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Rihla

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Rihla
Название: Rihla
Дата добавления: 16 январь 2020
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Rihla - читать бесплатно онлайн , автор Aguilera Juan Miguel

En el a?o 890 de la J?gira, Lis?n al-Aysar, erudito ?rabe del reino de Granada, convencido de la existencia de un mundo m?s all? del oc?ano, se embarca en una gran expedici?n. En esta rilha le acompa?ar?n aventureros ?rabes, corsarios turcos, caballeros sarracenos, un hechicero mameluco y un piloto vizca?no, renegado y borracho. Descubrir?n una tierra lujuriosamente f?rtil y deber?n enfrentarse a sus extra?os pobladores: hombres-jaguar, guerras floridas y sacrificios humanos. El viaje llevar? a Lis?n a alcanzar una nueva sabidur?a, conocer la magia, recuperar el motor y vivir una gran aventura. Una original novela que nos sumerge en una emocionante y ex?tica aventura y nos invita a reflexionar sobre las culturas ajenas y la propia, del pasado y del presente.

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– No tiene por qué suceder algo así. Los mexica son poderosos, pero su ciudad está muy lejos. Necesitan aliados en esta costa, no enemigos.

– Y los tienen, como ya te he dicho. En Amanecer vi a los nahual y a varios sacerdotes mexica. Pero tampoco habrá esperanza para los cocom. Cuando acaben con nosotros los obligarán a pelear es sus guerras floridas, hasta que agoten la última gota de su sangre.

– Tú sólo deseas la gloria de la guerra.

– Te equivocas -dijo el nacom con amargura-. Pero ojalá fuera yo el equivocado.

Koos Ich dejó su cuenco, vacío ya de pulque. Se puso en pie y, sin añadir nada más, se alejó en dirección al Templo de las Águilas.

Na Itzá siguió bebiendo en silencio, con su mente confusa por el miedo y el alcohol.

Lisán y Sac Nicte salieron juntos de la choza. Caminaron entre los árboles hasta uno de los edificios de piedra y sombras que formaba parte del complejo del Templo. Era una torre rematada por una cúpula semiesférica. Sus cuatro puertas, le explicó Sac Nicte, señalaban los cuatro ángulos del Mundo. Atravesaron la entrada que se encaraba al mediodía y accedieron a un corredor circular, donde otras cuatro puertas alineadas con los puntos cardinales conducían al núcleo interno. Éste había sido construido con ladrillo rojo, y por su interior se entrelazaban, una alrededor de la otra, dos escaleras de caracol que desembocaban en la parte superior del edificio. Tomaron una de ellas y Lisán caminó en silencio detrás de la sacerdotisa. La sensación de ahogo que le causó la estrechez de las paredes se vio aumentada por la oscuridad y el halo de misterio que envolvía el lugar.

Llegaron a una amplia sala circular. Los códices de papel plegado se amontonaban en apretadas pilas junto a las paredes. Un sacerdote solitario estaba sentado en el suelo, con las piernas dobladas frente a un códice en blanco que iba desplegando lentamente como un biombo. Tenía otro al lado, también abierto, con las tapas de piel de jaguar; sus hojas estaban cubiertas de diminutos caracteres que iba copiando en el códice en blanco.

Lisán se acercó a él y observó su trabajo. Su maestría era asombrosa. Manejaba un pincel bastante grueso, pero era capaz de trazar con él caracteres diminutos con los que llenaba una página tras otra a gran velocidad. De repente, se dio cuenta de algo: siempre dibujaba los mismos cuatro símbolos. Sólo cuatro círculos intersecados en diferentes ángulos por otros tantos círculos menores, repetidos una y otra vez a lo largo de las páginas, en diferente orden. No eran exactamente iguales, pero sí muy parecidos a los cuatro que estaban grabados en una de las caras del medallón de oro que le había entregado Baba.

– ¿Qué es esto? -preguntó.

– Es el Códice de la Vida. Un fragmento de él, pues está formado por muchos ejemplares, guardados en archivos situados bajo tierra. También he observado la semejanza entre los caracteres del Códice y los de tu amuleto de oro. Quizás eso explique por qué los cocom te dejaron vivir.

El andalusí tomó el recipiente de jade que contenía la tinta con la que el sacerdote iba dibujando esos símbolos. Lo acercó a su nariz y olió.

– ¿Podéis decirme la composición de esta tinta?

El sacerdote interrumpió su trabajo y dijo:

– Está hecha con pelo de venado calcinado y…

– Rocío recogido al amanecer -concluyó Lisán.

– Beey. Conocéis el procedimiento…

Sac Nicte también lo miró asombrada.

– En mi mundo la hacemos con lana de cordero previamente impregnada de rocío. Y llamamos a esta tinta «almásiga». Según la tradición sufí, es la única adecuada para escribir versículos de nuestro Libro Sagrado.

– Tú eras un sufí, ¿no es así? -le preguntó Sac Nicte-. ¿Qué significa esa palabra?

– Significa «lana». Porque el pelo de los animales es un imán que puede atraer la virtud del cielo.

– ¿Vuestro libro también fue dictado por Dios?

– Beey. A través de uno de sus arcángeles.

Lisán se inclinó sobre el códice y lo observó nuevamente, con una actitud que ahora era más respetuosa. Le preguntó al sacerdote si podía tocarlo y éste le hizo un gesto invitándolo a hacerlo. El andalusí estudió las páginas, una tras otra: los mismos cuatro símbolos repetidos de forma interminable a lo largo del papel. ¿Era posible una escritura basada en un alfabeto de cuatro letras?

– ¿Podéis leerlo? -preguntó.

– Aún no. Cada generación de Uija-taos ha transcrito, a lo largo de su vida, un fragmento del Libro. Pensamos que cuando esté terminado, dentro de muchas generaciones, recibiremos las claves para descifrarlo.

– Pero… ¿tenéis alguna idea de lo que significa?

– Es la escritura de los dioses -dijo ella-. El poder para crear vida, tal y como Nun-Yal-He hace.

Fueron interrumpidos por la llegada de varios sacerdotes que saludaron con respeto al andalusí.

– El Uija-tao nos ha enviado para que te enseñemos la cuenta de los años, meses y días, las fiestas y ceremonias, las fechas fatales, y el remedio para los males -dijo uno de ellos, inclinándose ceremoniosamente.

14

Las palmadas casi continuas con que las mujeres amasaban las tortillas de maíz eran el habitual sonido de fondo de Uucil Abnal al amanecer.

Y, como cada día, Lisán se encontró con Piri Muhyi en el Templo de los Escribas.

Durante los últimos meses, el aprendizaje había marcado sus jornadas, con tanta exactitud como el sonido de las palmadas o las fases de la luna, estableciendo el paso de un estado de conocimiento a otro, de una forma de ver el mundo a otra de entenderlo. Pero si Lisán había llegado a pensar que el Uija-tao lo había considerado especial, pronto comprendió su error. Los cinco náufragos habían recibido un trato semejante y a todos se les había ofrecido la oportunidad de aprender de los sacerdotes. Pero únicamente él y Piri acudían diariamente al Templo, pues el joven turco estaba fascinado con los mapas y las cartas que había encontrado en sus anaqueles.

– No entiendo el significado de gran parte de esto -le confesó a Lisán, mientras los sacerdotes continuaban con su trabajo sin prestar atención al recién llegado-. Los conocimientos que posee esta gente sobre las cosas del cielo y de los astros van mucho más allá de lo que nuestros filósofos hayan podido soñar jamás. Fíjate en esos ventanucos, por ejemplo. Se asoman directamente al mediodía y al poniente, y la visual de las diagonales que van de una ventana a otra, marcan con precisión la posición de un suceso astronómico en el horizonte… ¡Todo el edificio es una máquina para observar los cielos! ¿No te parece asombroso?

Lisán sonrió ante el entusiasmo de su joven amigo. Para él, el conocimiento de las cosas era siempre una experiencia emocionante, y demasiadas veces despreciaba su posible sentido práctico. Pero no era el caso de Piri. El turco se acercó a uno de los silenciosos sacerdotes y le pidió el códice en el que éste trabajaba. Con cuidado, lo desplegó ante Lisán, quien observó los símbolos y anotaciones que llenaban la larga tira de papel.

– Fíjate, aquí está todo -dijo Piri-. Cientos de años de observaciones celestes minuciosamente anotadas y registradas. Una carta de navegación de los itzá. Observa qué cosa tan maravillosa; aquí están señaladas las poblaciones de la costa, y aquí los pasos en la barrera de arrecife. Nosotros estamos aquí, este punto es Uucil Abnal.

Asombrado por la perfección de aquel mapa, Lisán siguió el trazado de la costa con su dedo.

– Pero…

– Efectivamente, amigo mío -rió Piri-. No estamos en una isla, sino en un continente inmenso. Y mira esto… al otro lado del océano están nuestras tierras, nuestro mar y nuestras costas… ¿Las reconoces?

– Sí. Aunque nunca había visto un mapa tan detallado.

– Observa esta otra tierra ignota… -Piri pasó las páginas plegadas como un biombo del códice-. Un inmenso continente al sur, cubierto por completo de hielo.

– Es asombroso.

– ¿Puedes imaginar el valor de estas cartas para un navegante? En la práctica, esto representa tener el mundo en tus manos. No hay nada que no pudiera hacer un buen piloto con mapas como éstos, ni lugares que no pudiera alcanzar.

– Estás muy emocionado, amigo mío -dijo Lisán-, pero debo recordarte que somos prisioneros de estas tierras y que sin una nave adecuada de nada nos valen todas esas cartas.

Piri lo miró fijamente y dijo:

– No tengo intención de quedarme aquí para siempre. Estos hombres son expertos navegantes, conocen esta costa como la palma de su mano…

– ¿No pretenderás que crucemos el mar Océano a bordo de uno de esos troncos ahuecados?

– Escucha, esto es más importante que tu vida o que la mía. ¿Es que no lo ves?

– No entiendo a qué te refieres.

Piri golpeó el primer códice con el dorso de la mano.

– Esto, faquih. debes comprenderlo mejor que nadie. Esto va a cambiar las artes de navegar. Nuestras naves recorrerán el mundo entero, conquistándolo e incorporando tierras sin fin a la Verdadera Fe. Ninguna nación de infieles podrá oponérsenos. El dominio del mar será nuestro para siempre…

– Pero… ¿cómo esperas regresar a nuestro mundo? ¿Has pensado en eso?

– Construiremos un barco. Un barco de verdad. Estas gentes saben trabajar la madera, hagamos que ensamblen una nave de tablas, algo menor que un jabeque si quieres, pero lo bastante grande para que nos transporte con seguridad a través del mar.

– ¿Tú conoces los procedimientos? Yo no. No sabría por dónde empezar. No soy carpintero y necesitaríamos uno bastante bueno, con el gálibo necesario para construir un batel o una chalupa.

Piri miró con asombro al andalusí. Se había acostumbrado a consultarle cada vez que se tropezaba con algo que no comprendía, y había llegado a creer que no existían límites para su ciencia. Pero, en aquel momento, Lisán advirtió la decepción en el rostro del turco y recordó el día que se habían reencontrado, poco después de su experiencia en el cenote. Dragut y Piri le pidieron que les contara cómo habían muerto el resto de los náufragos de la Taqwa. Pero, mientras les relataba el sacrificio, Lisán se sintió sobrecogido por aquel terrorífico recuerdo, se derrumbó y empezó a llorar ante los dos asombrados turcos, que no supieron cómo reaccionar. Desde su punto de vista, el hecho de que un hombre hiciera semejante demostración era incomprensible y les resultaba turbador. Pero los andalusíes no parecían sentir ningún pudor en mostrar sus sentimientos.

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