Que dificil es ser Dios

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Que dificil es ser Dios
Название: Que dificil es ser Dios
Дата добавления: 15 январь 2020
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Que dificil es ser Dios - читать бесплатно онлайн , автор Стругацкие Аркадий и Борис

Aquellos fueron d?as en los que aprend? lo que es sufrir, lo que es sentir verg?enza, lo que es la desesperaci?n. PEDRO ABELARDO Debo advertirle lo siguiente: para cumplir esta misi?n ir? usted armado con el fin de infundir m?s respeto. Pero en ning?n caso se le permitir? hacer uso de sus armas, sean cuales sean las circunstancias. ?Ha comprendido? ERNEST HEMINGWAY

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— ¿Aquí? — preguntó una voz áspera junto a la ventana.

— Sí, me parece que es aquí.

— ¡Alto!

Se oyó un taconeo por los escalones de la entrada, e inmediatamente varios puños empezaron a golpear la puerta. Kira se estremeció y se abrazó a Rumata.

— Espera, pequeña — dijo él, apartando la colcha.

— Vienen a por mí — susurró Kira -. Lo sabía.

Rumata se soltó de los brazos de Kira y corrió hacia la ventana.

— ¡En nombre del Señor! — gritaron abajo -. ¡Abrid! ¡Si derribamos la puerta será peor!

Rumata descorrió la cortina, y la luz vacilante de las antorchas penetró en la habitación. Abajo se agolpaban muchos jinetes vestidos de negro, con capuchones puntiagudos. Rumata los estuvo contemplando durante varios segundos, y luego se fijó en el marco de la ventana. Como de costumbre, era un marco fijo que no permitía abrirla. Empezaron a golpear la puerta con algo muy pesado. Rumata buscó su espada en la oscuridad y rompió los vidrios con la empuñadura. Se oyó como los trozos caían en el empedrado.

— ¡Eh! — gritó Rumata -. ¿Qué estáis haciendo? ¿Acaso estáis ya hartos de la vida?

Los golpes en la puerta cesaron.

— Siempre han de meter la pata — gruñó alguien abajo -. El noble Don está en la casa. . — ¿Y eso qué importa? — dijo otro.

— Claro que importa. Es la primera espada del mundo.

— Decían que se había marchado, y que no regresaría hasta mañana.

— ¿Acaso os habéis asustado?

— Asustado no, pero contra él no nos han ordenado nada. Y a lo mejor tenemos que matarlo.

— Lo que hace falta es que no nos hiera él a nosotros.

— Lo ataremos. Lo heriremos primero, y luego lo ataremos. ¡Hey! ¿Quién tiene por aquí una ballesta?

— No nos herirá. Todo el mundo sabe que ha jurado no matar a nadie.

— ¡Juro que os mataré a todos! — gritó entonces Rumata, y su voz tenía un tono de horrible certeza.

Kira se apretó contra él. Rumata sintió cómo su corazón latía apresuradamente.

— ¡Derribad la puerta, hermanos! — dijo alguien abajo -. ¡En nombre del Señor!

Rumata se giró y observó a Kira. La muchacha lo miraba como antes, con pánico y esperanza mezclados. En sus secos ojos danzaban los reflejos de las antorchas.

— ¿Estás asustada, pequeña? — le dijo tiernamente -. ¿De esa chusma? Ve a vestirte: aquí ya no tenemos nada que hacer — Rumata empezó a colocarse su cota de malla metaloplástica -. Ahora verás: los haré huir como conejos, y luego nos marcharemos. Iremos al castillo de Pampa.

Ella estaba junto a la ventana, mirando hacia abajo. Los rojizos reflejos de las antorchas danzaban por su rostro. Abajo seguían golpeando. Algo crujió. Rumata sintió como el corazón se le oprimía de lástima y ternura. Los echaré a palos, pensó; como si fueran perros. Se agachó para buscar a tientas su segunda espada, y cuando volvió a incorporarse Kira ya no estaba mirando por la ventana, sino aferrándose desesperadamente a la cortina para no caer. — ¡Kira! — gritó.

Corrió hacia ella. Una saeta de ballesta atravesaba su garganta, y otra estaba profundamente enterrada en su pecho. La tomó en brazos, y la llevó rápidamente a la cama.

— ¡Kira! — sollozó. Ella lanzó una mezcla de suspiro y estertor y se envaró. Notó la frenética presión de su mano -. ¡Kira! — repitió. Pero ella no respondió.

Rumata permaneció unos momentos a su lado. Había lágrimas en sus ojos. Luego se levantó penosamente, empuñó las espadas, bajó despacio las escaleras, llegó al vestíbulo, y esperó a que derribaran la puerta.

Epilogo

— ¿Y después? — preguntó Anka.

Pashka apartó los ojos de ella, se dio una palmada en la rodilla, se inclinó y cogió una fresa que crecía allí mismo, bajo sus pies. Anka aguardó.

— Después… — murmuró él -. Nadie sabe lo que pasó después, Anka. Dejó el transmisor arriba, y cuando la casa comenzó a arder los del dirigible de patrulla comprendieron que algo malo ocurría y se dirigieron a Arkanar. Previsoramente, echaron sobre la ciudad unos cuantos cartuchos de gas somnífero. De la casa ya sólo quedaban unos rescoldos, y al principio no supieron qué hacer. No sabían si estaba vivo ni dónde buscarlo. Pero entonces vieron… — Pashka se interrumpió -. Bueno, no tardaron en ver por dónde había pasado.

Pashka hizo una pausa y fue metiéndose en la boca varias fresas, una tras otra.

— Por fin llegaron a palacio… y allí estaba.

— ¿Cómo?

— Dormido por el gas somnífero. En cuanto a los demás… bueno, unos estaban dormidos, y los otros… entre ellos Don Reba. — Pashka miró por unos instantes a Anka y volvió a retirar la vista -. Recogieron a Antón y lo llevaron a la Base. Pero comprende, Anka, él no quiere contar nada. Y, en general; ahora habla muy poco.

Anka estaba sentada, pálida y envarada. Miraba, por encima de la cabeza de Pashka, el claro que había delante de la casa. Los pinos se balanceaban y susurraban suavemente. Unas vaporosas nubes recorrían perezosamente el espacio azul del cielo. — ¿Y la muchacha? — preguntó. — No sé — respondió Pashka secamente. — Oye, Pashka… ¿crees que hice mal en venir? — Al contrario. Creo que se alegrará de verte. — Me parece que debe haberse escondido tras algún matorral desde el que puede vernos sin que nosotros lo veamos a él, y está esperando a que yo me vaya. Pashka se echó a reír.

— En absoluto. Antón no es de los que se esconden en los matorrales. Simplemente, no sabe que estás aquí. Debe estar pescando, como siempre. — Y contigo, ¿cómo se comporta? — De ninguna manera. Me soporta, simplemente. Pero contigo es distinto.

Permanecieron en silencio durante un buen rato.

— Anka — dijo de pronto Pashka -, ¿recuerdas la carretera anisótropa?

Anka frunció el ceño.

— ¿Cuál?

— La anisótropa. Aquélla en que estaba colgado el «ladrillo». ¿Recuerdas? Fuimos los tres.

— Sí, lo recuerdo. Fue Antón quien dijo que era anisótropa.

— Antón siguió entonces la dirección prohibida, y cuando regresó nos dijo que había visto un puente volado y el esqueleto de un fascista encadenado a una ametralladora.

— Sí, lo recuerdo — dijo Anka -. Pero, ¿qué quieres decir con ello?

— A menudo suelo recordar esa carretera — dijo Pashka -. Como si existiera alguna relación… Aquella carretera era anisótropa, como la historia. Por ella no se podía ir hacia atrás. Pero Antón lo hizo… y tropezó con el esqueleto.

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