Rio Mistico
Rio Mistico читать книгу онлайн
Jimmy, Dave y Sean crecieron juntos en la secci?n peligrosa de Boston. Veinticinco a?os despu?s vuelven a reunirse, cuando la hija de 19 a?os de Jimmy es brutalmente asesinada. Sean, que ahora es polic?a, es asignado para resolver el caso. Adem?s de desenredar este crimen, Sean deber? estar pendiente de su amigo Jimmy, quien busca vengarse del asesino de su hija. Conectado al crimen por una serie de circunstancias, Dave se ve obligado a enfrentarse con los demonios de su propio pasado. A medida que la investigaci?n se concentra alrededor de estos tres amigos, se despliega una siniestra historia, que tiene que ver con la amistad, la familia y la inocencia perdida demasiado pronto.
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21. DUENDES
Dave estaba sentado en la sala de estar cuando Celeste regresó a casa. Sentado en una esquina del viejo sofá de piel con dos hileras de cervezas vacías junto al brazo del sillón, sosteniendo una cerveza llena en la mano, el mando a distancia sobre el muslo. Miraba una película en la que todo el mundo parecía gritar.
Celeste se quitó el abrigo en el vestíbulo y notó que el rostro de Dave se apagaba; los gritos se hicieron más altos y aterradores, se entremezclaban con efectos de sonido propios de Hollywood que imitaban el ruido de mesas al romperse y lo que sólo podía ser el estrujamiento de miembros.
– ¿Qué estás viendo? -le preguntó.
– Una película de vampiros -respondió, sin dejar de mirar la pantalla mientras se llevaba la Bud a los labios-. El jefe de los vampiros se está cargando a todos los asesinos de vampiros que habían asistido a una fiesta. Trabajan para el Vaticano.
– ¿Quiénes?
– Los asesinos de vampiros. ¡Joder! -exclamó Dave-. ¡Acaba de arrancarle la cabeza!
Celeste entró en la sala de estar, y miró la pantalla en el preciso instante en que un tipo vestido de negro sobrevolaba la habitación y cogía a una asustada mujer por el cuello y se lo partía.
– ¡Por el amor de Dios, Dave!
– ¡Está muy bien, porque ahora James Woods está cabreado!
– ¿ Quién es James Woods?
– El jefe de los asesinos de vampiros. Es un cabronazo.
En ese momento apareció en pantalla: James Woods con una chaqueta de cuero y unos vaqueros ceñidos; cogía una especie de ballesta y apuntaba al vampiro. Pero el vampiro era demasiado rápido. Lo lanzó de un lado a otro de la habitación como si fuera una polilla; luego, otro tipo entró corriendo en el cuarto y empezó a disparar al vampiro con una pistola automática. No pareció surtir mucho efecto, ya que de repente empezaron a correr por delante del vampiro, como si se hubieran olvidado de dónde estaban.
– ¿Es ése uno de los hermanos Baldwin? -preguntó Celeste. Se sentó en el brazo del sofá y apoyó la cabeza en la pared. -Sí, creo que sÍ.
– ¿Cuál?
– No lo sé. He perdido el hilo.
Celeste les vio atravesar a toda prisa una habitación de motel con tantos cadáveres que Celeste nunca se habría podido imaginar que cupieran en un espacio tan pequeño. Su marido exclamó:
– ¡El Vaticano tendrá que entrenar a otro equipo entero de asesinos!
– ¿Por qué el Vaticano se interesa otra vez por los vampiros?
Dave sonrió y la miró con aquel rostro de niño y los bonitos ojos que le caracterizaban.
– Representan una gran amenaza, cariño. Es bien sabido que roban cálices.
– ¡Roban cálices! -exclamó, sintiendo un deseo irresistible de sentarse junto a él y acariciarle el pelo, ya que no deseaba que aquella tonta discusión pusiera fin al día tan horrible que había pasado-. ¡No lo sabía!
– ¡Y tanto! ¡Son un gran problema! -respondió Dave, apurando la cerveza mientras James Woods, el hermano Baldwin y una chica con aspecto de drogadicta conducían una camioneta a toda velocidad por una carretera vacía con el vampiro pisándoles los talones-. ¿Dónde has estado?
– He ido a dejar el vestido a la funeraria.
– De eso hace horas -replicó Dave.
– Después pensé que necesitaba sentarme en algún sitio para pensar, ¿sabes?
– Pensar -repitió Dave-. ¡Claro, claro! -Se levantó del sofá, se fue a la cocina y abrió la nevera-. ¿Quieres una?
En realidad no la quería, pero contestó: -Sí, vale.
Dave regresó a la sala de estar y le dio la cerveza. Si Dave le abría la lata solía indicar que estaba de buen humor; sin embargo, en aquel momento Celeste no lo tenía muy claro: Dave le había abierto la lata, pero no sabía con certeza si era buena o mala señal.
– ¿En qué has estado pensando? -preguntó.
Al abrir su propia lata hizo mucho más ruido que el rechinar de neumáticos de la camioneta al volcar. -¡ Ya lo sabes!
– No, no lo sé, Celeste.
– En cosas -contestó, tomando un trago de cerveza-. En el día que he pasado, en la muerte de Katie, en Jimmy y Annabeth, y cosas por el estilo.
– Cosas por el estilo -repitió Dave-. ¿Sabes en lo que pensaba yo mientras traía a Michael a casa, Celeste? Pensaba en lo violento que debía de haber sido para él ver cómo su madre se marchaba sin decirle a nadie adónde iba ni cuándo regresaría. Pensé mucho en eso.
– Te lo acabo de decir, Dave.
– ¿El qué? -Se volvió hacia ella y le sonrió de nuevo, pero esa vez no había nada de infantil en la sonrisa-. ¿Qué me has dicho, Celeste? -Que tenía ganas de pensar. Siento mucho no haber llamado, pero estos dos últimos días han sido muy duros para mí. No me reconozco a mí misma.
– Nadie se reconoce a sí mismo.
– ¿Qué?
– En la película pasa lo mismo -apuntó Dave-. No saben ni quién es la gente de verdad ni quiénes son los vampiros. Ya lo he visto muchas veces. El hermano Baldwin ése acabará por enamorarse de la chica rubia, a pesar de que sabe que la han mordido. Ella se convertirá en vampiro, pero a él no le importa, ¿de acuerdo? Porque la ama, por muy vampiro que sea. Ella le chupará la sangre y lo convertirá en un muerto viviente. El vampirismo consiste en eso, Celeste: tiene su atractivo, por mucho que sepas que te matará, que condenará tu alma para la eternidad y que tendrás que pasarte el resto de tu vida mordiendo el cuello a la gente, escondiéndote del sol y de las brigadas del Vaticano. Quizá un día te despiertes y hayas olvidado en qué consiste ser humano. Si eso sucede, seguro que te acostumbras. Te han envenenado, pero ese veneno no es tan malo una vez que te has habituado a vivir con él. -Apoyó los pies en la mesa auxiliar y tomó un largo trago de cerveza-. De todos modos, eso es lo que pienso.
Celeste se quedó inmóvil, sentada en el brazo del sofá y observando a su marido.
– Dave, ¿de qué coño me estás hablando?
– De los vampiros, cariño. De los hombres lobo.
– ¿De los hombres lobo? Lo que dices no tiene ningún sentido.
– ¿Ah no? Piensas que maté a Katie, Celeste. Eso sí que tiene sentido, ¿verdad?
– Yo no… ¿Qué te ha hecho pensar eso? Manoseó la lata con los dedos y contestó:
– Antes de marcharte eras incapaz de mirarme a los ojos en la cocina de Jirnmy. Sostenías el vestido como si ella aún estuviera dentro y no te atrevías a mirarme. Empecé a pensar en ello. ¿Por qué motivo me rechazaba mi propia esposa? Entonces lo vi claro: Sean. Te dijo algo, ¿verdad? Sean y esa rata que tiene por compañero te han estado haciendo preguntas.
– No.
– ¿No? ¡No me lo creo!
A Celeste no le hacía ninguna gracia verlo tan tranquilo. Podría atribuirlo a la cerveza (Dave siempre había tenido borracheras muy tranquilas), pero en aquel momento había algo que no le acababa de gustar, la sensación de que algo le oprimía demasiado.
_. David…
– ¡Ahora vuelvo a ser «David»!
– … no pienso nada de eso. Tan sólo estoy confundida.
Ladeó la cabeza, la miró de nuevo y añadió:
– Pues saquémoslo todo, cariño. Una buena comunicación es lo más importante de una relación.
Tenía ciento cuarenta y siete dólares en la cartilla y un límite de quinientos dólares en la tarjeta de crédito, aunque ya se había gastado unos doscientos cincuenta. Aunque consiguiera sacar a Michael de allí, no llegarían muy lejos. Después de dos o tres noches en un motel, seguro que Dave les encontraría. Nunca había sido estúpido. Estaba convencida de que les encontraría.
La bolsa. Podría entregar la bolsa de basura a Sean Devine y él hallaría restos de sangre en la ropa de Dave. Había oído hablar de todos los avances que se habían llevado a cabo en las técnicas relacionadas con el ADN. Encontrarían la sangre de Katie en la ropa de Dave y le arrestarían.
– ¡Venga! -insistió Dave-. ¡Hablemos, cariño! ¡Aclaremos las cosas! Te lo digo en serio. Me gustaría disipar tus temores.
