Baile De Mascaras
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El baile de m?scaras, que por su t?tulo podr?a creerse que s?lo encierra la conocida intriga de carnaval, es en realidad el mero marco para desarrollar una tragedia profunda de sentimientos universales. Adem?s de reflejar con maestr?a diferentes tipos de la sociedad, Lermontov aborda un car?cter humano aun no reflejado en literatura. Arbenin, el personaje central, encarna la tragedia de los celos.
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SHPRIJ. - Yo no tengo apuro de dinero. No faltaba más; se lo he recordado por casualidad.
BARONESA. - Dime, ¿qué novedades hay?
SHPRIJ. - En la casa de un conde he escuchado una serie de historias... De allí vengo.
BARONESA. - ¿Y no sabe nada del príncipe Zviezdich y de Arbenin?
SHPRIJ. - (Asombrado) No..., no he oído nada...
De eso han hablado algo y ya no dicen nada... (Aparte) No me acuerdo de qué se trata.
BARONESA. - Si es ya del dominio público, no hay por qué comentarlo.
SHPRIJ. - Yo quisiera saber cuál es su opinión. .
BARONESA. - Ya han sido juzgados por la sociedad. Por otra parte, yo les podría regalar algún consejo; a él le diría que las mujeres valoran la tenacidad de los hombres, ellas quieren ser heroínas logradas por encima de millares de obstáculos. Y a ella le aconsejaría ser menos severa y más modesta... Adiós, señor Shprij, mi hermana me espera a almorzar; si no, me quedaría conversando a gusto con usted. (Alejándose) Estoy salvada. Ha sido una buena lección.
SHPRIJ. - (Solo) No se preocupe, yo he comprendido su insinuación. No he de esperar que me la repita. ¡Qué rapidez de inteligencia y de imaginación!
Aquí hay una intriga... ¡Oh, sí! Yo me meto en este lío; el príncipe me quedará agradecido y le serviré de agente...
Luego vendré aquí con nuevos datos y quizá entonces reciba los intereses de los cinco años.
ESCENA II
EL GABINETE DE ARBENIN
(Arbenin solo; luego el lacayo).
ARBENIN. - Es evidente que son celos, pero no encuentro las pruebas. Temo caer en un error, pero no tengo fuerza para soportarlo. Dejar las cosas como están y olvidar aquel delirio... Semejante vida es peor que la muerte. He visto a gente con alma fría que duerme tranquilamente durante la tempestad. ¡Cómo la envidio!
LACAYO. - (Entrando) Abajo está esperando un señor que ha traído una cartita para la señora, de parte de la condesa.
ARBENIN. - ¿De quién?
LACAYO. - No he comprendido.
ARBENIN. - ¿Una cartita para Nina? (Sale. El lacayo queda).
AFANASIO PAVLOVICH KAZARIN Y EL
LACAYO
LACAYO. - Recién acaba de salir el señor; espérelo un poco.
KAZARIN. - Bueno. Está bien.
LACAYO. - Se lo voy a comunicar. (Sale).
KAZARIN. - Estoy dispuesto a esperar un año, o cuanto quiera; señor Arbenin; yo esperaré. Mis asuntos valen más y estoy muy triste. Necesito un camarada muy hábil. No sería malo que él, a menudo tan generoso, que tiene más de tres mil siervos, techo y escudo, me ayude en esta ocasión. Habría que atraer nuevamente a Arbenin al juego. Será fiel a su pasado, sabrá defender a sus amigos y no se avergonzará ante los hijos. Para esta juventud hace falta sencillamente un puñal. Por más que le hables y te empeñes, no conocen ni la envidia, ni saben detenerse a tiempo, ni a tiempo demostrar su honradez. Mirad no más cuántos viejos llegaron a puestos importantes sólo con el juego. Desde el barro se vincularon con la sociedad y adelantaron; ¿y todo eso por qué es? Siempre sabían conservar la decencia, defender sus leyes, cumplir sus reglamentos, y vedlos con honores y millones...
KAZARIN Y SHPRIJ
SHPRIJ. - ¡Oh, Afanasio Pavlovich! ¡Qué milagro!
¡Qué contento estoy de verlo! No pensaba encontrarlo aquí.
KAZARIN. - ¡Y yo también! ¿Está de visita?
SHPRIJ. - Sí. ¿Y usted?
KAZARIN. - Como siempre.
SHPRIJ. - No está mal que nos encontráramos; tengo un asunto que resolver con usted.
KAZARIN. - Tú solías tener muchos asuntos, pero jamás te he visto ocupado en uno solo.
SHPRIJ. - (Aparte) Los buenos modos para ustedes están de más. Sin embargo, me hace falta...
KAZARIN. - Yo también debo hablarte sobre algo muy importante para mí.
SHPRIJ. - Pues bien, nos ayudaremos mutuamente.
KAZARIN. - ¿De qué se trata?... Habla.
SHPRIJ. - Permítame preguntarle sólo una cosa: he oído que su amigo Arbenin... (Haciendo un gesto aludiendo a que su amigo es un cornudo).
KAZARIN. - ¿Cómo?... ¡No puede ser! ¿Estás seguro?...
SHPRIJ. - Dios lo sabe. Hace cinco minutos que yo mismo he intercedido. ¿Quién ha de saber sino yo?
KAZARIN. - El demonio está siempre en todas partes.
SHPRIJ. - Ya ve; la esposa..., no recuerdo bien si fue en la misa. o en un baile de máscaras se encontró con un príncipe; ella le pareció bastante linda y muy pronto el príncipe fue dichoso y querido; de pronto la hermosa renegó de sus actitudes de la víspera y el príncipe, enfurecido, fue a contarlo en todas partes, sin tener en cuenta que podía pasar una desgracia. A mí me pidieron que arreglara ese asunto... Y comenzando, todo viene a punto bien maduro. El príncipe prometió callar y vuestro seguro servidor escribió una carta que inmediatamente se entregó a la dirección necesaria.
KAZARIN. - Ten cuidado, no te arranque las orejas.
SHPRIJ. - He estado en líos aún peores y he salido sin batirme en duelo.
KAZARIN. - ¿Y no has sido jamás herido?
SHPRIJ. - Para usted todas son bromas, risas... Yo siempre digo que no debe arriesgarse la vida sin objeto.
KAZARIN. - Desde luego, una vida así, por nadie apreciada, es un gran pecado arriesgarla sin utilidad.
SHPRIJ. - Dejemos esto a un lado; pues yo quería hablar con usted de algo muy importante.
KAZARIN. - ¿De qué se trata?
SHPRIJ. - Parece una anécdota, pero el asunto es el siguiente...
KAZARIN. - Habrá que aplazar todos los asuntos, pues me parece que se acerca Arbenin.
SHPRIJ. - No hay nadie todavía. Hace poco me han traído de parte del conde Vrut cinco perros de raza.
KAZARIN. - Por Dios, que tu anécdota es entretenida.