Los muros de Jeric?
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El mayor grupo de comunicaciones de nuestro tiempo posee para el gobierno de los Estados Unidos un valor estrat?gico mayor que el de ej?rcitos o flotas. Jaime, ejecutivo del grupo, un hombre que se debate entre los que fueron ideales de juventud y su actual estatus social aburrido y estable, conoce a Karen, una seductora y atractiva compa?era de trabajo que le introduce en un movimiento filos?fico-religioso continuador de los c?taros medievales. A partir de entonces, se ver? arrastrado a una aventura en la que poder, seducci?n, amor y muerte se aglutinan en una trama en la que el control del grupo parece ser el fin ?ltimo.
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Ya no cantaban. Decían que volverían en poco tiempo y liberarían el país.
»Los supervivientes del Partit, igual que los de otros grupos y partidos, recogieron las banderas y se encaminaron al destierro.
»Yo ya tenía catorce años y le dije a mi madre que me iba con ellos. Rosa María respondió que estaba loco y que ella no lo consentiría, pero yo repliqué que le había prometido a mi padre que lucharía por mi libertad y que no aceptaría humillaciones. Aun sintiéndolo, debía irme.
»La pobre mujer se decía que la locura debía de ser la única herencia que el padre dejaba al hijo, y me hizo hablar con el cura, con el maestro y con algunos familiares para que razonara. Pero no cambié mi decisión. «Joan, eres demasiado joven. Esperar unos años no hará que faltes a la promesa hecha a tu padre», argumentaba Rosa María para ganar tiempo. «Mamá, tú me enseñaste que mi palabra debe tener más valor que todo el dinero del mundo -repuse mirando con calma a sus profundos ojos-. ¿Quieres que te traicione también a ti?»
»Rosa María se dio cuenta de que había perdido. Pero era una buena comerciante e iba a negociar hasta el final. Y al fin consiguió que aceptara ir a Cuba, donde ella tenía un hermano que había establecido un comercio de importación-exportación. Éste me aceptaría como aprendiz y, naturalmente, se me trataría como de la familia.
»La buena mujer arregló mi viaje a Marsella en un barco de pesca que iría bordeando clandestinamente la costa. En Marsella tendría pasaje para La Habana.
»Me despedí de mi familia en el pequeño puerto al atardecer. «Joan, cuídate y escribe -me dijo mamá-. Sé trabajador y honrado, paga siempre tus deudas y jamás faltes a tu palabra.»
»Me quedé mirando a la pequeña mujer de ojos verdes, llenos de lágrimas, y de cabello oscuro con demasiadas canas. Nos abrazamos mientras acariciaba aquellas canas prematuras.
»En aquel momento me pregunté a cuál de los dos admiraba más, a Pere o a Rosa María. No supe responder.
»Hay preguntas a las que uno jamás encuentra respuesta por mucho que viva.
»Y subí al pequeño barco, rumbo a la libertad.
