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Testigos del silencio

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Testigos del silencio
Название: Testigos del silencio
Автор: Reichs Kathy
Дата добавления: 16 январь 2020
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Testigos del silencio - читать бесплатно онлайн , автор Reichs Kathy

La doctora Temperance Brennan acaba de llegar a Montreal para cubrir el puesto de directora del Departamento de Antropolog?a forense de la provincia de Qu?bec. Atr?s ha dejado una situaci?n matrimonial delicada y una ?poca de trabajo nada f?cil, por lo que Temple acaricia la perspectiva de un relajante fin de semana. Antes, sin embargo, debe personarse en el lugar donde la polic?a acaba de encontrar un cad?ver descuartizado y meticulosamente clasificado en bolsas de pl?stico.

El singular proceder del asesino le resulta terriblemente familiar a la forense, y en seguida acude a su memoria el caso de la joven Chantale Trottier, de diecis?is a?os, que hab?a llegado a la morgue desnuda, escrupulosamente descuartizada y empaquetada en varias bolsas de basura tiempo atr?s. Con la certeza de que un asesino anda suelto por la ciudad, Tempe ha de recurrir a sus habilidades como forense para probar que ambos casos est?n relacionados. Pero para lograr la detenci?n del psic?pata ha de convencer a sus colegas del Departamento de Polic?a de que sus sospechas son ciertas, por lo que no la queda mas remedio que actuar con rapidez e incluso poner en peligro su vida y la de cuantos le rodean.

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– Es posible que ande por ahí un asesino en serie, Jewel. Un tipo que mata a las mujeres y las despedaza.

Su expresión siguió inalterable. Se limitó a mirarme como una gárgola pétrea. O no me había comprendido o su mente estaba embotada para pensar en violencia y dolor, incluso en muerte. O tal vez se había puesto una máscara, una fachada para ocultar un temor demasiado auténtico para expresarlo verbalmente. Sospeché que se trataba de esto último.

– ¿Se halla en peligro mi amiga, Jewel?

Cruzamos nuestras miradas.

– ¡Es una hembra, chérie !

Regresé a casa en coche, dejando vagar mis pensamientos y sin apenas prestar atención al trayecto. De Maisonneuve estaba desierto, los semáforos funcionaban ante una vivienda vacía. De pronto aparecieron unos faros por mi espejo retrovisor que se clavaron en mí.

Crucé Peel y me situé a la derecha para dar paso al vehículo. Las luces se movieron conmigo. Regresé al carril interior. El conductor me siguió y puso las luces largas.

– ¡Asno! -exclamé.

Aceleré. El coche siguió pegado a mi parachoques.

Sentí un ramalazo de temor. Tal vez no se tratara sólo de un borracho. Miré de reojo el retrovisor y traté de distinguir al conductor, pero sólo vislumbré una silueta. Parecía grande. ¿Sería un hombre? No podía asegurarlo. Las luces eran cegadoras; el coche, inidentificable.

Las manos me resbalaban en el volante, crucé Guy, giré a la izquierda una y otra vez alrededor de la manzana prescindiendo de las luces rojas, me metí a toda marcha en mi calle y a continuación en el garaje subterráneo del edificio.

Aguardé a que la puerta eléctrica se cerrara y funcionase el seguro con la llave preparada y los oídos alerta al sonido de pisadas. Nadie me seguía. Mientras cruzaba el vestíbulo de la planta baja miré a través de las cortinas. Un coche vagaba por la esquina, en el otro extremo de la calle, con las luces encendidas, y el conductor se recortaba como una negra sombra entre la oscuridad que precede al amanecer. ¿Se trataría del mismo coche? No podía estar segura de ello. ¿Lo habría despistado?

Veinte minutos después me encontraba tendida observando tras mi ventana la cortina de oscuridad que disipaba su negrura en el triste grisáceo del amanecer. Birdie ronroneaba en el hueco de mi rodilla. Estaba tan agotada que me quité las ropas y me desplomé en el lecho prescindiendo de los preliminares. Algo impropio en mí, pues suelo ser muy estricta con la limpieza de mi dentadura y mi maquillaje. Pero aquella noche no me importaron.

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