Shanna
Shanna читать книгу онлайн
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
– Gaitlier y la muchacha estarán aguardándonos -dijo él-. Nuestros buenos amigos no son muy pacientes y saben que a la larga tendremos que salir del pantano, pero esperarán que 1o hagamos mañana por 1a mañana, o más tarde. Ahora estarán lamiéndose sus heridas y bebiendo, para darse ánimos. Nos cambiaremos de ropa en terreno seco. -Levanto el otro lío-. No estarán alertados acerca de dos marineros comunes. ¿Ya has descansado 1o suficiente para seguir?
Shanna asintió. Ruark se metió nuevamente en el agua, se echó los líos al hombro y ayudó a, Shanna a bajar. Ahora avanzaron más lentamente, porque cualquier ruido podría delatados.
En una parte más alta encontraron un pequeño claro donde se quitaron la ropa. Las prendas que había encontrado Gaitlier eran camisetas rayadas de marinero, calzones hasta las rodillas, sombreros alados y sandalias. El problema de Shanna se hizo evidente en seguida, porque aun con la suelta camisa de marinero y los calzones cortos de su traje, era indudablemente una mujer.
Ruark sonrió y le indicó que volviera a quitarse la camisa. Desgarró la tela en la que había estado envuelto el lío en tiras anchas y vendó el pecho de ella hasta que quedó lo más plano posible. Metió más tela dentro de los calzones para disimular la curva de las caderas, hasta que ella se pareció más a un marinero, aunque un poco regordete.
Shanna metió su cabello dentro de su sombrero y bajó las alas para ocultar su rostro. Ruark añadió un pañuelo de colores para ocultar las líneas delicadas del cuello y retrocedió un paso para contemplar el resultado de sus esfuerzos.
– Inclina los hombros un poco -dijo él-. Ahora camina. -Soltó un gruñido-. Hum, nunca ningún marinero caminó así
Shanna lo miró, dejó caer más un hombro y torció un pie, como si fuera patizamba.
Ruark sonrió.
– Ajá, pirata Beauchamp. Nadie podría ahora adivinar quién eres. -Gaitlier está esperando con la muchacha -le recordó Shanna, y le entregó el justillo que él había arrojado sobre un arbusto.
Ruark extendió el justillo y puso dentro de el la comida que había quedado, la daga de plata y la pistola pequeña. El resto de la ropa lo metió debajo de un arbusto. Aseguró sus pistolas debajo de su cinturón. Después tomó un poco de lodo y ensució con él los brazos y piernas de Shanna, para disimular aún más la gracia femenina de ellos. Como no quiso desprenderse de su sable, tomó un palo de la misma longitud, envolvió los dos objetos con tiras de tela y embadurnó el conjunto con barro. Quedó un bastón de extraño aspecto, pero cuando las pistolas hubieran sido disparadas, le quedaría un arma que podría serle muy útil.
Así, un marinero pequeño, sucio y patizambo empezó a caminar con otro, muy apuesto, pero que cojeaba y se apoyaba en un bastón retorcido. La extraña pareja pasó a lo largo de la colina, saludó con la cabeza a un anciano de gafas y finalmente se detuvo en un lugar cercano a la goleta. Se tendieron a la sombra de una palmera y pareció que se quedaron dormidos.
La isla estaba silenciosa bajo el intenso calor de la tarde.
En el muelle, un hombre de gafas permanecía cerca de una joven y si uno observaba con atención, parecía que el hombre miraba frecuente y nerviosamente hacia la cima de la colina, donde un ojo alerta hubiera descubierto un delgado hilo de humo que se elevaba hacia el cielo. Entonces se oyó una explosión sorda y el humo aumentó. Toda la ladera pareció estallar en llamas.
De la aldea se elevaron gritos cuando una enorme bola de fuego se separó del resto y rodó pesadamente hasta detenerse contra el costado del blocao lleno de pólvora. Toda la población de la isla corrió a apagar el incendio. Desde el arroyo cercano se formaron brigadas que se pasaban cubos de agua de mano en mano.
Nadie notó al hombre que ayudó a la muchacha a subir a un pequeño bote que estaba junto al muelle. Los dos empezaron a remar hacia la goleta. Cuando los guardias a bordo del Good Hound fueron al otro lado del barco donde se acercaba la pareja, los dos marineros dormidos bajo la palmera se pusieron de pie, arrojaron sus sombreros entre los arbustos, se quitaron las sandalias y echaron a correr hacia la playa.
Ruark había desenvuelto su sable y hecho una bandolera con la tela embarrada, de modo que ahora el arma iba a su espalda, con la empuñadura cerca de su cuello. Al ver que estaba solo, se volvió y comprobó exasperado que Shanna estaba sacando frenéticamente una larga tira de tela de abajo de su blusa.
– No puedo respirar -jadeó ella- y menos podré nadar con esto-.
Por fin Shanna se libró de la venda y aspiró profundamente.
Tomados de la mano, se metieron en el agua y se zambulleron simultáneamente. Nadaron rápidamente hasta que estuvieron cerca del barco. Entonces avanzaron con cuidado, haciendo el menor ruido posible. Junto al casco, Ruark se izó lentamente por las cadenas. Después tendió una mano y tomó a Shanna de una muñeca. Gradualmente la izó del agua. Ella encontró una saliente y se apoyó contra el casco.
Ruark trepó hasta que pudo mirar sobre la borda. Dos guardias se apoyaron en la borda opuesta y desoían a Gaitlier, quien insistía en qué se los necesitaba en tierra para combatir el fuego. Con cautela, Ruark se izó y puso silenciosamente los pies sobre la cubierta. Se acercó con sigilo. De repente, uno de los hombres sintió un hombro en su espalda. Gritó y cayó de cabeza al agua por el empellón. El otro se volvió sorprendido, recibió un puñetazo e inmediatamente se reunió con sus compañeros. Salió a la superficie escupiendo y jadeando y los dos empezaron a nadar hacia la costa con enérgicas brazadas.
Ruark aferró el cabo atado a la proa del bote y acercó la pequeña embarcación al costado del barco. Arrojó la escala de cuerdas. Shanna gritó y él se volvió. El enorme mulato, desnudo y con una pistola y un machete en sus manos, salía corriendo de la cabina del capitán. Levantó la pistola pero Ruark desenvainó su sable, pues sus propias pistolas estaban mojadas y eran inútiles. El pirata apuntó para disparar cuando una persona trató de salir por la puerta y lo empujo.
Se oyó la voz de Carmelita:
– Eh, qué demonios…
El disparo estalló pero el proyectil salió desviado. El mulato rugió de rabia y de un golpe envió a Carmelita al interior de la cabina. Después gritó y cargó con su machete.
Ruark sabía que el disparo debía de haber atraído la atención de todos los que estaban en tierra, de modo que no había tiempo de trenzarse en un duelo. Sacó una pistola mojada con su mano izquierda y la arrojó a la cara del mulato, dejándolo atontado. Levantó el sable y golpeó con toda su fuerza. El pirata apenas resistió el golpe, dio un paso atrás y dejó caer el machete. Inmediatamente se volvió, corrió hacia la borda y se arrojó al agua.
Ruark miró hacia la orilla. Los gritos de los dos marineros habían atraído a muchos otros al borde del agua. Algunos corrían hacia un cobertizo donde había, según sabía Ruark, cuatro canoas, bien protegidas y siempre preparadas y cargadas.
Un ruido a sus espaldas hizo que Ruark se volviera, listo para presentar batalla nuevamente, pero esta vez tratabas solamente de Carmelita, envuelta a medias en una sábana. Ella vio el machete sobre la cubierta y el sable amenazador e imaginó 1o peor.
– ¡Yo no le he hecho ningún daño! -imploró-. ¡No me mate! En seguida corrió hacia la borda y se arrojó al agua como los otros. Gaitlier había ayudado a Dora a subir a cubierta y se apresuró a obedecer la orden de Ruark:
– ¡Corte el cabo de proa!
Ruark mismo corrió a la popa, tomó un hacha y cortó el cable del ancla. El barco empezó a balancearse libremente.
Ruark miró hacia la aldea. Las troneras de la casamata de gruesos troncos estaban abiertas y con amenazante lentitud estaba apareciendo la boca de un cañón, Hubo un relámpago y una nube de humo ocultó la casamata. Segundos después, se elevó un géiser de agua a varios metros de la popa, donde cayó una bala. Un disparo de cálculo. Los otros llegarían más cerca. La marea estaba alejando al Good Hound, pero con demasiada lentitud. Ruark gritó:
– ¡Icen una vela! ¡Cualquier vela!
Gaitlier encontró el cabo apropiado y 1o soltó; Shanna y Dora se le unieron con todo su peso y lentamente la vela empezó a subir. La brisa infló la lona suavemente y el barco empezó a moverse.
Ruark tomó el timón a fin de poner proa hacia el mar y alejarse del puerto. Hubo otro relámpago y esta vez el géiser se elevó cerca de la popa, salpicando con agua a Ruark.
Los cañones estaban instalados con el propósito de cubrir el canal entre los arrecifes, por donde podía esperarse un ataque. Podían volar a cualquier barco en pedazos, pero dentro de la barrera de bancos de arena se podía llegar al borde de la marisma y allí, entre una delgada cubierta de follaje, entrar en -el canal si uno conocía la entrada y Gaitlier la conocía.
La primera vela estaba izada y Gaitlier aseguró el cabo mientras Shanna desataba el siguiente. Con este podrían llegar al cabrestante de cubierta y pronto estuvieron haciéndolo girar.
El cañón disparó nuevamente y esta vez Ruark se agachó cuando la barandilla del alcázar se deshizo en astillas y el enorme proyectil cayó al mar después de rozar el palo de mesana.
Ruark sintió el golpe en su muslo pero se acercó nuevamente a la rueda del timón, la aferró, y apoyándose en la bitácora, puso nuevamente la goleta en la dirección conveniente.