El Anillo
El Anillo читать книгу онлайн
En su veintisiete aniversario, Cristina, una prometedora abogada neoyorquina, algo engre?da y snob, recibe dos anillos. El primero, con un gran brillante de compromiso, es de un rico agente de bolsa, mientras que el otro, un misterioso anillo antiguo, proviene de un remitente an?nimo. Ella acepta ambos sin saber que son incompatibles y que el anillo de rojo rub? ha de arrastrarla a una aventura que le ense?ar? sobre la vida, el amor y la muerte, d?ndole una lecci?n inolvidable que har? cambiar su destino y su visi?n del mundo para siempre. Empezando en Barcelona, Cristina recorrer? la costa mediterr?nea, retornando a su pasado y a otro mucho m?s lejano: el tr?gico destino del ?ltimo de los templarios. Una at?pica novela hist?rica sobre la importancia de nuestra relaci?n con el pasado.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
Me tendí en la cama y dejé mis pensamientos vagar… estar en Barcelona, después de tanto tiempo… qué sentimiento tan extraño…
Fue entonces cuando sonó el teléfono.
– ¡Cristina!
– Hola, Luis.
– Sabía que no podrías vivir sin mí…
Estuve a punto de cambiar de idea y colgar. Ese tío me acosaba. Riendo, sí, pero era un acoso.
– Te invito a almorzar mañana -le dije ignorando su sandez.
– No. Te invito a cenar yo a ti.
– ¡Ah! No -repuse tajante-. Lo siento. Yo no ceno a solas con ningún hombre que no sea mi prometido. Ni siquiera por trabajo, es una cuestión de principios -y añadí enfática-: Sólo con mi prometido.
Oí un ruido curioso que hacía con la boca, algo así como ¡Nuch!… ¡Nuch!… ¡Nuch!… Sonaba como una negación jocosa.
– Bien. Tú ganas -dijo al fin-. ¿Qué he de prometer?
Me tapé la boca para no reírme. Lo cierto es que a veces Luis tiene gracia.
– El almuerzo o nada -dije enérgica.
– Tengo junta de accionistas de una de mis empresas precisamente mañana al mediodía.
– Bueno, mala suerte -dije en tono resignado-. Pues ya nos veremos en la lectura del testamento. Gracias por llamarme.
Era un farol. No creía su historia y confiaba en que cedería. Si no, mi curiosidad, esas preguntas por responder, me obligarían a aceptar la cena.
– Te invito a cenar -repitió pesado.
– ¡Que no! -le grité al teléfono.
Hubo un silencio al otro lado de la línea.
– Vale, tú ganas -dijo al final-. Al cuerno con los accionistas. La compañía está en quiebra y les enviaré un telegrama diciéndoles que me he fugado con el dinero a Brasil. Te recojo en el hotel a las dos.
– ¿Tan tarde?
– Esto es España, ¿recuerdas, marimandona?
