Sin Aliento
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Lo llamaban el Coleccionista, porque segu?a el ritual de reunir a sus v?ctimas antes de deshacerse de ellas de la manera m?s atroz imaginable. La agente especial del FBI Maggie O'Dell le hab?a seguido la pista durante dos largos a?os, terminando por fin con aquel juego del gato y el rat?n. Pero ahora Albert Stucky se hab?a fugado de la c?rcel… y estaba preparando un nuevo juego para Maggie O’Dell.
Desde que atrapara a Stucky, hab?a estado caminando sobre la cuerda floja, luchando contra sus pesadillas y la culpabilidad por no haber podido salvar a las v?ctimas. Ahora que Stucky estaba de nuevo en libertad, la hab?an apartado del caso, pero sab?a que era cuesti?n de tiempo que la volvieran a aceptar… Cuando el rastro de v?ctimas de Stucky comenz? a apuntar cada vez m?s claramente a Maggie, ?sta fue incorporada de nuevo al caso bajo la supervisi?n del agente especial R. J. Tully. Juntos tendr?an que enfrentarse a una carrera contrarreloj para atrapar al asesino, que siempre iba un sangriento paso por delante. Pero Maggie sent?a que hab?a llegado al l?mite. ?Su deseo de detener a Albert Stucky se hab?a convertido en una cuesti?n de venganza personal? ?Hab?a cruzado la l?nea? Tal vez ?se fuera el objetivo de Stucky desde el principio… convertirla en un monstruo.
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– Tienes un visitante muy guapo esperándote en la habitación.
Tess sintió que se le encogía el estómago. Oh, Dios, no podría soportar ver a Daniel. Así, no.
– ¿Te importaría decirle que lo llamaré más tarde y que gracias por las rosas?
– ¿Rosas? -Delores pareció confusa-. Me ha parecido que llevaba un ramo de violetas. Las apretaba tan fuerte, que seguramente ya las habrá espachurrado.
– ¿Violetas?
Tess miró por encima del hombro de Delores y vio que Will Finley las estaba observando, inquieto, al final del pasillo. Estaba guapísimo con sus pantalones oscuros, su camisa azul y, si su visión borrosa no la engañaba, con un ramo de violetas en la mano izquierda.
Tal vez, después de todo, hubiera un par de capítulos en su vida que aún mereciera la pena escribir.
Epílogo
Una semana después
Maggie no sabía por qué estaba allí. Tal vez simplemente porque necesitaba ver cómo lo bajaban a la tumba. Tal vez porque quería asegurarse de que, esta vez Albert Stucky no escaparía.
Se mantenía apartada, cerca de los árboles, mirando a los pocos asistentes, en su mayoría, periodistas. El cortejo religioso de la iglesia de Saint Patrick superaba en número a los asistentes. Había varios sacerdotes y un número igual de monaguillos portando incienso y cirios. ¿Cómo podían enterrar a alguien como Stucky con la misma ceremonia que a un pecador cualquiera? No tenía sentido. Ciertamente, no parecía justo.
Pero eso ya no importaba. Ella era libre al fin. Y no sólo en un sentido. Stucky no había vencido. Ni tampoco el lado oscuro de su propio ser. En una fracción de segundo, había elegido defenderse y no ceder a la maldad.
Harvey le lamió la mano, impacientándose de repente, preguntándose quizá qué sentido tenía estar al aire libre si no podían correr, ni retozar. Ella observó al cortejo alejarse de la tumba y bajar por la colina.
Albert Stucky se había ido al fin. Pronto yacería a dos metros bajo tierra, igual que sus víctimas.
Maggie acarició el pelo suave de Harvey y experimentó una deliciosa sensación de alivio. Ya podían irse a casa. Al fin, podía sentirse segura.
Y lo primero que quería hacer era dormir.