El cirujano
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Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisi?n de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La ?nica clave de que dispone la polic?a es la doctora Catherine Cordell, v?ctima hace dos a?os de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior fr?o y elegante, y una bien ganada reputaci?n como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada est? a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisi?n, los detalles de la propia agon?a de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persigui?ndola y acercarse cada vez m?s…
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El zumbido de su localizador lo sobresaltó. Lo apagó y se dio cuenta de que su corazón latía desordenado. Se obligó a tranquilizarse antes de sacar el celular y marcar el número.
– Rizzoli. -Contestó al primer llamado, su saludo tan directo como una bala.
– Me llamaste al localizador.
– Nunca me dijiste que habías consultado el Programa de Captura de Criminales Violentos -dijo ella.
– ¿Qué consulta?
– Sobre Diana Sterling. Estoy revisando su archivo en este momento.
El Programa de Captura de Criminales Violentos, era una base de datos nacional sobre homicidios y asaltos que recogía casos de todo el país. Los asesinos a menudo repiten los mismos patrones, y con esta información los investigadores pueden relacionar crímenes cometidos por el mismo individuo. Como cuestión de rutina, Moore y su compañero en ese momento, Rusty Stivack, habían iniciado una búsqueda en el Programa.
– No encontramos ninguna correspondencia en Nueva Inglaterra -dijo Moore-. Rastreamos todos los homicidios que incluían mutilación, asalto nocturno y ataduras con tela adhesiva. Nada encajaba con el perfil de Sterling.
– ¿Y qué hay de la serie de Georgia? Hace tres años, cuatro víctimas. Una en Atlanta, tres en Savannah. Todos estaban en la base de datos del Programa.
– Revisé esos casos. Ese individuo no es nuestro asesino.
– Escucha esto, Moore. Dora Ciccone, veintidós años de edad, estudiante graduada en Emory. La víctima fue primero reducida con Rohypnol, luego atada a la cama con cuerdas de nailon…
– Nuestro muchacho usa cloroformo y tela adhesiva.
– Le abrió el abdomen. Le quitó el útero. Ejecutó el coup de grace; un único corte en el cuello. Y por último, escucha bien, dobló su camisón y lo dejó en una silla junto a la cama. Te repito que es diabólicamente parecido.
– Los casos de Georgia están cerrados -dijo Moore-. Han estado cerrados desde hace dos años. Ese individuo está muerto.
– ¿Y si la policía de Savannah se equivocó? ¿Y si él no era el asesino?
– Tenían ADN para corroborarlo. Fibras, pelos. Además, hubo una testigo. Una víctima que sobrevivió.
– Ah, sí. La sobreviviente. Víctima número cinco. -La voz de Rizzoli adquirió un tono extrañamente sarcástico.
– Ella confirmó la identidad del asesino -dijo Moore.
– También, y muy convenientemente, le dio un disparo mortal.
– ¿Qué pretendes, arrestar al fantasma?
– ¿Hablaste alguna vez con la víctima sobreviviente? -preguntó Rizzoli.
– No.
– ¿Por qué no?
– ¿Cuál hubiera sido el punto?
– El punto es que te hubieras enterado de algo interesante. Como, por ejemplo, que abandonó Savannah al poco tiempo del ataque. Y adivina dónde vive ahora.
A través del siseo del celular pudo escuchar la corriente de su propio pulso.
– ¿Boston? -preguntó en voz baja.
– Y no vas a creer cómo se gana la vida.
