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Neuromante

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Neuromante
Название: Neuromante
Автор: Gibson William
Дата добавления: 16 январь 2020
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Neuromante - читать бесплатно онлайн , автор Gibson William

«El cielo sobre el puerto era del color de la televisi?n, sintonizada en un canal muerto.» El primer enunciado de la novela de Gibson establece el tono de esta historia ultramoderna de gente que se mueve en un paisaje electr?nico. Siguiendo las huellas de Alfred Bester, William Burroughs y (tal vez) Samuel R. Delany, pero inspir?ndose en los sue?os del Silicon Valley, el autor ha creado un thriller rom?ntico y triste, tan actual como los juegos de video, los trasplantes de ?rganos y la investigaci?n sobre inteligencia artificial, todo lo cual tiene su papel en la narraci?n. Es un libro ?gil, s?lidamente escrito, ingeniosamente inventivo, ocasionalmente divertido y siempre po?tico, a veces desconcertante y tan bien ajustado como un circuito de microchip. Tiene algunos de los defectos previsibles en un primer libro: efectos algo forzados y una complejidad excesiva que una y otra vez entorpece la l?nea narrativa. Pero son defectos propios de una ambici?n aut?ntica y de un talento exuberante. El h?roe, Case, es un vaquero computarizado, con cultura callejera. Gracias a la utilizaci?n de su sofisticado equipo electr?nico del mundo del siglo XXI, es capaz de entrar en el «ciberespacio», un ?rea donde la informaci?n acumulada de los circuitos de ordenadores del planeta adquiere una realidad aparentemente tridimensional. Movi?ndose en el ciberespacio, puede alterar los programas de computaci?n y penetrar en la memoria de los bancos comerciales para robar valiosos datos.

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12:06:26.

El virus de Case había abierto una ventana en el hielo de órdenes del archivo. Tecleó y se encontró con un infinito espacio azul en el que había esferas de colores codificados, sobre una apretada retícula de neón azul claro.

En el no-espacio de la matriz, el interior de una determinada estructura de información tenía una dimensión subjetiva ilimitada; una calculadora de juguete, operada mediante los Sendai de Case, habría presentado ilimitadas lagunas de vacío mediante unas pocas órdenes básicas. Case comenzó a teclear la secuencia que el finlandés había comprado a un sarariman de grado medio con graves problemas de adicción. Empezó a planear por las esferas como si siguiera pistas invisibles.

Aquí. Ésta.

Abriéndose paso hacia el interior de la esfera, se encontró bajo una gélida bóveda de neón azul, sin estrellas, y lisa como vidrio helado; disparó un subprograma que provocó ciertas alteraciones en las órdenes de protección del núcleo.

Ahora afuera. Invirtiendo fluidamente, mientras el virus rehacía la trama de la ventana.

Hecho.

En el vestíbulo de la Senso /Red, dos Panteras Modernos estaban sentados en actitud de alerta detrás de una máquina jardinera rectangular, grabando el desorden con una cámara de vídeo. Ambos llevaban trajes de camaleón.

– Los de Tácticas están levantando barricadas de espuma -apuntó uno de ellos, hablándole al micrófono que tenía en la garganta-. Los Rápidos siguen tratando de que el helicóptero aterrice.

Case movió el interruptor de simestim. Y entró en la agonía de un hueso roto. Molly estaba rígida contra la pared ciega y gris de un largo pasillo; respiraba con ronquidos entrecortados. Instantáneamente Case regresó a la matriz; una intensísima punzada de dolor se le desvaneció en el muslo derecho.

– ¿Qué está pasando, Prole? -preguntó al enlace.

– No lo sé, Cortador. La Madre ha callado. Espera.

El programa de Case estaba rotando. Un finísimo hilo de neón rojo se extendía desde el centro de la ventana restaurada hasta la silueta cambiante del rompehielos. No tenía tiempo para esperar. Tomó aliento y volvió a Molly.

Molly dio un paso, intentando apoyarse en la pared del pasillo. En la buhardilla, Case gimió. El segundo paso la llevó por encima de un brazo extendido. Una manga de uniforme, brillante de sangre fresca. La fugaz imagen de una cachiporra de fibra de vidrio hecha trizas.

La visión de Molly parecía haberse reducido a una sola línea. Cuando dio el tercer paso, Case gritó y se encontró de nuevo en la matriz.

– ¿Prole? Boston, cariño… -La voz apretada por el dolor. Tosió. – Problemitas con los nativos. Creo que uno de ellos me rompió la pierna.

– ¿Qué necesitas ahora, Madre Gata? -La voz del enlace era indistinta, casi perdida entre la estática.

Case hizo un esfuerzo y volvió a conectar. Molly estaba apoyada en la pared, cargando todo su peso sobre la pierna derecha. Hurgó en el bolsillo de canguro del traje y sacó una lámina de plástico tachonada con dermodiscos multicolores. Escogió tres y los apretó con fuerza en la muñeca izquierda, sobre las venas. Seis mil microgramos de endorfina análoga descendieron sobre el dolor como un martillo y lo hicieron pedazos. La espalda se le arqueó convulsivamente. Unas ondas rosadas de calor le invadieron los muslos. Suspiró y se relajó poco a poco.

– Está bien, Prole. Ahora está bien. Pero cuando salga necesitaré un equipo médico. Dile a mi gente. Cortador, estoy a dos minutos del blanco. ¿Puedes quedarte?

– Dile que estoy dentro y me quedo -dijo Case.

Molly comenzó a cojear por el pasillo. La única vez que miró hacia atrás, Case vio los cuerpos retorcidos de tres vigilantes de la Senso /Red. Uno de ellos parecía no tener ojos.

– Los de Tácticas y los Rápidos han sellado la planta baja, Madre Gata. Barricadas de espuma. El vestíbulo se está poniendo interesante.

– Muy interesante aquí abajo -dijo ella al pasar entre dos puertas de acero gris-. Ya falta poco, Cortador.

Case regresó a la matriz y se quitó los trodos de la frente. Estaba empapado en sudor. Se secó con una toalla, tomó un breve sorbo de agua de la botella de ciclista que había junto al Hosaka, y consultó el plano del archivo. Un palpitante cursor rojo se arrastraba por la silueta de una puerta, a escasos milímetros del punto verde que indicaba la ubicación de la estructura del Dixie Flatline. Se preguntó cómo le quedaría la pierna al caminar de esa manera. Con la suficiente endorfina análoga, sería capaz de caminar sobre muñones sangrientos. Apretó el arnés de nailon que lo sujetaba a la silla y se volvió a poner los trodos.

Ahora era rutina: trodos, sentarse, y alternar estados.

El archivo de investigación de la Senso /Red era un espacio cerrado de almacenamiento; los materiales almacenados allí tenían que ser físicamente retirados antes de que los llevaran a internase. Molly cojeaba entre filas de idénticos armarios grises.

– Dile que cinco más y luego diez a la izquierda, Prole -dijo Case.

– Cinco más y diez a la izquierda, Madre Gata -dijo el enlace.

Ella dobló a la izquierda. Una bibliotecaria de rostro lívido, arrinconada entre dos armarios, con las mejillas empapadas, los ojos en blanco. Molly la ignoró. Case se preguntó qué habrían hecho los Modernos para provocar tal grado de terror. Sabía que tenía algo que ver con una falsa amenaza, pero había estado demasiado atento al hielo para seguir la explicación de Molly.

– Ése es -dijo Case, pero ella ya se había detenido frente al armario donde estaba la estructura. El diseño le recordó a Case las estanterías neoaztecas de la antesala de Julie Deane en Chiba.

– Hazlo, Cortador -dijo Molly.

Case pasó al ciberespacio y transmitió una orden que viajó por el hilo rojo a través del hielo del archivo. Cinco sistemas de alarma estaban convencidos de que funcionaban todavía. Las tres complicadas cerraduras se desactivaron, pero consideraron que habían permanecido cerradas. La memoria permanente del banco central sufrió una pequeñísima alteración: la estructura había sido retirada por orden ejecutiva un mes antes. Si un bibliotecario quisiese verificar la autorización, encontraría los registros borrados.

La puerta se abrió sobre unas bisagras silenciosas.

– 0467839 -dijo Case, y Molly sacó del anaquel una unidad negra de almacenamiento. Se parecía al cargador de un gran rifle de asalto: tenía la superficie cubierta con adhesivos de advertencia e índices de seguridad.

Molly cerró la puerta del armario y Case regresó a la matriz.

Extrajo la línea a través del hielo del archivo. La línea regresó en seguida al programa y activó automáticamente una reversión completa del sistema. Las puertas de la Senso /Red se cerraron tras él. Los subprogramas se reintrodujeron en el núcleo del rompehielos cuando él dejó atrás las puertas donde habían sido emplazados.

– Fuera, Prole -dijo, y se derrumbó en la silla. Luego de concentrarse en la implementación de un programa, era capaz de continuar conectado y sin embargo consciente de su propio cuerpo. Podrían pasar días antes de que Senso/Red descubriese el robo de la estructura. La clave sería la desviación de la transferencia de Los Ángeles, que coincidía demasiado exactamente con el operativo de terror de los Modernos. Dudaba que los tres vigilantes con que Molly se había encontrado en el pasillo viviesen para contarlo. Volvió a cambiar de fase.

El ascensor, con la caja de herramientas de Molly sujeta al tablero de control, permanecía donde ella lo había dejado. El vigilante yacía aún aovillado en el suelo. Case advirtió el dermo que tenía en el cuello por primera vez. Algo de Molly, para mantenerlo sometido. Ella pasó por encima del vigilante y quitó la caja de herramientas antes de oprimir el botón de VESTÍBULO.

Cuando la puerta del ascensor se abrió, con un sonido sibilante, una mujer que estaba entre la multitud se abalanzó de espaldas hacia el ascensor y golpeó de cabeza contra la pared de atrás. Molly la ignoró, inclinándose para quitar el dermo del cuello del vigilante. Luego, de un puntapié arrojó los pantalones blancos y el impermeable rosado fuera del ascensor; tiró también las gafas oscuras y se arregló la capucha sobre la frente. La estructura, metida en el bolsillo canguro, le punzaba el esternón. Salió del ascensor.

Case había presenciado el pánico anteriormente, pero nunca en un recinto cerrado.

Los empleados de la Senso /Red, después de salir en tropel de los ascensores, habían arremetido contra la salida, sólo para encontrarse con las barricadas de espuma de los Tácticos y los rifles de arena de los Rápidos del EMBA. Los dos grupos, convencidos de que mantenían a raya una horda de asesinos potenciales, se ayudaban mutuamente con una eficiencia poco característica. Más allá de los restos de las puertas principales, había cuerpos apilados en medio de las barricadas. Los latidos huecos de las pistolas antimotín servían de fondo al ruido que hacía la muchedumbre mientras iba y venía atropelladamente sobre el pavimento de mármol del vestíbulo. Case nunca había escuchado un ruido semejante.

Tampoco Molly, aparentemente. -Jesús -dijo. Y vaciló. Era como un lamento in crescendo hacia un ululante aullido de terror crudo y absoluto. El suelo del vestíbulo estaba cubierto de cadáveres, de ropas de sangre, y de largas y pisoteadas tiras de papel amarillo.

– Vamos, hermana. Nos toca salir. -Los ojos de los Modemos miraban fijamente desde la enloquecida agitación del policarbono; sus trajes no se adecuaban a la vorágine de formas y colores que se movía detrás de ellos.- ¿Estás herida? Vamos, Tommy te ayudará. -Tommy le dio algo al que hablaba: una cámara de vídeo envuelta en policarbono.

– Chicago -dijo ella-. Estoy en camino. -Y entonces comenzó a caer, no sobre el suelo de mármol, pringado de sangre y vómito, sino a un pozo tibio como la sangre, al silencio y la oscuridad.

El líder de los Panteras Modernos, quien se presentó como Lupus Yonderboy, llevaba un traje de policarbono con un dispositivo de grabación que le permitía reproducir sonidos de fondo a voluntad. Posado sobre la mesa de trabajo de Case, como una especie de gárgola de arte de vanguardia, miraba a Case y a Armitage con ojos entornados. Sonreía. Tenía el pelo rosado. Una selva multicolor de microsofts se erizaba detrás de su oreja izquierda, que era puntiaguda y estaba coronada por más pelos rosados. Le habían modificado las pupilas para que captaran la luz como las de un gato. Case le miró el traje, sobre el que se movían colores y texturas.

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