Tiempo De Matar
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Durante varios veranos, el terror se adue?a de los residentes de Georgia cuando las temperaturas ascienden y el term?metro alcanza los cuarenta grados, porque con el implacable calor llega tambi?n un cruel asesino. En cada ocasi?n secuestra a dos muchachas y espera a que se descubra el primer cad?ver: en ?l se hallan todas las pistas para encontrar a la segunda v?ctima, abocada a una muerte lenta pero certera. Pero la polic?a nunca consigue llegar a tiempo y los cuerpos siempre se recuperan meses despu?s, en lugares remotos y aislados.
Tras tres a?os de inactividad, llega a Atlanta una fuerte ola de calor: es tiempo de matar… Y ser? Kimberly Quincy, estudiante de la Academia del FBI, quien tropiece con la primera v?ctima. Comienza la cuenta atr?s.
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Quincy cada vez se sentía más frustrado. Había llamado a Kimberly tres o cuatro veces sin ningún éxito. Ahora se volvió de nuevo hacia Ennunzio y Rainie.
– ¿Sabe dónde se encuentra esa cueva? -le preguntó al lingüista.
– Por supuesto. Está en el condado de Lee, a unas tres o cuatro horas de aquí. Pero no pueden entrar en esa caverna como si fuera uno de esos deportes que practican los turistas del valle Shenandoah. Para entrar en la caverna Orndorff es necesario contar con un equipo especial.
– Bien. Consiga el equipo y llévenos allí.
Ennunzio guardó silencio durante un prolongado momento.
– Creo que ha llegado el momento de informar al equipo oficial de lo que está ocurriendo.
– ¿En serio? ¿Y qué cree que será lo primero que hagan esos agentes, doctor? ¿Rescatar a las víctimas o interrogarnos durante tres o cuatro horas para corroborar todos los detalles de la historia?
El lingüista entendió su punto de vista.
– Iré a por mi equipo.
– ¿Qué estamos buscando?
– Ojalá lo supiera. Algún tipo de entrada de gruta. Quizá se encuentra entre un montón de rocas o podría tratarse de un sumidero cercano a un árbol. Nunca he practicado la espeleología y no tengo ni idea de cuánto cuesta encontrar la entrada de una caverna.
Resultó que bastante. Mac ya llevaba más de quince minutos dando vueltas al aserradero, al igual que Kimberly y Nora Ray. Probablemente, ninguno de ellos lo estaba haciendo bien. El hedor era el principal problema: era tan intenso en aquella atmósfera pesada y húmeda que les picaba en los ojos y les abrasaba la garganta. Mac se había cubierto la boca con una vieja camiseta, pero no servía de mucho.
Además del hedor, estaba el intenso muro de calor que emanaba del mismo montón de serrín que se alzaba hacia el cielo. En un principio, ninguno de ellos había reconocido aquel residuo de madera. Todos habían pensado que era un montón de arena blanca o, quizá, polvo cubierto de nieve, pero diez minutos atrás, Kimberly se había acercado lo suficiente para averiguar la verdad. Eran hongos. El conjunto de aquel hediondo y putrefacto montón estaba cubierto de algún tipo de hongo.
Cuando Brian Knowles había conjeturado que su muestra de agua procedía de un lugar decadente, no había hablado en broma.
Mac saltó demasiado tarde para esquivar un serrucho. No hacía más que entrar y salir de largos edificios en forma de cobertizos, con las ventanas rotas y las vigas combadas. Las viejas cintas transportadoras brillaban sombrías en la penumbra, junto a las espeluznantes lanzas que se utilizaban para empujarla madera y conseguir que se deslizara bajo la sierra.
La suciedad cubría el suelo. Abundaban, sobre todo, las latas de refresco y los vasos de poliestireno aplastados. Mac vio diversos contenedores de gasolina vacíos que posiblemente se utilizaban para abastecer las sierras mecánicas de mano. También había una pila de viejos fluorescentes. Oyó un suave sonido restallante cuando uno de los cristales explotó debido al calor del sol.
Nunca había visto nada parecido: sartas de alambre de púas arañaban sus piernas y los serruchos abandonados yacían semiescondidos entre los hierbajos del suelo, esperando a hacer algo mucho peor. Este lugar era la pesadilla de cualquier ecologista y, por eso mismo, tenía la certeza de que la tercera muchacha estaba cerca.
Kimberly rodeó uno de los cobertizos en ruinas. El hedor era tan fuerte que las lágrimas descendían por sus mejillas.
– ¿Has tenido suerte?
Mac movió la cabeza hacia los lados.
Ella asintió y siguió adelante, buscando alguna señal que indicara que debajo se escondía una gruta subterránea.
Poco después, Mac se detuvo junto a Nora Ray. La joven había dejado de recorrer los alrededores y ahora permanecía inmóvil, con los ojos cerrados y las manos apoyadas en los costados.
– ¿Has visto algo? -le preguntó él, con brusquedad.
– No. -La muchacha abrió los ojos, abochornada-. No sé… No soy médium ni nada similar, pero como he tenido esos sueños, pensaba que si cerraba los ojos…
– Lo que sea que funcione…
– Pero no funciona. Nada funciona. Y lo más frustrante de todo es que, si realmente se encuentra en una gruta, posiblemente estamos caminando sobre ella.
– Es posible. Las operaciones de búsqueda y rescate nunca son sencillas, Nora Ray. La Guardia Costera pasó sobre el lugar donde te encontrabas cinco veces antes de ver tu camisa roja.
– Fui afortunada.
– Fuiste inteligente. No perdiste la esperanza. Lo seguiste intentando.
– ¿Cree que esa joven es lista?
– No lo sé. Pero me conformo con que sea afortunada, si eso permite que regrese sana y salva.
Nora Ray asintió y se puso en marcha de nuevo. Mac recorrió en zigzag otro edificio abandonado. Ya eran más de las cuatro. Su corazón palpitaba demasiado deprisa y su rostro estaba peligrosamente caliente al tacto. Teniendo en cuenta las condiciones, estaba forzando demasiado la máquina. Su temperatura corporal estaba ascendiendo a niveles peligrosos y estaba demorando demasiado la ingestión de agua. Sabía que esta no era la forma correcta de conducir una operación de rescate, pero era incapaz de detenerse.
Nora Ray tenía razón. Si la joven estaba en una caverna, debían de estar caminando sobre ella. Estaba tan cerca y, sin embargo, tan lejos.
Entonces, entre el zumbido de los insectos, oyó un grito que recibió con alegría. Era Kimberly, desde algún punto situado a su izquierda.
– Eh, eh -gritaba-. He encontrado algo. Aquí, ¡deprisa!