Cero Absoluto

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Cero Absoluto
Название: Cero Absoluto
Автор: Folsom Allan
Дата добавления: 16 январь 2020
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Cero Absoluto - читать бесплатно онлайн , автор Folsom Allan

En Par?s, un cirujano norteamericano puede al fin vengar el brutal asesinato de su padre.

En Londres, un polic?a de Los ?ngeles colabora con Scotland Yard en la investigaci?n de una serie de decapitaciones.

En Ginebra, una joven doctora se ve envuelta en una historia de amor que cambiar? su vida.

En Nuevo M?xico, una terapeuta acompa?a a un paciente muy especial de vuelta a Suiza.

En Alemania, un selecto grupo de empresarios se prepara para celebrar un hecho hist?rico.

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– ¿Ocurre algo? -preguntó cuando los vio abrir la verja de la calle y caminar por la acera.

– No, no sucede nada. Shalom -dijo el rabino más joven con una sonrisa gentil.

– Shalom -respondió la señora Greenfield y vio que el rabino joven le abría al mayor la puerta del coche. El joven le volvió a sonreír, se puso al volante y un instante después se alejaron.

El Cessna de seis plazas atravesó un espeso manto de nubes y sobrevoló la campiña francesa.

Clark Clarkson, antiguo piloto de bombarderos de la RAF, un atractivo hombre de pelo castaño, manos enormes y sonrisa sardónica, mantuvo estabilizado el pequeño aparato a través de las turbulencias que se producían durante el descenso. Junto a él, en el asiento de copiloto, Ian Noble viajaba con el cinturón de seguridad ajustado y apoyaba la cabeza contra la ventana mientras miraba hacia abajo. Detrás de Clarkson, vestido de civil, viajaba el mayor Geoffrey Avnel, cirujano militar y miembro de los comandos especiales de la RAF. Además, Avnel hablaba bien el francés. Ni Inteligencia Militar de los ingleses ni Avril Rocard, la agente que Cadoux había enviado a la escena de la catástrofe, habían logrado dar con el paradero de McVey y Osborn. Puede que hubiesen viajado en el tren, pero ahora habían desaparecido.

Noble manejaba la teoría de que uno de los dos o ambos habían resultado heridos, y temiendo las represalias de los autores del atentado, se habían alejado del lugar del siniestro. Ambos sabían que el Cessna volvería a buscarlos al día siguiente, lo cual significaba, si Noble no se equivocaba, que tal vez se encontraban en algún punto entre el lugar del atentado y la pista de aterrizaje a tres kilómetros de allí. Por eso los acompañaba el mayor Avnel.

Abajo veían la ciudad de Meaux y a la derecha la pista de aterrizaje. Clarkson se comunicó por radio con la torre de control y recibió permiso para aterrizar. Cinco minutos después, a las ocho y diez de la mañana, el Cessna ST95 tocó tierra.

Rodaron lentamente hasta las proximidades de la torre de control y Noble y Avnel bajaron del avión para dirigirse al pequeño edificio que servía de terminal.

Noble no tenía la más mínima idea de lo que iba a encontrar. A los policías se les inculcaba el sentido del azar en su trabajo desde el día de su primera patrulla. Londres no era diferente de Detroit o de Tokio y la muerte de cualquier poli en el cumplimiento del deber era como la muerte de cualquier agente uniformado, que podía ser hombre o mujer. Le podía suceder a cualquiera, cualquier día y en cualquier ciudad del mundo. Si al final del día un poli conservaba su integridad física, podía considerarse afortunado. Así había que tomarse las cosas día a día. Si uno llegaba al final, se jubilaba y pasaba a la vejez intentando no pensar en todos los policías del mundo que no tenían igual suerte.

Así era la vida de los policías y así era el riesgo al que se entregaban hombres y mujeres. Pero no era el caso de McVey. El era diferente, el tipo de poli que viviría más que todos y que todavía estaría trabajando a los noventa y cinco años. Eso era un hecho. Así lo consideraban todos y era lo que él mismo creía, por mucho que gruñera y dijera lo contrario. El problema era que esta vez Noble tenía un presentimiento y en el ambiente se respiraba un aire pesado y trágico. Tal vez por eso había acompañado a Clarkson y al mayor Avnel, porque pensaba que era su deber estar allí con McVey.

Los pies le pesaban como dos plomos cuando se acercó al mostrador de Inmigración y le mostró su chapa de policía de Londres al agente de guardia. Le pesaron aún más al cruzar con Avnel, con semblante serio, las puertas de cristal que daban a la terminal.

Por eso, lo último que esperaba era ver a McVey sentado frente a él con una gorra de béisbol de Mickey Mouse y una camiseta de Eurodisney, leyendo el periódico de la mañana.

– ¡Dios mío! -exclamó.

– … nos días, Ian -dijo McVey, y sonrió. Se puso de pie, dobló el periódico debajo del brazo y le tendió la mano a Noble.

A diez metros estaba Osborn, el pelo engominado hacia atrás, vestido aún con chaqueta de bombero. Levantó la mirada de la edición de Le Figuro y vio a Noble estrechándole la mano a McVey, luego vio a Noble mover la cabeza de un lado a otro y apartarse para presentar a un tercer hombre. En ese momento McVey lo miró y le hizo una seña con la cabeza. Sin tardar un segundo, Noble, McVey y el mayor Avnel se dirigieron a la puerta que daba a los hangares.

Osborn los alcanzó y caminaron juntos los veinte metros hasta el Cessna. Clarkson encendió los motores y pidió permiso para despegar. A las ocho y veintisiete, sin haber sufrido percance alguno, volaban a Inglaterra.

Capítulo 81

Mientras el Cessna se elevaba a las nubes por encima de Meaux y perdían de vista tierra, McVey contó cómo habían escapado de la colisión y pasado la noche en el bosque junto a la pista de aterrizaje. Llegaron a la terminal minutos antes de las siete y media. Simulando ser un turista, McVey compró un gorro y una camiseta y algunos objetos de aseo. Luego fue al baño donde lo esperaba Osborn y se cambió de ropa. McVey se afeitó y se desprendió de su chaqueta. Osborn había cambiado su aspecto peinándose hacia atrás. Con su barba crecida y su chaqueta de bombero parecía un miembro de los equipos de rescate agotado por su trabajo esperando a un pasajero de alguno de los vuelos. Sólo les quedaba esperar.

Noble sacudía la cabeza y sonreía.

– McVey, es usted un tipo asombroso. Realmente asombroso.

– Aja -dijo McVey, negando con la cabeza-. Sólo cuestión de suerte.

– Es lo mismo.

Noble le dio a McVey unos minutos para relajarse y luego le enseñó una copia escrita de la conversación con Benny Grossman. Cuando aterrizaron dos horas más tarde, McVey la había leído dos veces y después de reflexionar quiso sentar los hechos y comentarlos con Noble.

Los hechos eran los siguientes:

El padre de Paul Osborn había diseñado y construido un prototipo de bisturí capaz de conservar su filo incluso sometido a las temperaturas más improbables, sobre todo al frío extremo. Sección: Material de soporte.

Según Benny Grossman, había que considerar los datos siguientes: Alexander Thompson de Sheridan, Wyoming, diseña un programa informático para que un ordenador maneje una máquina con el bisturí en intervenciones de microcirugía avanzada. Sección: Material de soporte.

David Brady de Glendale, California, diseña y construye un mecanismo manejado por medios electrónicos, dotados de una capacidad de articulación similar a la muñeca de un hombre y capaces de sostener y controlar el bisturí en una intervención quirúrgica. Sección: Material de soporte.

Mary Rizzo York de Nueva Jersey, experimenta con gases que pueden producir bajas temperaturas y enfriar el entorno hasta aproximadamente 269 grados centígrados bajo cero. Sección: Investigación y desarrollo.

Todo esto había sucedido entre 1962 y 1966. Todos los científicos trabajaban aisladamente. Cada vez que uno de los proyectos alcanzaba su estadio final, Álbert Merriman liquidaba a su autor, ya fuera inventor o científico.

Según lo que Merriman había confesado a Osborn, la persona que lo había contratado y le pagaba por su trabajo era Erwin Scholl. Erwin Scholl era el emigrante capitalista que para entonces había adquirido los medios y conocía los negocios con que financiar proyectos experimentales con empresas fantasmas. El mismo Krwin Scholl que, según el FBI, era actualmente y había sido durante décadas amigo personal y confidente de los presidentes sucesivos de Estados Unidos, lo cual lo hacía un individuo virtualmente intocable. Sin embargo, en el sótano de la Morgue en Londres tenían siete cuerpos decapitados y una cabeza. Se había confirmado que cinco de ellos habían sido congelados a temperaturas próximas al cero absoluto, un dato curioso y paradójicamente cercano a los resultados del trabajo de Mary Rizzo York.

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