La Biblia De Barro
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En Roma, un hombre se confiesa: Padre, me acuso de que voy a matar a un hombre. Al mismo tiempo Clara Tannenberg, una joven arqueologa nieta de un poderoso hombre de oscuro pasado, anuncia en el transcurso de un congreso el descubrimiento de unas tablillas que, de ser autenticas, serian la prueba cientifica de la existencia del patriarca Abraham: se trata de la obra de un escriba que recogio el relato del profeta sobre la creacion del mundo, la confusion de las lenguas en Babel y el Diluvio Universal. Una autentica Biblia de Barro. Junto a un equipo de arqueologos, poco antes del inicio de la ultima guerra del Golfo, Clara pondra en marcha unas arriesgadas excavaciones que alientan a muchas personas a acabar con su vida y la de su abuelo: desde millonarios traficantes de arte hasta cuatro amigos que no desistiran hasta culminar una implacable venganza. Tras el espectacular exito de La Hermandad de la Sabana Santa, Julia Navarro se consagra con esta electrizante novela en la que el lector viajara hasta los tiempos biblicos pasando por la Europa de la Segunda Guerra Mundial, Egipto, Siria, Estados Unidos, Italia, Francia, Espa?a y el Irak de los ultimos tiempos de Sadam.
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– Sé quién es Picot; desde luego, no es mi arqueólogo favorito, es un tanto heterodoxo, y las malas lenguas dicen que le invitaron a abandonar Oxford por una relación sentimental con una alumna, algo que está tajantemente prohibido en esa institución. Es un hombre que se aparta de las normas.
– No me dirá que, dada la situación, a usted le preocupan las normas. Picot cuenta con un grupo de antiguos alumnos que le adoran. Es rico. Su padre tiene un banco en las islas del Canal; en realidad era de la familia de la madre de Picot, y allí trabaja toda la familia a excepción de él. Es insoportable, pedante, déspota. Yo diría que es un arqueólogo con suerte, con la suerte de haber contado con una familia de dinero. Sí, ya sé que no es un mirlo blanco, pero es el único que se ha interesado por esas dos tablillas que encontró Alfred. Usted decide si quiere hablar con él. Picot es el único lo suficientemente loco como para irse a excavar a Irak.
– Hablaré con él, pero no me gusta como opción.
– Ahmed, usted no tiene ninguna otra opción. Siento decirlo así. Por cierto, Robert quiere que lleve una carta suya a Alfred. La enviará mañana. Vendrá una persona con ella desde Washington, me la dará a mí y yo se la entregaré a usted. Ya sabe que ambos han preferido siempre comunicarse a través de correos personales. La respuesta de Alfred la recogeremos está vez en Ammán, en vez de en El Cairo.
– ¿Sabe una cosa? Yo también me pregunto por qué precisamente ahora Alfred ha decidido hacer pública la existencia de esas tablillas y por qué el señor Brown después de su enfado ha decidido ayudarnos.
– ¿Sabe, Ahmed? Yo tampoco lo sé, pero ellos nunca se equivocan.