo, que no esperaban intervenir, sólo apoyar, los de las herraduras marcadas, se vieron obligados a hacerlo. Por eso dejaron las huellas del Temple muy a su pesar. Esas marcas tienen por objeto evitar robos, y lo hacen tan bien que uno de los frailes de Fontfreda, antiguo hombre de armas que ha recorrido toda Occitania, pudo, incluso, reconocer el signo que las diferencia. Pertenecen a la encomienda de Douzens.

– ¡Douzens! -exclamó Arnaldo como si de repente viera la luz.

– ¿Qué hacían templarios de Douzens en una ruta tan apartada? -insistió Guillermo-. Ésa es zona de la encomienda templaria de Saint Gilles o, incluso, de la de Montpellier. Hasta la de Pézenas está más cercana. Los de Douzens tenían una misión que cumplir.

– ¡Douzens! -repitió el abad del Císter.

Percibiendo que la noticia tenía para el legado un significado que a él se le escapaba, Guillermo se mantuvo callado y expectante. El abad se levantó de su asiento para pasear pensativo por la tienda. El joven se puso en pie respetuoso.

– Douzens es quizá la encomienda templaria más antigua de Occitania. Fue donada al Temple por las familias Barbaira y Canet a instancias e imitación de Roger de Béziers, tío abuelo del vizconde Trencavel que tenemos tras los muros de Carcasona -informó el abad-. Conozco al comendador actual, Aymeric, que es nieto de los Canet donantes. Estuvo en Tierra Santa y hay rumores de que es uno de esos templarios herejes.

– ¿Templarios herejes?

– Sí. A raíz de la gran derrota de Hattin, en Palestina, una facción del Temple consideró traidor al Gran Maestre, acusándole de temerario y de debilitar con su acción a la cristiandad. Al año siguiente se consumó la ruptura entre esos templarios disidentes, que se creen iniciados en un mayor saber, con los que obedecen al Papa, pero muchos de esos herejes continúan en la Orden, ocultos, en secreto, y parece que ese tal Aymeric es uno de ellos. La conjura admite a seglares y Trencavel la apoya.

– ¿Pero qué contienen esos documentos?

– La obra del diablo.

– ¿Qué dicen?

– La mayor de las herejías.

– ¿Cátaros?

El abad Arnaldo rió de mala gana.

– ¡No! -exclamó después-. Es mucho más peligrosa; es una variante de la herejía arriana -y el legado bajó la voz para continuar- y esos documentos pretender demostrar, dar legitimidad escrita, a esas ideas diabólicas.

– Los arríanos niegan la consustancialidad del Hijo y el Padre.

– ¡Exacto! -el abad volvió a levantar su voz-. Consideran a Cristo superior a un profeta mortal, pero sin alcanzar la divinidad. Y eso les iguala a judíos y mahometanos. Lo que hace única nuestra fe es la divinidad de Jesucristo, su muerte física en la cruz, su resurrección y ascensión a los cielos. Occitania es tierra de arrianos, siempre lo ha sido. Béziers fue incluso sede de concilio herético. La lucha contra ellos ha sido constante en estos lugares y esa herejía del diablo siempre vuelve a rebrotar. Ése es el verdadero peligro y es por ello que debéis recuperar esos documentos, ya que con ellos Trencavel y los demás conjurados quieren destruir nuestra Iglesia. Id a ver al templario Aymeric y averiguad dónde los oculta. Hacedle entrar en razón. Si no lo hace por las buenas, lo hará muy a su pesar.

– Dejadme unos días para ver el final del sitio -suplicó Guillermo.

– Carcasona caerá muy pronto -afirmó el abad-. Sin el apoyo del rey de Aragón, nada pueden hacer. Cuando tomemos el burgo de San Vicente, nos limitaremos a esperar. Con este calor y sin agua se rendirán en pocos días.

– Cuando caiga el burgo, saldré para Douzens.

– Recordad, Guillermo, cuan importante es vuestra misión -dijo solemnemente el abad-. Os confiaré un secreto.

El legado bajó la voz y Guillermo se acercó para oír la confidencia.

– Aunque la cruzada es contra los cátaros, su fin último es otro. El joven contuvo el aliento a la espera de la revelación. -El objetivo es recuperar esos legajos del diablo y acabar con los nobles y eclesiásticos que están tras ese complot arriano que pretende destruir nuestra Iglesia. Ese peligro es cien veces mayor que el de los cátaros. Id, hablad al templario Aymeric en mi nombre, que es el del Papa, y que os diga dónde están los documentos. Tenéis mi autoridad.

Guillermo se despidió ofreciendo todas las muestras de respeto y sumisión que el legado esperaba, pero se dijo que forzosamente tenía que haber mucho más en aquellos documentos de lo que el abad le contó. Arnaldo continuaba ocultándole información.

Aquella noche no pudo dormir bien. ¡Qué terrible sería la carga de la séptima mula! Recordaba la sangre de Béziers y sabía que la carnicería sólo había empezado. ¿Cuántas muertes se precisaban para acallar al diablo?

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