Los cuervos del Zangre
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Despu?s de dos a?os encadenado a un remo en una galera roknari, Lupe de Cazaril, noble de sangre, regresa a su casa en Chalion como un hombre humilde y an?nimo, cruelmente marcado por el l?tigo y las penurias. Sin tierras, con los honores adquiridos en batalla y los viejos rencores casi olvidados, ahora s?lo aspira a servir en el mismo castillo en el que una vez fue paje. Sin embargo, los dioses de Chalion parecen haberle reservado otro destino.
Tras convertirse en secretario y tutor de Iselle, la nieta de los se?ores de Chalion, Cazaril se ver? pronto implicado en las intrigas, la corrupci?n y las oscuras tramas de la corte que florecen bajo el d?bil mandato de Orico. La ambici?n que rodea el futuro de la joven Iselle y el poder de Chalion le obligar?n a enfrentarse de nuevo a los hombres que le traicionaron una vez.
En Los cuervos del Zangre, Lois McMaster Bujold vuelve a demostrar su enorme talento a la hora de crear complejas y cre?bles tramas pol?ticas, en las que entrelaza a unos personajes tan humanamente imperfectos como memorables.
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Al entrar, vio junto a la mano de Iselle un revoltijo de papeles con listas garabateadas, de las que se habían tachado algunos artículos, mientras que otros se habían inscrito en círculos o señalado con una cruz. Iselle frunció el ceño y señaló un punto en el mapa señalado con un recio alfiler de sombrero, y se dirigió por encima del hombro a su fámula:
– Pero si esto no… -Se interrumpió al reparar en Cazaril. La invisible capa negra seguía adherida a ella; únicamente un ocasional y débil hilo de luz azul retenía su fulgor inmerso en los untuosos pliegues. Las manchas fantasmas se apartaron violentamente de ella y, para alivio parcial de Cazaril, desaparecieron de su segunda vista.
– ¿Os encontráis bien, lord Caz? -inquirió Iselle, mirándolo con expresión preocupada-. Tenéis mal aspecto.
Cazaril saludó con una reverencia.
– Os pido perdón por mi ausencia de ayer, rósea. Sufrí un… un cólico. Ya me encuentro mucho mejor.
Nan de Vrit, desde su asiento en la esquina, levantó la vista de su labor para señalar, con mirada de pocos amigos:
– La doncella dijo que os dolía la cabeza después de pasar toda la noche de parranda con los mozos de los establos. Dijo que os había visto llegar después del funeral de lord Dondo, tan borracho que apenas si podíais teneros en pie.
Cazaril, consciente del escrutinio de Betriz, dijo compungido:
– Estuve bebiendo, sí, pero no de parranda. No volverá a ocurrir, mi lady. -Añadió, un tanto secamente-: Para lo que sirvió.
– Es un escándalo para la rósea que vean a su secretario tan beodo que…
– Chis, Nan -interrumpió Iselle el aleccionamiento, con impaciencia-. Déjalo estar.
– ¿Qué es esto, rósea? -Cazaril señaló el mapa en el que aparecía clavado el alfiler.
Iselle inhaló hondo.
– He estado meditando. Llevo días dándole vueltas a la cabeza. Mientras permanezca soltera, seré objeto de conspiraciones. No me cabe ninguna duda de que de Jironal encontrará enseguida otro candidato con el que vincularnos a Teidez y a mí a su clan. Y otras facciones… ahora que es evidente que Orico está dispuesto a prometerme en matrimonio a cualquier señor de poca monta, hasta el último señoritingo de Chalion empezará a pedirle mi mano. Mi única defensa, mi único refugio con garantías, es el matrimonio. Pero no con un señor de segunda.
Cazaril arqueó las cejas.
– Confieso, rósea, que mis pensamientos también apuntaban en esa dirección.
– Y aprisa, aprisa, Cazaril. Antes de que encuentren a alguien todavía más desagradable que Dondo. -Su voz sonaba matizada por la ansiedad.
– Eso será un auténtico reto, aun para nuestro querido canciller -murmuró Cazaril, inseguro, y obtuvo la satisfacción de arrancar una risita a Iselle. Frunció los labios-. La necesidad apremia, no lo niego, pero el peligro no es tan acuciante de inmediato. El propio de Jironal se encargará de impedir que los señores menores se os acerquen, estoy convencido. Vuestra primera línea defensiva pasa por cortar el paso al próximo candidato de de Jironal. Aunque, si nos atenemos a su familia, no tengo claro a quién podría proponer. Sus dos hijos ya están casados, de lo contrario habría colocado uno en lugar de Dondo. O se habría ofrecido él mismo, de no estar casado también.
– Las mujeres mueren -dijo Betriz, sombría-. A veces, sus muertes resultan incluso convenientes.
Cazaril negó con la cabeza.
– De Jironal ha planeado las alianzas de su familia con cuidado. Sus nueras, y también su propia esposa, lo vinculan a algunas de las familias más importantes de Chalion, al tratarse de las hijas y hermanas de poderosos provincares. No digo que no fuera a aprovechar cualquier baja, pero no se atreverá a levantar sospechas provocándola. Y sus nietos son aún unos bebés. No, de Jironal tiene que jugar a la espera.
– ¿Y sus sobrinos? -preguntó Betriz.
Cazaril, tras pensarlo brevemente, volvió a menear la cabeza.
– La conexión sería demasiado débil, difícil de controlar. Busca un subordinado, no un rival.
– Me niego -dijo Iselle, entre dientes-, a esperar una década para casarme con un crío quince años más joven que yo.
Cazaril miró de soslayo a lady Betriz, involuntariamente. También él tenía quince años más que… Apartó aquel desalentador pensamiento de su cabeza. La diabólica barrera que los separaba ahora era más inexpugnable que la de la mera diferencia de edad. La vida no se casa con la muerte .
– Hemos clavado un alfiler en el mapa para señalar todos los regentes o herederos solteros que se nos ocurren entre aquí y Darthaca -explicó Betriz.
Cazaril se acercó y estudió el mapa.
– ¿Cómo, también los principados roknari?
– No quería olvidarme de ninguno -dijo Iselle-. Sin ellos, en fin… no había demasiadas opciones. Lo admito, no me hace mucha gracia la idea de desposar un príncipe roknari. Aparte de su sórdida religión cuadriculada, su costumbre de nombrar heredero al hijo que les apetezca, ya sea legítimo o fruto de su relación con alguna concubina, consigue que sea casi imposible saber si una va a casarse con un futuro regente o con un zángano en ciernes.
– O con un cadáver -añadió Cazaril-. La mitad de las victorias de Chalion sobre los roknari se debieron a que algún candidato fallido y resentido apuñaló por la espalda a su principesco cohermano.
– Pero eso nos deja tan sólo con cuatro auténticos quintarianos de rango -intervino Betriz-. El roya de Brajar, Bergon de Ibra, y los gemelos del alto marzo de Yiss, cruzando la frontera darthaca. Que tienen doce años.
– No es imposible -repuso Iselle, juiciosa-, pero el marzo de Yiss tampoco tendría motivos para aliarse con Teidez, más adelante, contra los roknari. No comparte fronteras con los principados ni sufre sus saqueos. Y profesa lealtad a Darthaca, que no siente ningún interés por ver cómo surge una alianza fuerte y unida de estados ibranos con la que poner fin a la perpetua guerra del norte.
A Cazaril le complació escuchar su propio análisis en boca de la rósea; había prestado más atención durante las clases de geografía de lo que él había pensado. Sonrió favorablemente.
– Y además -añadió Iselle, de mal humor-, Yiss tampoco tiene costa. -Su mano recorrió el mapa hacia el este-. Mi primo el roya de Brajar es bastante viejo, y dicen que le ha cogido demasiada afición a la bebida para ir a la guerra. Y su nieto es demasiado pequeño.
– Brajar sí que tiene buenos puertos -dijo Betriz. Más dubitativamente, aunque con el tono de quien señala una ventaja, añadió-: Supongo que le queda mucho de vida.
– Ya, pero ¿de qué iba a servirle a Teidez una simple viuda royina? ¡No es que vayan a dejarme decirle a un, un nieto político cómo desplegar sus tropas! -La mano de Iselle se posó en la costa contraria-. Y el hijo mayor del Zorro de Ibra está casado, y el menor no es el heredero, y la guerra civil convulsiona el país.
– Ya no -repuso Cazaril, abruptamente-. ¿No os ha contado nadie las noticias que llegaron ayer de Ibra? El Heredero ha muerto. Falleció en Ibra del Sur… tos ferina. Nadie duda que el joven róseo Bergon ocupe su lugar. Ha permanecido fiel a su padre durante todo el jaleo.
Iselle giró la cabeza y lo miró, abriendo mucho los ojos.
– ¡De verdad…! Pero ¿cuántos años tiene Bergon? Quince, ¿verdad?
– Ya debe de estar a punto de cumplir dieciséis, rósea.
– ¡Mejor que cincuenta y siete! -Iselle ascendió con los dedos la costa de Ibra a lo largo de la hilera de ciudades portuarias hasta llegar al gran puerto de Zagosur, donde se detuvo, apoyándose en un alfiler rematado por una cabeza de madreperla-. ¿Qué sabéis del róseo Bergon, Cazaril? ¿Es bien parecido? ¿Lo visteis alguna vez mientras estabais en Ibra?
– No con mis propios ojos. Dicen que es un muchacho muy apuesto.
Iselle se encogió de hombros, impaciente.
– Eso dicen de todos los róseos, a menos que sean absolutamente grotescos, en cuyo caso se los describe como con mucha personalidad .
– Creo que Bergon es razonablemente atlético, lo que favorece al menos una apariencia agradablemente saludable. Dicen que se ha formado en las artes del mar. -Cazaril percibió el destello de juvenil entusiasmo que iluminó los ojos de Iselle, y lamentó añadir-: Pero vuestro hermano Orico lleva siete años enfrentado al roya de Ibra, medio en guerra, medio no. Chalion no inspira cariño al Zorro.
Iselle juntó las manos.
– Pero ¿qué mejor manera de poner fin a la guerra que mediante un enlace nupcial?
– El canciller de Jironal seguramente se oponga. Aparte de quereros como contacto para su propia familia, no desea que Teidez tenga más aliados, ni ahora ni en el futuro, que él mismo.
– Según ese razonamiento, se opondrá a cualquier buen partido que se me ocurra. -Iselle volvió a inclinarse sobre el mapa, trazando un largo arco con la mano que englobó Chalion e Ibra, dos tercios de las tierras que separaban los mares-. Pero si pudiera conciliar a Teidez y a Bergon… -Apoyó la palma y la deslizó lentamente a lo largo de la costa septentrional, cruzando los cinco principados roknari; los alfileres saltaron del papel en todas direcciones-. Sí -exhaló. Entornó los ojos, y tensó la mandíbula. Cuando volvió a mirar a Cazaril, le flameaban los ojos-. Tengo que proponérselo a mi hermano Orico de inmediato, antes de que regrese de Jironal. Si consigo que dé su palabra, que lo anuncie públicamente, ni siquiera de Jironal podrá obligarlo a retractarse.
– Pensadlo bien antes, rósea. Pensad en todas las repercusiones. Uno de los inconvenientes es sin duda el horroroso suegro. -Cazaril arrugó el entrecejo-. Aunque supongo que el tiempo se ocupará de quitarlo de en medio. Y si hay alguien que sea capaz de anteponer la política a sus sentimientos, ése es el viejo Zorro.
Iselle se apartó de la mesa para deambular de un lado a otro de la cámara, con las pesadas faldas al vuelo. Su negra aura se mantenía pegada a ella.
La royina Sara compartía los posos más viles de la maldición de Orico; era de suponer que se hubiera contagiado al casarse con el roya. Si Iselle contrajera matrimonio fuera de Chalion, ¿dejaría atrás también su maldición, mudándola como una piel muerta? ¿Sería ésta la manera de escapar a su aciago sino? La cautela mitigó su creciente entusiasmo. ¿No la seguiría el antiguo y siniestro destino del General Dorado allende las fronteras hasta un nuevo país? Tenía que preguntárselo a Umegat, y pronto.
Iselle se detuvo y se asomó a la aspillera ante la que se había sentado para soportar el espantoso cortejo de Dondo. Entornó los ojos. Al cabo, con decisión, dijo: