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LÁPIDA FILIAL
Apegada a la seca fisura
del nicho, déjame que te diga:
– Amados pechos que me nutrieron
con una leche más que otra viva;
parados ojos que me miraron
con tal mirada que me ceñía;
regazo ancho que calentó
con una hornaza que no se enfría;
mano pequeña que me tocaba
con un contacto que me fundía:
¡resucitad, resucitad,
si existe la hora, si es cierto el día,
para que Cristo os reconozca
ya otro país deis alegría,
para que pague ya mi Arcángel
formas y sangre y leche mía,
y que por fin os recupere
la vasta y santa sinfonía
de viejas madres: la Macabea,
Ana, Isabel, Lía y Raquel!
NOCTURNO DE LA CONSUMACIÓN
A Waldo Frank.
Te olvidaste del rostro que hiciste
en un valle a una oscura mujer;
olvidaste entre todas tus formas
mialzadura de lento ciprés;
cabras vivas, vicuñas doradas
te cubrieron la triste y la fiel.
Te han tapado mi cara rendida
las criaturas que te hacen tropel;
te han borrado mis hombros las dunas
y mi frente algarrobo y maitén.
Cuantas cosas gloriosas hiciste
te han cubierto a la pobre mujer.
Como Tú me pusiste en la boca
la canción por la sola merced:
como Tú me enseñaste este modo
de estirarte mi esponja con hiel,
yo me pongo a cantar tus olvidos,
por hincarte mi grito otra vez.
Yo te digo que me has olvidado
– pan de tierra de la insipidez-
leño triste que sobra en tus haces,
pez sombrío que afrenta la red.
Yo te digo con otro [1] que "hay tiempo
de sembrar como de recoger".
No te cobro la inmensa promesa
de tu cielo en niveles de mies;
no te digo apetito de Arcángeles
ni Potencias que me hagan arder;
no te busco los prados de música
donde a tristes llevaste a pacer.
Hace tanto que masco tinieblas,
que la dicha no sé reaprender;
tanto tiempo que piso las lavas
que olvidaron vellones los pies;
tantos años que muerdo el desierto
que mi patria se llama la Sed.
La oración de colinas divinas [2]
se ha raído en la gran aridez,
y ahora tengo en la mano una nueva,
la más seca, ofrecida a mi Rey.
Dame Tú el acabar de la encina
en fogón que no deje la hez;
dame Tú el acabar del celaje
que su sol hizo y quiso perder;
dame el fin de la pobre medusa
que en la arena consuma su bien.
He aprendido un amor que es terrible
y que corta mi gozo a cercén:
he ganado el amor de la nada,
apetito del nunca volver,
voluntad de quedar con la tierra
mano a mano y mudez con mudez,
despojada de mi propio Padre,
rebanada de Jerusalem.
NOCTURNO DE LA DERROTA [3]
Yo no he sido tu Pablo absoluto
que creyó para nunca descreer,
una brasa violenta tendida
de la frente con rayo a los pies.
Bien le quise el tremendo destino,
pero no merecí su rojez.
Brasa breve he llevado en la mano,
llama corta ha lamido mi piel.
Yo no supe, abatida del rayo,
como el pino de gomas arder.
Viento tuyo no vino a ayudarme
y blanqueo antes de perecer.
Caridad no más ancha que rosa
me ha costado jadeo que ves.
Mi perdón es sombría jornada
en que miro diez soles caer;
mi esperanza es muñón de mí misma
que volteo y que ya es rigidez.
Yo no he sido tu Santo Francisco
con su cuerpo en un arco de “amén”,
sostenido entre el cielo y la tierra
cual la cresta del amanecer,
escalera de limo por donde
ciervo y tórtola oíste otra vez.
Esta tierra de muchas criaturas
me ha llamado y me quiso tener;
me tocó cual la madre a su entraña;
me le di, por mujer y por fiel.
¡Me metió sobre el pecho de fuego,
me aventó como cobra su piel!
Yo no he sido tu fuerte, Vicente,
confesor de galera soez,
besador de la carne perdida,
con sus llantos siguiéndole en grey,
aunque le amo más fuerte que mi alma
y en su pecho he tenido sostén.
Mis sentidos malvados no curan
una llaga sin se estremecer;
mi piedad ha volteado la cara
cuando Lázaro ya es fetidez,
y mis manos vendaron tanteando
incapaces de amar cuando ven.
Y ni alcanzo al segundo Francisco [4]
con su rostro en el atardecer,
tan sereno de haber escuchado
todo mal con su oreja de Abel,
¡corazón desde aquí columpiado
en los coros de Melquisedec!
Yo nací de una carne tajada
en el seco riñón de Israel,
Macabea que da Macabeos,
miel de avispa que pasa a hidromiel,
y he cantado cosiendo mis cerros
por cogerte en el grito los pies [5].
Te levanto pregón de vencida,
con vergüenza de hacer descender
tu semblante a este campo de muerte
y tu mano a mi gran desnudez.
Tú, que losa de tumba rompiste
como el brote que rompe su nuez,
ten piedad del que no resucita
ya contigo y se va a deshacer,
con el liquen quemado en sus sales,
con genciana quemada en su hiel,
con las cosas que a Cristo no tienen
y de Cristo no baña la ley.
Cielos morados, avergonzados
de mi derrota.
Capitán vivo y envilecido,
nuca pisada, ceño pisado
de mi derrota.
Cuerno cascado de ciervo noble
de mi derrota!
NOCTURNO DE LOS TEJEDORES VIEJOS
Se acabaron los días divinos
de la danza delante del mar,
y pasaron las siestas del viento
con aroma de polen y sal,
y las otras en trigos dormidas
con nidal de paloma torcaz.
Tan lejanos se encuentran los años
de los panes de harina candela
disfrutados en mesa de pino,
que negamos, mejor, su verdad,
y decimos que siempre estuvieron
nuestras vidas lo mismo que están,
y vendernos la blanca memoria
que dejamos tendida al umbral.
Han llegado los días ceñidos
como el puño de Salmanazar.
Llueve tanta ceniza nutrida
que la carne es su propio sayal.
Retiraron los mazos de lino
y se escarda, sin nunca acabar,
un esparto que no es de los valles
porque es hebra de hilado metal.
Nos callamos las horas y el día
sin querer la faena nombrar,
cual se callan remeros muy pálidos
los tifones, y el boga, el caimán,
porque el nombre no nutra al destino,
y sin nombre, se pueda matar.