El Combate Perpetuo
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El combate perpetuo: Una biograf?a admirable con ritmo de novela – Marcos Aguinis:
Guillermo Brown es una de las figuras decisivas de la historia argentina. Sin embargo, el trato que la historia le ha dado a menudo ha oscurecido al hombre y acartonado al pr?cer.
Este libro de Marcos Aguinis – `esta biograf?a con ritmo de novela`, como el mismo la define – es, adem?s, una l?cida y exitosa operaci?n de rescate. Rescate del h?roe y del personaje, puesto que el almirante Guillermo Brown aparece en toda su dimensi?n ?pica, pero tambi?n porque tal dimensi?n no borra ni excluye los rasgos que lo convierten en el protagonista de un libro de aventuras. Alguien, como consigna el autor, cuyas vicisitudes hubieran apasionado por igual a los novelistas del siglo diecinueve y del siglo veinte. Y que apasionar?n asimismo a los lectores.
Redactada en tiempos dif?ciles, cuando la incertidumbre y el desaliento parec?an volver impensable una obra de esta laya, El combate perpetuo invita a ser le?da y rele?da como cautivante relato y tambi?n como forma de tratar la historia de un modo distinto, nunca esquem?tico ni maniqueo, siempre riguroso e inteligente.
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Brown hace pantalla a su oreja para oír bien. Los estampidos se espacían cortésmente para dar lugar a esa extraña conversación. Sonríe: no arriará la bandera por una taza de té, aunque se sienta perdido.
– ¡No, no!… My flag is riveted; so let us go on in our play, for it is rather warm!… [5]
La metralla se redobla por ambas partes. La división brasileña descuenta el triunfo. Pero Brown no cede, su victoria depende de la obstinación. Ordena graduar la puntería de las cuatro últimas piezas de la batería baja. Estos muchachos ya se han bebido el ron, ahora deben acertar los disparos. Y lanzan una descarga devastadora. El Caboclo sufre un impacto brutal que arrolla su casco y aparejo, mientras otra descarga destroza el brazo derecho del amable Grenfell. ¡Pobre Grenfell!, no olvidará nunca este día. Los brasileños replican con cañonazos que producen serios destrozos, incluido el timón de la 25 de Mayo . Brown hace bajar al entrepuente a la mayor parte de la tripulación para protegerla. Una bala arranca a Tomás Espora la bocina de la mano; cae herido. Sin turbarse, pide otra bocina. La nave de Rosales queda sin cartuchos; ordena armarlos con pólvora de cebar y, como no hay tela para alistarlos, varios marinos se sacan sus pantalones de brin y sus camisas, consiguiendo de esta manera conservar la continuidad del fuego.
La 25 de Mayo , con el timón destruido, los cañones desmontados y las baterías atiborradas de cadáveres, ha llegado al fin de sus servicios. Cerca de treinta impactos recibidos debajo de su flotación dejan penetrar gran cantidad de agua. En eso algunos navíos de la escuadra argentina logran, con viento favorable, acercarse al sacrificado buque insignia.
– ¡Por fin, tortugas! -exclama Brown, que ya está herido por el rebote de un proyectil.
Decide pasar al República , desde donde ayudará a la extenuada 25 de Mayo …
– Voy a cubrir esta fragata -dice a un oficial- mientras le dan remolque las cañoneras.
– Muy bien; seguiremos peleando hasta la noche, si usted lo dispone.
La lancha del Almirante cruza el trayecto salpicado de proyectiles. Trepa con esfuerzo a cubierta y, desnudando la espada, increpa al capitán que se mantuvo lejos de la lucha.
– Mister Clark: ¡cuánto siento verlo con nuestro uniforme al frente de este buque!
El capitán balbucea un pretexto. Brown lo interrumpe.
– ¡Salga usted de mi presencia, porque no conozco más valientes que Brown, Espora y Rosales! -la ira le congestiona el rostro.
Trepa a su puesto y lanza la orden:
– ¡Batirse a todo trance, estrechando la línea!
Los marinos ennegrecidos de pólvora se sienten confortados por la magnética presencia del jefe. En la alborotada cabeza del poeta Guillermo Finney se redondea una estrofa:
Los brasileños reconocen la insignia de Brown y concentran sus disparos en el nuevo objetivo. Dos cañoneras empiezan a remolcar a la maltrecha 25 de Mayo mientras Espora, sangrando en cubierta, continúa enardeciendo a la tripulación. A su ayudante le transmite una orden severa: en caso de abordaje, que me echen al agua herido como estoy, porque prefiero ser alimento de peces que trofeo de enemigos.
El resto de la escuadra nacional entra finalmente en batalla y los brasileños, agotados por la intensa y larga pelea, comienzan la retirada llevándose a remolque la Itaparica y un bergantín destrozado.
Una de las últimas balas se hunde en el cuerpo del poeta.
La escuadra nacional regresa a Buenos Aires. Contusa, pero entera. Sobre el pico de mesana de la 25 de Mayo flamea el pabellón. Enhiesto sobre el puente, Brown viste uniforme cruzado con bordados en oro, condecoración y gorra de visera circundada con la franja naval. Es el genial obstinado. El loco del Plata. Una pieza de granito que el imperio del Brasil no ha conseguido demoler.
Guillermo Finney, el oscuro naviero de trinquete, desapareció sin dejar otras pistas que su sentido poema testimonial.