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Un Verano Tenebroso

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Un Verano Tenebroso
Название: Un Verano Tenebroso
Автор: Simmons Dan
Дата добавления: 16 январь 2020
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Un Verano Tenebroso - читать бесплатно онлайн , автор Simmons Dan

Confieso mi debilidad por Dan Simmons, un escritor que se mueve entre lo sublime (Hyperion) y lo rid?culo (Los fuegos del Ed?n), con poco lugar para las medias tintas. Un verano tenebroso, ay, adem?s de reforzar la man?a ?sa de que los relatos que antes ten?an 300 p?ginas hoy deben tener 800 (799, para ser precisos), se acerca m?s a lo segundo que a lo primero. Una pena.

Una pena porque el comienzo es m?s que prometedor, y hace presagiar uno de esos relatos neblinosos en los que nada se dice y todo se cuenta (al estilo Ramsey Campbell, escritor que narra siempre entre l?neas, para regocijo de algunos y enfado de otros): un pr?logo de pocas p?ginas nos revela la historia de un caser?n que sirve como escuela a Elm Haven, Illinois. A continuaci?n, la trama deriva hacia uno de esos cuentos de iniciaci?n sexual/vital de ni?os/camaradas en bicicleta al estilo Stephen King. Nada que objetar a que Dan Simmons, harto de obtener el aplauso de la cr?tica, pero no la aceptaci?n masiva del p?blico, se lanzara en su momento al mercadeo del terror estereotipado, pero tampoco es cuesti?n de pasarse. Hay que cumplir unos m?nimos. Para empezar, una base cre?ble, cosa de la que carece esta novela. Porque, vamos a ver: ?qui?n se cree que una campana que perteneci? a los Borgia y que fue construida con el metal fundido de una ancestral reliquia egipcia (?relacionada con Osiris, oh… ah…!) acabe en un pueblecito del Illinois profundo, por mucho que se hable de exc?ntricos millonarios? ?Qui?n se cree que un ni?o de once a?os (y estadounidense, y del medio rural, y de los a?os 60…) sea todo un experto en lat?n, interprete los textos de Aleister Crowley mejor que el gur? de una logia y deduzca de ello en un pisp?s que la clave est? en exorcizar el mal a tiro limpio? Y, sobre todo: ?por qu? Simmnons se empe?a en destrozar un ambiente ominoso, que elabora con un estilo sencillo y preciso, en un desarrollo insulso y mec?nico y en un cl?max pirot?cnico de m?s de cien p?ginas que remite a peque?as joyas del cine pulp, como Temblores (gusanos gigantes y dentudos incluidos), pero que es indigno de alguien con su categor?a profesional? La traducci?n, por cierto, no ayuda: parece que hay gente que no se ha percatado de que `doceavo` no es lo mismo que `duod?cimo` y de que el gerundio en castellano no se suele usar para describir acciones consecutivas, sino simult?neas, por citar s?lo algunos ejemplos.

Adem?s, a pesar de que la novela es larga, muy larga, como dec?a m?s arriba, hay un buen mont?n de cabos sueltos. Se dan un garbeo unos cuantos zombies que no se sabe muy bien de d?nde salen, aunque se sospeche. Hay unos malvados sectarios a los que se alude durante toda la novela, pero que apenas aparecen hasta el desenlace (Elm Haven cuenta con unos pocos centenares de habitantes, as? que, teniendo en cuenta que los protagonistas se pasan p?ginas y p?ginas corriendo de aqu? para all?, en alg?n momento tendr?an que encontrarse con ellos). Por continuar con incoherencias varias, a lo largo de la trama el malhadado pueblo queda sembrado de cad?veres desmembrados, se desencadenan varios tiroteos, un cami?n sacado de El diablo sobre ruedas, con un remolque cargado de animales muertos y hediondos, se dedica a perseguir a ni?os por la carretera, los gusanos que protagonizan el cl?max se pasean por galer?as subterr?neas abriendo agujeros de paredes legamosas por todas partes… y el sheriff no se entera. Y la gente apenas se alarma. ?Por qu??

?Por qu? ha escrito semejante desprop?sito Dan Simmons?

Alberto Cairo

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Pudo oír que el camión se acercaba al cruce de calles detrás de él, rechinando al cambiar las marchas. Harlen subió a la acera, saltó sobre las losas inclinadas del pavimento y giró hacia un camino de entrada. Allí había graneros, garajes y patios interminables sin vallar. Creyó que pasaba por delante de la casa del doctor Staffney cuando un perro pareció volverse loco delante de él, ladrando y tirando de una cuerda de tender la ropa que le servía de cadena, y brillándole los dientes a la luz amarilla del porche de atrás.

Harlen giró a la izquierda, se deslizó por el callejón pavimentado de escoria que discurría por detrás de los graneros y los garajes, y continuó hacia el norte. Podía oír el camión que subía por Broad, incluso por encima de los furiosos ladridos de todos los enloquecidos perros de la manzana. No tenía idea de adónde iba.

Ya pensaría algo.

Dale Stewart dejó caer la linterna y corrió a través del agua que le llegaba a los muslos, llamando a gritos a su madre, chocando con una pared en la oscuridad, rebotando aturdido y perdiendo el equilibrio. Se hundió hasta el cuello en el agua negra y helada y gritó de nuevo, cuando algo rozó su brazo desnudo debajo del agua. Se puso en pie, haciendo un gran esfuerzo, y siguió adelante, sin saber exactamente adónde iba en la oscuridad casi absoluta del sótano.

«¿Y si vuelvo hacia la habitación de atrás, hacia el agujero de la bomba?»

Lo mismo daba. No podía quedarse aquí, en esta oscuridad de medianoche, con el agua arremolinándose alrededor de sus piernas como aceite frío, y esperar a que aquella maldita cosa le encontrase. Se imaginó la cosa-Tubby abriendo más la boca muerta, y los largos dientes desnudos clavándose en su pierna debajo del agua.

Entonces dejó de imaginarse cosas y corrió, tropezando con algo que podía ser el banco de trabajo de su padre en la segunda habitación o el de la ropa sucia en la de atrás. Se volvió hacia la izquierda, cayó de nuevo a cuatro patas en un agua súbitamente cálida, como orina o sangre, y después avanzó tambaleándose, viendo, creyendo ver, un rectángulo de algo menos oscuro que podía ser la puerta que conducía del taller al cuarto del horno.

Chocó contra algo hueco y resonante y se hizo un corte en la frente, pero no le dio importancia. «¡El horno! Tuerce a la derecha y pasa a su alrededor. Encuentra el pasillo de más allá de la carbonera…» Gritó de nuevo y oyó que su madre le respondía, mezclándose los gritos de ambos en aquel laberinto resonante. Oyó que algo se deslizaba en el agua detrás de él y se volvió para ver lo que era; no vio nada, se tambaleó de nuevo hacia atrás, tropezó con algo más duro que el horno o el tragante, y cayó de bruces en el agua… y se mezcló en su boca el sabor asqueroso de la basura con el dulzón de la sangre.

Le rodearon unos brazos y unas manos le hundieron más, pero le levantaron enseguida.

Dale pataleó, arañó y se debatió contra aquella fuerza. Su cara se sumergió una vez más y después se apoyó en una lana mojada.

– ¡Dale! ¡Basta, Dale! ¡Basta! Tranquilízate… ¡Soy mamá, Dale!

No le dio palmadas en la cara, pero sus palabras surtieron el mismo efecto. Él se quedó inmóvil, tratando de no pensar, pero pensando en el agua oscura que les rodeaba. «Nos atrapará a los dos. Nos destrozará y nos hundirá.»

– No pasa nada -dijo ella, aunque también temblaba al subir los desmesurados escalones-. Todo está bien -murmuró al salir no a la cocina sino por la puerta de atrás, bajo el espléndido sol de la tarde. Se alejaron de la casa como dos supervivientes que intentasen poner la mayor distancia posible entre ellos y el lugar del accidente.

Se derrumbaron sobre el césped, al pie del pequeño manzano, mojados y temblando. Dale pestañeaba, medio cegado por la luz. El calor y la luz del sol y los colores parecían irreales, como un sueño después de la pesadilla real de las tinieblas y de aquella cosa debajo del agua… Cerró los ojos y se esforzó en no temblar.

El señor Grumbacher había estado segando el césped con la segadora mecánica, y Dale oyó que el motor se paraba y que el hombre preguntaba a gritos si ocurría algo. Después oyó sus largas zancadas sobre la hierba. Dale intentó explicarse, sin parecer que se había vuelto loco.

– Algo… algo… algo debajo del agua -dijo furioso porque le castañeteaban los dientes-. Al…go trató de ag…garrarme.

Su madre le tenía abrazado, tranquilizándole con una voz al borde de las lágrimas. El señor Grumbacher miró hacia abajo -era muy alto y llevaba el mismo uniforme gris que se ponía todos los días para conducir el camión de la leche; esto le daba en cierto modo un aire oficial- y se marchó, y entonces la madre de Dale le abrazó de nuevo y le dijo que todo estaba bien; pero entonces volvió el señor Grumbacher, y Kevin estaba plantado en la puerta de su casa, mirando con curiosidad por encima del prado, a los que estaban tumbados al pie del manzano, con los hombros envueltos en una manta, y entonces entró el señor Grumbacher por la puerta, para bajar al sótano…

– ¡No! -chilló Dale a su pesar. Trató de sonreír-. Por favor, no baje allí.

El señor Grumbacher miró a Kevin, que seguía observando desde la puerta de su casa. Le hizo señas de que se retirase, empuñó una larga linterna eléctrica de cinco pilas y cerró la puerta de tela metálica. La escalera del sótano bajaba desde un pequeño cuarto contiguo a la cocina; impedía que entrase el frío en invierno; ellos colgaban sus abrigos de repuesto en el descansillo. «Aquello estaba esperando allá abajo. El señor Grumbacher estaría perdido.»

Dale siguió temblando durante unos momentos y después se levantó, quitándose la manta de encima. Su madre le agarró de la muñeca, pero él se desprendió.

– Tengo que enseñarle dónde estaba aquello…, tengo que avisarle.

Se abrió la puerta de tela metálica y el padre de Kevin salió por ella, con los planchados pantalones grises de trabajo mojados hasta las rodillas y las botas chirriando sobre las losas. Apagó la linterna que sostenía con la mano izquierda; llevaba otra cosa en la derecha. Algo largo, blanco y mojado.

– ¿Está muerto? -preguntó la madre de Dale.

Era una pregunta tonta. El cuerpo estaba hinchado hasta casi dos veces su tamaño normal.

El señor Grumbacher asintió con la cabeza.

– Probablemente no se ahogó -dijo, en aquel tono de voz suave pero seguro que le había oído Dale emplear muchas veces con Kevin-. Tal vez comió algo envenenado o en mal estado. Probablemente entró con los remolinos del agua al atascarse los tubos de desagüe.

– ¿Es uno de los de la señora Moon? -preguntó la madre, acercándose más.

Dale pudo sentir que ella también temblaba ahora.

El señor Grumbacher se encogió de hombros y dejó el gato muerto sobre la hierba, junto al camino de entrada. Dale oyó un ligero ruido sibilante y vio que unas gotas de agua brotaban de entre los afilados dientes. Se acercó y lo tocó con la punta del zapato.

– ¡Dale! -dijo su madre.

Él retiró el pie.

– Esto no es lo que… lo que yo vi -dijo, tratando de no temblar, de no parecer que hablaba a tontas y a locas-. No era un gato. Esto es un gato.

Volvió a tocar aquella cosa con el pie. El señor Grumbacher se permitió una de sus pequeñas y tensas sonrisas.

– Es lo único que había allá abajo, aparte de una caja de herramientas flotante y algún pequeño trasto. Ha vuelto la corriente. Y la bomba empieza a funcionar.

Dale miró hacia la casa. El interruptor había estado hacia abajo… desconectado.

Kevin descendió la cuesta y se quedó allí, sujetándose los codos, como hacía cuando estaba un poco nervioso. Miró la cara pálida, la ropa empapada y los cabellos mojados de Dale; hizo un gesto con los labios, como si fuese a decir algo sarcástico; captó la mirada de su padre y se limitó a saludar con la cabeza a Dale. También tocó el gato muerto con la punta del zapato. Y brotó más agua del animal.

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