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Adi?s Muchachos

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Adi?s Muchachos
Название: Adi?s Muchachos
Автор: Chavarr?a Daniel
Дата добавления: 16 январь 2020
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Adi?s Muchachos - читать бесплатно онлайн , автор Chavarr?a Daniel

Novela de ficci?n polic?aca, en la que se atreve a rellenar la trama con altas dosis de sensualidad y humor. Dos ingredientes que el autor consigue difuminar en una intriga inteligente y de r?pida lectura.

Por un lado aparece Alicia, una joven ladina que en las humildes calles de Cuba practica una excelente variante de la prostituci?n mientras sue?a el encuentro del adinerado marido. Alicia se pasea en bicicleta a la caza de cualquier extranjero rico que tenga la desventura (o la suerte) de encontrarse con ella en su camino. En ese momento es cuando la joven mantis despliega sus encantos premeditados e inicia su fruct?fero juego de caza y captura: ella se cae de la bicicleta, la v?ctima le ayuda a levantarse, le ofrece a llevarle hasta casa y all? es donde Alicia dar? el ?ltimo mordisco a su presa? y a su cartera.

Por otro lado est? V?ctor King, un hombre rico y apuesto que indudablemente tambi?n se cruzar? con Alicia y presenciar? su espect?culo de seducci?n. Sin embargo las cosas cambiar?n para Alicia ya que V?ctor, no s?lo no se creer? en absoluto su?numerito? seductor, sino que le propondr? una extra?a tarea sexual que lograr? confundir a la misma diosa de las mentiras.

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– ¡Trasto de mierda!

Le da una patada rabiosa a la bicicleta y rompe a sollozar.

– Cálmese, joven. Permítame ayudarla.

Alicia le da la espalda y se pone las manos en la cintura para doblarse con las piernas tiesas e inspeccionar el estado de sus rodillas. Ante la nueva exhibición de glúteos, Víctor se muerde los labios…

Sin darse vuelta, Alicia refunfuña:

– ¿Y cómo me va ayudar? Cuando esta porquería se atasca, siempre me quedo a pie…

– Permítame acompañarla, puedo meter su bicicleta en el maletero.

Alicia se da vuelta y lo mira, sorprendida:

– ¿Cabe ahí?

– Perfectamente…

– ¿Y hacia dónde usté va?

– Adonde usted mande -y le dedicó otra sonrisa de Alain Delon.

Ella no llegó a sonreír. Con la discreta aprobación de la Mona Lisa, le practicó un examen visual, de la cabeza a los pies, sin prisa, con un demorado alto en la entrepierna.

– Gracias -le dijo por fin, con un gesto de alivio.

Y Víctor volvió a sonreír, seguro de haber aprobado el examen.

6

Cuando un cliente no le resultaba productivo en las primeras cuarenta y ocho horas, o anunciaba marcharse del país en breve, al otro día, Alicia salía disciplinadamente a pedalear.

Como hembra había sido muy precoz. A los quince años tenía un cuerpazo, ojos muy azules, nariz de sensitivas aletas y esa piel dorada que hace de las rubias caribeñas algo tan o más sexy, a veces, que las famosas mulatas.

Alicia se enamoró de su profesor de educación física, un negro escultural; y consumida por un deseo que ya no podía reprimir, lo forzó a poseerla sobre un colchón del gimnasio.

– Así es la vida -comentó la madre resignada.

Ya ella lo sabía, coño. De tal palo…

– Y ya que estás en eso, aprende. Mira…

Y Margarita la instruyó, casi con más envidia que amor de madre, hasta donde ella podía instruirla. Y ya que había dejado de ser niña, le confesó lo de su padre y ella. Él tenía amantes. Margarita sufrió mucho. Adoraba a Germán; pero primero muerta que perder su dignidad. Y se consiguió un tipo, y otro, y otro. Cuando Germán lo supo, la dejó. Le dijo que había hecho algo imperdonable.

– Él sí podía; yo no. ¿Te das cuenta? -comentó con rabia y distancia en la mirada.

En cuanto a la determinación de prostituirse, de "putear" como decía Alicia sin eufemismos ni drama, Margarita tenía la conciencia tranquila. La idea había sido de Alicia. Original. Suya. Y la había concebido a los 21 años, con mayoría de edad, cuando ya era una hembra hecha y derecha; y en algunas cosas, mucho más madura que su madre. Y con unos cojones más grandes que los de Antonio Maceo. ¡Por tu vida! ¿De dónde habría sacado la niña aquellas espuelas?

No; ningún cargo tenía en su conciencia de madre. Ni le remordía el haberla ayudado con tanto entusiasmo. La propia Alicia le había confesado que, mientras no fuera con tipos desagradables, el ejercicio de la putería le gustaba, era estimulante, divertido.

¡Qué otra cosa podía hacer Margarita! Como contribución adicional, había sacrificado a Carlos, su último querindango, que hacía unos meses vivía con ellas en la casa. Una lástima. Era bueno en la cama, tranquilo, suficientemente enamorado para complacer a Margarita en todo lo que estuviera a su alcance, y sin jamás haberse puesto a joder con reclamos de atención y escenas de celos. Pero era tan poco lo que podía ayudar…

Y lo botó sin explicaciones.

– ¡Nada! Que me cansé y punto. ¡Dale! Recoge y vete.

Evidentemente, Carlos sobraba para el proyecto de Ali; proyecto razonable, por otra parte; y ya que así lo había decidido la niña, manos a la obra. Y sin demora; porque aquel culo, la piel de veintitrés años y sus agallas, no le iban a durar toda la vida.

El recurso de ofrecerse pedaleando, y buena parte de las artimañas para seducir y esquilmar clientes, habían sido creatividad de la propia Alicia; pero Margarita, como Isabel de Castilla, había creído en el proyecto, y vendió su última joya para adquirir una bicicleta en dólares.

– Ahora o nunca -había dicho Alicia cuando fue a comprarla.

"Por su culpa…", se dijo Margarita, y recordó con inquina a su ex marido. Y a Gorbachov, el calvo hijueputa ese, que había venido a joderlo todo.

De no haber ocurrido el colapso de la Unión Soviética, en Cuba no habría Período Especial. Quizá Alicia hubiese terminado su carrera; y seguramente se habría conseguido un marido dirigente, tecnócrata o artista, como era su aspiración juvenil. Pero ya en el 94, cuando la crisis afectaba los estómagos, los pies, la conciencia, hasta ahí llegó el patriotismo de Alicia y escogió hacerse puta.

– ¡Sí, puta, puta! ¡Claro que sí, chica! -había insistido la niña.

Generalizados los apagones y la distribución de un panecillo por persona, Alicia hizo varios intentos honestos por conseguirse un extranjero rico, que la sacara del país y la pusiera a vivir como ella quería. Aducía tener una sola vida y gustos caros. Y esos gustos quería dárselos en esta única vida y cuanto antes.

En dos ocasiones, durante los años 94 y 95, sus intentos honestos estuvieron a punto de dar resultados, pero a último momento fracasaron.

Llegó, pues, el día en que Alicia decidió hacerse puta.

Ni un discurso más: si veía a Fidel en el televisor, lo apagaba. Al carajo con la moral y los principios. Sí, puta.

Margarita tuvo que estar de acuerdo. No hubiera podido impedírselo. Y con profusas lágrimas reconoció que de haber tenido veinte años menos, ella habría hecho lo mismo.

– Pobre hija mía…

– ¡Qué pobre ni un carajo! A llorar a la iglesia.

Ni Alicia ni la madre habían sido nunca gusanas.

Margarita, nacida en el 48, había estudiado pintura en San Alejandro durante la década de los sesenta, y luego, un par de semestres de la Licenciatura en Historia del Arte. Siguieron el matrimonio y los viajes. Con Germán, funcionario de Comercio Exterior, casi dos décadas mayor que ella, había vivido cinco años en Bélgica y tres en Inglaterra. Margarita provenía de la vieja burguesía habanera; pero por seguir a Germán, hombre viril, hermoso, patriota y fidelista, había desertado de su familia ricachona, emigrada a Miami desde 1960, y había acompañado sinceramente el proceso revolucionario. Siempre desde posiciones muy cómodas, claro; pero lo había acompañado.

Al regreso, había trabajado en un museo, y desde hacía diez años en el Ministerio de Comercio Exterior, como secretaria primero y en protocolo después. En aquel ambiente liberal y cosmopolita del trato con extranjeros, Margarita se encontraba en su medio. Y aunque durante muchos años se tuviera por revolucionaria, su patriotismo y convicciones flaquearon cuando en el 91 Germán la dejó por otra, veinte años más joven.

Desde entonces, Margarita y Alicia perdieron muchos de los privilegios que emanaban de él. Eso sí, les dejó la casa de Miramar, con dos plantas, cinco cuartos, antejardín, patio trasero con árboles, garaje, y el viejo Triumph que trajeran de Inglaterra, fundido irremisiblemente desde hacía dos años.

Así pues, mientras Alicia no tuviera un cliente fijo a quien dedicarse durante varios días, salía a cazar en bicicleta. Y en tanto no enganchara a nadie, pedaleaba siete días por semana, de diez a doce y de cuatro a seis.

Su técnica era única en La Habana.

Y la prueba de que daba resultados, es que a pocos meses de haberse iniciado, había obtenido ya cuatro propuestas en firme para una relación estable en el exterior: Panamá, Argentina, Alemania, Italia.

El panameño era riquísimo y buen mozo, pero se le adivinaba el déspota y olía a maffia; el alemán, más rico todavía, pero demasiado viejo y muy matraquilloso; el argentino, un niño bien, un poco loquito, heredero, empresario, pero inmaduro y muy lleno de reclamos. De los cuatro, ella hubiera escogido al italiano, pero no tenía suficiente dinero, era muy gordo y bastante zonzo.

Tenía que seguir pedaleando.

7

En un cuarto muy desordenado, sobre improvisados estantes de madera y desparramados por el piso, hay varios ventiladores, una cocina eléctrica, un refrigerador, guitarras, bicicletas, una moto…

Margarita, con un delantal y guantes de goma, alza un poco las piernas para caminar en medio de los trastos, y mirar una etiqueta pegada a un equipo de aire acondicionado [1] …

– Este es un Westinghouse, y te lo puedo dejar en mil…

Un mulato cuarentón que viste camisa floreada, con cadena de oro al cuello, sombrerito blanco de alas cortas y un puro en la boca, se lleva una mano aparatosamente a la cabeza.

– Y ese otro en 800…

– No seas genocida Margarita, no nos lleves tan recio…

– Sí, chica -añade un rubio joven, fortachón de grandes

bíceps-, no nos machaques, fíjate que te vamos a comprar los dos…

Margarita, muy segura de sí, replica amigablemente:

– ¡Qué va, mi vida! Mil ochocientos por los dos o nada…

Se oye un coche llegando. Margarita se asoma a una ventana para

observar.

– ¡Coño! Viene Alicia con una visita, y yo no tengo nada

preparado…

Se dirige rápidamente a la sala, coge una guitarra y la guarda en un trastero. Luego abre un mueble, saca una foto con un desnudo de Alicia, y la dispone bien en evidencia sobre una mesita redonda mezclada con otras fotos. Echa un vistazo a las existencias del bar, verifica al trasluz el contenido de una botella oscura y pasa a la cocina.

Abre la nevera, traslada unas botellas de cerveza desde el estante de la puerta al congelador, donde introduce también un par de vasos. De allí mismo saca unos langostinos y los pone a descongelar en un horno de microondas. Abre un pomito de plastico, vierte el contenido en una cazuelita y la pone a fuego lento.

Se acerca a otra ventanita, mira ansiosamente hacia afuera y murmura algo ininteligible.

Cuando regresa junto a los dos hombres, el mulato está terminando de contar el dinero.

– OK, aquí tienes los mil ochocientos. ¿A cuánto me dejas la moto y la nevera?

– No, no me des dinero ahora, que no tengo tiempo ni para contarlo… Vengan por la tarde o mañana de mañana. Dale, salgan rápido por el fondo.

Los hombres se marchan y Margarita cierra la puerta del patio. Corre una cortina, se quita sus guantes y su delantal. Yergue la cabeza, alza un poco las manos, y con un andar de lady elegante, se encamina hacia la puerta. De paso ante el espejo de la sala, vuelve a inspeccionarse aprobatoriamente.

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