Mas Oscuro Que La Noche
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Harry Bosch participa como testigo en un juicio en el que se acusa a un director de cine del asesinato de una actriz. Mientras tanto, Terry McCaleb recibe la vista de una antigua compa?era de trabajo que solicita su ayuda en la resoluci?n de un caso dif?cil. El asesinato que ahora debe investigar es el tipo de homicidio complejo con los que trataba frecuentemente durante sus d?as en el FBI.
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– ¿Cómo llegó a su casa?
– Me cansé de correr, así que continué un buen rato caminando por Mulholland hasta que llegué a un parque de bomberos con un teléfono público enfrente. Lo usé para pedir un taxi y entonces volví a casa.
– ¿Llamó a la policía cuando llegó a su casa?
– Eh…, no.
– ¿Por qué no, señorita Crowe?
– Bueno, por dos cosas. Cuando llegué a casa, David estaba dejando un mensaje en mi contestador y yo cogí el teléfono. Él se disculpó y me dijo que se había dejado llevar. Me dijo que pensó que estrangularme iba a aumentar mi satisfacción sexual.
– ¿Lo creyó?
– No lo sé. Estaba confundida.
– ¿Le preguntó por qué había puesto su ropa en una bolsa?
– Sí. Dijo que pensaba que iba a tener que llevarme al hospital sí no me despertaba antes de que saliera de la ducha.
– ¿No le preguntó por qué creía que tenía que ducharse antes de llevar al hospital a una mujer que estaba inconsciente en su cama?
– No le pregunté eso.
– ¿Le preguntó por qué no avisó a una ambulancia?
– No, no pensé en eso.
– ¿Cuál era la otra razón por la cual no llamó a la policía?
La testigo se miró las manos, que tenía entrelazadas en el regazo.
– Bueno, estaba avergonzada. Después de que él llamara, ya no estaba segura de lo que había ocurrido. No sabía si había intentado matarme o estaba… tratando de satisfacerme más. No lo sé. Siempre se oye hablar de la gente de Hollywood y el sexo extraño. Pensé que a lo mejor yo era…, no lo sé, un poco mojigata.
Mantuvo la cabeza baja y otras dos lágrimas resbalaron por sus mejillas. Bosch vio que una gota caía en el cuello de su blusa de chifón y dejaba una mancha húmeda. Langwiser continuó con voz muy suave.
– ¿Cuándo contactó con la policía en relación a lo sucedido aquella noche entre usted y el acusado?
Annabelle Crowe respondió en un tono todavía más suave.
– Cuando leí que había sido detenido porque había matado a Jody Krementz de la misma forma.
– ¿Habló entonces con el detective Bosch?
Ella asintió.
– Sí. Y supe que si… si hubiera llamado a la policía esa noche, quizá seguiría…
No terminó la frase. Sacó unos pañuelos de papel de la caja y rompió a llorar con fuerza. Langwiser comunicó al juez que había terminado con su interrogatorio. Fowkkes dijo que interpelaría a la testigo y propuso que se hiciera una pausa para que Annabelle Crowe pudiera recobrar la compostura. Al juez Houghton le pareció una buena idea y ordenó una pausa de quince minutos.
Bosch se quedó en la sala mirando a Annabelle Crowe mientras ésta acababa con la caja de pañuelos. Cuando hubo terminado, su cara ya no era tan hermosa. Estaba deformada y roja, y se le habían formado bolsas en los ojos. Bosch pensó que había sido muy convincente, pero todavía no se había enfrentado a Fowkkes. Su comportamiento durante la interpelación determinaría si el jurado iba a creer algo de lo que había dicho o no.
Cuando Langwiser volvió a entrar le dijo a Bosch que había alguien en la puerta que quería hablar con él.
– ¿Quién es?
– No se lo he preguntado. Sólo he oído que hablaba con los ayudantes mientras yo entraba. No le van a dejar pasar.
– ¿Llevaba traje? ¿Un tipo negro?
– No, ropa de calle. Un chubasquero.
– Vigila a Annabelle, y será mejor que busques otra caja de Kleenex.
Bosch se levantó y fue hasta las puertas de la sala, abriéndose paso entre la gente que volvía a entrar una vez finalizado el descanso. En un momento se vio cara a cara con Rudy Tafero. Bosch se movió hacia la derecha para pasar por su lado, pero Tafero dio un paso a la izquierda. Bailaron hacia adelante y hacia atrás un par de veces y Tafero sonrió abiertamente. Al final Bosch se detuvo y no se movió hasta que Tafero pasó a su lado.
En el pasillo no vio a nadie conocido. Entonces Terry McCaleb salió del servicio de caballeros y ambos hombres se saludaron con la cabeza. Bosch se acercó a una de las barandillas que había enfrente del ventanal con vistas a la plaza de abajo. McCaleb se acercó también.
– Tengo dos minutos antes de volver a entrar.
– Sólo quiero saber si podemos hablar hoy después del juicio. Están pasando cosas y necesito hablar contigo.
– Ya sé que están pasando cosas. Hoy se han presentado aquí dos agentes.
– ¿Qué les has dicho?
– Que se fueran a tomar por el culo. Se han puesto furiosos.
– Los agentes federales no se toman muy bien ese tipo de lenguaje, deberías saberlo, Bosch.
– Bueno, soy lento en aprender.
– ¿Nos vemos después?
– Estaré por aquí. A menos que Fowkkes se cargue a esta testigo. Si es así, no sé, mi equipo tendrá que retirarse a algún sitio a lamerse las heridas.
– Muy bien, entonces estaré por aquí. Lo veré en la tele.
– Hasta luego.
Bosch volvió a entrar en la sala, preguntándose con qué se habría encontrado McCaleb tan pronto. El jurado había vuelto a entrar y el juez estaba dándole a Fowkkes el permiso para empezar. El abogado defensor esperó educadamente mientras Bosch pasaba a su lado hacia la mesa de la acusación. Entonces empezó.
– Bien, señorita Crowe, ¿actuar es su ocupación a tiempo completo?
– Sí.
– ¿Ha estado actuando aquí hoy?
Langwiser protestó de inmediato, acusando enojadamente a Fowkkes de acosar a la testigo. Bosch pensó que su reacción había sido un poco extrema, pero sabía que estaba mandando a Fowkkes el mensaje de que iba a defender a su testigo con uñas y dientes. El juez no admitió la protesta, aduciendo que Fowkkes estaba dentro de sus límites al interpelar a una testigo hostil a su cliente.
– No, no estoy actuando -respondió Crowe con energía.
Fowkkes asintió.
– Ha declarado usted que lleva tres años en Hollywood.
– Sí.
– Ha mencionado cinco trabajos remunerados. ¿Algo más?
– Todavía no.
Fowkkes asintió.
– Es bueno no perder las esperanzas. Es muy difícil empezar, ¿no?
– Sí, muy difícil, muy desalentador.
– Pero ahora mismo está en la tele, ¿no?
Ella vaciló un momento y en su rostro se reflejó que se había dado cuenta de que había caído en la trampa.
– Y usted también -dijo ella.
Bosch casi sonrió. Era la mejor respuesta que podía haber dado.
– Hablemos de este… incidente que supuestamente ocurrió entre usted y el señor Storey -dijo Fowkkes-. Este incidente es, de hecho, algo que tramó a partir de los artículos de prensa que siguieron a la detención de David Storey, ¿es así?
– No, no es así. Él intentó matarme.
– Eso dice usted.
Langwiser se levantó para protestar, pero antes de que lo hiciera el juez advirtió a Fowkkes que se guardara ese tipo de comentarios. El abogado defensor siguió adelante.
– Después de que el señor Storey supuestamente la estrangulara hasta el punto de dejarla inconsciente, ¿le salió algún moretón en el cuello?
– Sí, tuve un moretón durante casi una semana. Tuve que quedarme en casa, sin poder ir a ninguna prueba.
– ¿Y tomó fotografías del moretón para documentar su existencia?
– No, no lo hice.
– Pero mostró el moretón a su agente y sus amigas, ¿no?
– No.
– ¿Y por qué?
– Porque no pensaba que llegara a esto, a tener que intentar probar lo que él hizo. Sólo quería que se me fuera y no quería que nadie lo supiera.
– Así que sólo tenemos su palabra respecto al moretón, ¿es cierto?
– Sí.
– De la misma manera que sólo tenemos su palabra respecto al supuesto incidente, ¿cierto?
– Él trató de matarme.
– Y usted ha declarado que cuando llegó a casa esa noche David Storey estaba en ese mismo momento dejando un mensaje en su contestador, ¿es así?
– Exactamente.
– Y usted levantó el teléfono; contestó la llamada del hombre que según ha dicho había intentado matarla. ¿Es así como sucedió?
Fowkkes hizo un gesto como para coger un teléfono y mantuvo la mano levantada hasta que ella contestó.
