La promesa
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Han pasado seis a?os desde que el agente Myron Bolitar hizo de superh?roe. En seis a?os no ha dado ni un pu?etazo. No ha tenido en la mano, y mucho menos disparado, una pistola. No ha llamado a su amigo Win, el hombre m?s temible que conoce, para que le ayude o para que le saque de alg?n l?o. Todo eso est? a punto de cambiar… debido a una promesa. El a?o acad?mico est? llegando al final. Las familias esperan con ansia noticias de las universidades. En esos ?ltimos momentos de tensi?n del instituto, algunos chicos cometen el muy com?n y muy peligroso error de beber y conducir. Pero Myron est? decidido a ayudar a los hijos de sus amigos a mantenerse a salvo, y hace que dos chicas del vecindario le hagan una promesa: si alguna vez est?n en un apuro pero temen llamar a sus padres, le llamar?n a ?l. Unas noches despu?s, recibe una llamada a las dos de la madrugada, y fiel a su palabra, Myron recoge a una de las chicas en el centro de Manhattan y la lleva a una apacible calle sin salida de Nueva Jersey donde ella dice que vive su amiga. Al d?a siguiente, los padres de la chica descubren que su hija ha desaparecido. Y que Myron fue la ?ltima persona que la vio. Desesperado por cumplir una promesa bien intencionada convertida en pesadilla, Myron se esfuerza por localizar a la chica antes de que desaparezca para siempre. Pero su pasado no es tan f?cil de enterrar, porque los problemas siempre le han perseguido. Ahora Myron debe decidir de una vez por todas quien es y a que va a enfrentarse si quiere conservar la esperanza de salvar la vida de una jovencita.
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– ¿Qué?
– Presuponer que decía la verdad. Si decía la verdad, sabía dos cosas, que el secuestrador era una mujer y que el secuestrador sabía que Katie Rochester había usado el cajero de la Calle 52. ¿Quién podía saberlo? Katie Rochester. Pero ella no fue. Loren Muse. Ni hablar. Y usted.
– ¿Yo? -Edna Skylar pestañeó-. ¿Habla en serio?
– ¿Recuerda que la llamé y le pedí que mirara la historia médica de Aimee -preguntó Myron- para saber si estaba embarazada?
Edna Skylar miró su reloj.
– No tengo tiempo para esto.
– Le dije que no se trataba sólo de un inocente, sino de dos.
– ¿Y?
– Antes de llamarle, le pedí lo mismo a su marido. Él trabaja en ese departamento. Pensé que a él le sería más fácil, pero se negó.
– Stanley nunca se salta las normas -dijo Edna Skylar.
– Lo sé, pero mire, me dijo algo interesante, que con las leyes actuales de privacidad, la base de datos registra la apertura de un expediente médico, el nombre del médico que lo ha mirado y la hora en que lo ha hecho.
– Sí.
– Así que he comprobado el expediente de Aimee. ¿Y sabe qué he visto?
La sonrisa de ella empezó a debilitarse.
– Usted, doctora Skylar, ya había mirado ese expediente dos semanas antes de que se lo pidiera. ¿Por qué haría algo así?
Ella cruzó los brazos en jarras.
– No lo hice.
– ¿Se equivoca el ordenador?
– A veces Stanley olvida su clave. Es probable que utilizara la mía.
– Ya. Olvida su clave pero recuerda la otra. -Myron ladeó la cabeza y se acercó más-. ¿Diría lo mismo bajo juramento?
Edna Skylar no contestó.
– ¿Sabe en lo que fue realmente lista? -siguió él-. Al contarme que su hijo había sido problemático desde el primer día y se fugó para vivir su vida. Me dijo que seguía siendo un desastre, ¿recuerda?
Un ruidito dolorido se escapó de sus labios. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
– Pero no mencionó su nombre. No había motivo para hacerlo, claro. Y no había razón para que se le conociera. Ni siquiera ahora. No formaba parte de la investigación. No sé quién es la madre de Jake Wolf ni la de Harry Davis, pero en cuanto vi que había mirado el expediente de Aimee Biel, hice algunas investigaciones. Su primer marido, doctora Skylar, se llamaba Andrew Van Dyne, ¿me equivoco? Su hijo se llama Drew Van Dyne.
Ella cerró los ojos y respiró hondo varias veces. Cuando los abrió de nuevo, se encogió de hombros intentando parecer despreocupada, pero no lo consiguió ni de lejos.
– ¿Y qué?
– Curioso, ¿no cree? Cuando le pregunté por Aimee Biel, no me comentó que su hijo la conociera.
– Ya le dije que no me veía con mi hijo. No sabía nada de él.
Myron sonrió.
– Tiene todas las respuestas, ¿no, Edna?
– Le digo la verdad.
– No, no dice la verdad. Era otra coincidencia. Tantas malditas coincidencias, ¿no le parece? Eso es lo que me obsesionaba desde el principio. ¿Dos chicas del mismo instituto embarazadas? De acuerdo, no es tan raro. Pero el resto, dos chicas fugitivas, las dos utilizando el mismo cajero y todo eso. De nuevo digamos que Aimee decía la verdad. Digamos que una misteriosa mujer citara a Aimee en aquella esquina y le hiciera sacar dinero del cajero. ¿Por qué? ¿Por qué iba a hacer eso alguien?
– No lo sé.
– Claro que lo sabe, Edna. Porque no eran coincidencias. Ninguna. Las dispuso usted todas. ¿Que las dos chicas usaran el mismo cajero? Sólo hay una razón para eso. El secuestrador, usted, Edna, quería que se relacionara la desaparición de Aimee con la de Katie Rochester.
– ¿Y por qué iba a querer eso?
– Porque la policía estaba segura de que Katie Rochester había huido, en parte gracias a que usted la viera. Pero Aimee Biel era diferente. Ella no tenía un padre abusivo con relaciones mafiosas, por ejemplo. Su desaparición causaría una conmoción. La mejor forma, la única forma, era evitar que ese clamor se desvaneciera si parecía que Aimee era también una fugitiva.
Por un momento se quedaron quietos. Entonces Edna Skylar se movió hacia un lado dispuesta a esquivarle. Myron se movió con ella, obstaculizándole el paso. Ella le miró.
– ¿Lleva un micrófono, Myron?
Él levantó los brazos.
– Cachéeme.
– No es necesario. De todos modos, esto es una tontería.
– Volvamos a ese día en la calle. Stanley y usted pasean por Manhattan. El destino le tiende una mano. Ve a Katie Rochester, tal como le contó a la policía. Se da cuenta de que no está desaparecida ni tiene problemas graves. Es una fugitiva. Katie le suplica que no diga nada. Y usted la escucha. Durante tres semanas, no dice nada. Vuelve a su rutina diaria. -Myron le estudió la cara-. ¿Me va siguiendo?
– Le sigo.
– ¿Por qué cambia de parecer? ¿Por qué, después de tres semanas, de repente llama a su antiguo amigo Ed Steinberg?
Ella cruzó los brazos.
– ¿Por qué no me lo dice usted?
– Porque su situación ha cambiado, no la de Katie.
– ¿Cómo?
– Me dijo que su hijo había sido problemático desde el principio. Que se había rendido.
– Es cierto.
– Puede que sí, no lo sé. Pero estaba en contacto con Drew. De alguna manera, al menos. Sabía que Drew estaba enamorado de Aimee Biel porque él mismo se lo dijo. Probablemente le dijo también que estaba embarazada.
Ella cruzó más los brazos.
– ¿Puede probarlo?
– No. Esa parte es especulación. El resto no. Buscó el historial de Aimee en el ordenador. Eso lo sabemos. Vio que sí, que estaba embarazada. Pero más que nada vio que pensaba abortar. Drew no lo sabía. Él creía que estaban enamorados e iban a casarse, pero Aimee quería librarse de él. Drew Van Dyne no había sido más que un error tonto, por muy común que sea, de instituto. Aimee estaba a punto de entrar en la universidad.
– Parece un buen motivo para que Drew la secuestrara -dijo Edna Skylar.
– Sí lo parece. Si lo hubiera sido todo. Pero seguían molestándome las coincidencias. ¿Quién sabía lo del cajero? Usted llamó a su compañero Ed Steinberg y le sacó información del caso. Él habló. ¿Por qué no? No era confidencial. Ni siquiera existía un caso. Cuando él mencionó el cajero del Citibank, se dio cuenta de que eso podría ser el desencadenante. Se asumiría que Aimee también era una fugitiva. Y así es como sucedió, llamó a Aimee, le dijo que era del hospital, lo cual es cierto, y que podría abortar en secreto. Quedó con ella en Nueva York. La esperó a usted en la esquina, usted acudió, le dijo que sacara dinero del cajero. Su desencadenante. Aimee hizo lo que le dijo, pero le entró el pánico. Quiere pensárselo. La tiene allí, al alcance, está con la jeringa en la mano y de repente se le escapa. Me llama. Llego yo. La acompaño a Ridgewood. Nos sigue con el coche que vi entrar en el callejón aquella noche. Cuando Harry Davis rechaza a Aimee, usted está a la espera y Aimee ya no recuerda nada más después de eso porque ha sido drogada. Esto encaja, su memoria estaría borrosa. El propofol causa esos síntomas. Usted conoce esa droga, ¿no, Edna?
– Por supuesto que sí. Soy doctora. Es un anestésico.
– ¿Lo ha usado en su consulta?
Ella dudó.
– Lo he usado.
– Y eso la condenará.
– ¿En serio? ¿Por qué?
– Tengo otras pruebas, pero la mayoría son circunstanciales. Los expedientes médicos, para empezar. Demuestran no sólo que vio los expedientes médicos de Aimee antes de que yo se lo pidiera, sino que ni siquiera los consultó cuando yo la llamé. ¿Por qué? Porque ya sabía que ella estaba embarazada. También tengo los registros telefónicos. Su hijo la llamó, usted le llamó a él.
– ¿Y qué?
– Eso, y qué. E incluso puedo demostrar que llamó al instituto y habló con su hijo en cuanto yo me marché la primera vez. Harry Davis no entendía que Drew supiera que pasaba algo sin haber hablado con él, pero lo sabía por usted. ¿Y la llamada que hizo a Claire desde la cabina de la Calle 23…? Eso fue una exageración. Fue muy amable por su parte intentar consolar un poco a los padres pero, a ver, ¿por qué iba a llamar Aimee desde el mismo sitio donde había sido vista Katie Rochester? Ella no podía saberlo, usted sí. Y ya hemos investigado su pase de autopistas. Fue a Manhattan. Cogió el Lincoln Tunnel veinte minutos después de que se hiciera la llamada.