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A sus plantas rendido un le?n

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A sus plantas rendido un le?n
Название: A sus plantas rendido un le?n
Автор: Soriano Osvaldo
Дата добавления: 16 январь 2020
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A sus plantas rendido un le?n - читать бесплатно онлайн , автор Soriano Osvaldo

Bongwutsi: un pa?s africano ·que ni siquiera figura en el mapa·. All? vive un argentino usurpando la condici?n de c?nsul de su pa?s, hundido en la pobreza y enardecido de entusiasmo por el reciente estallido de la guerra de las Malvinas, en disputa permanente con el embajador ingl?s, inexplicablemente entrampado en una trama donde se suceden conspiraciones con enviados de las grandes potencias mundiales, una interrumpida relaci?n amorosa, los sue?os de liberaci?n y grandeza del inhallable- y ubicuo- Bongwutsi, la entrada triunfal al pa?s de un ej?rcito de monos…el v?rtigo narrativo no se interrumpe, la invenci?n y la verdad se al?an en el desborde de una fantas?a indeclinable. El ?mpetu narrativo de Osvaldo Soriano llega a su punto m?ximo en este relato fascinante.

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El sultán y Lauri entraron en la cabina de mando donde Quomo estaba recostado leyendo Le Monde. El Katar controló el piloto automático, leyó los instrumentos y se instaló en el asiento del comandante. Se hacía de noche y el desierto tomaba un color gris profundo.

– ¿A qué aeropuerto vamos? -preguntó.

– Ningún aeropuerto -dijo Quomo y sacó los pies de encima del tablero-. Vamos a bajar en el lago.

– A tanto no me puedo comprometer. No tengo experiencia en amerizaje.

– Déjeme a mí. ¿Cuándo empezamos a ver selva?

– Para eso hay que decirle a la computadora que cambie el rumbo, porque en esta dirección vamos a Arabia Saudita. ¿Cuál es la coordenada de Bongwutsi?

– Pruebe doce grados siete minutos sur, a ver si encontramos la cuenca del Nilo, después yo me oriento solo.

El Katar se colocó los auriculares y apretó unos botones en la computadora. Una larga lista de aeropuertos apareció en la pantalla.

– Lusaka, mil ochocientos kilómetros. ¿Le sirve el dato?

– No, pero corrija dos grados al este a ver qué pasa. Usted, Lauri, apague ese cigarrillo y vaya con Chemir a preparar las armas. Hay que llegar haciendo ruido.

Lauri aplastó la colilla en el cenicero.

– ¿Cómo hace para adivinar los números de la ruleta? -preguntó.

Quomo se volvió y lo miró a los ojos.

– ¿Qué le pasa? ¿No está de acuerdo con el refrán?

– Me pone nervioso que acierte siempre. Podríamos estar limpiando algún casino en lugar de ir a hacernos matar en la selva.

– Disculpe -interrumpió el sultán-, pero no me autorizan a entrar en el espacio aéreo de Bongwutsi. Pusieron bombas en la pista y el aeropuerto está cerrado.

– ¿Está seguro? -Quomo manoteó los auriculares y pidió a la torre que repitiera el mensaje. Estuvo un minuto escuchando con la boca abierta.

– ¡Carajo con el irlandés! -gritó al fin. Su cara había rejuvenecido diez años.

– Bombas -repitió el sultán, absorto.

– ¿Cómo sabe que fue O'Connell? -preguntó Lauri.

– ¿Quién va a ser si no? Tenemos que llegar antes de que los ingleses manden los paracaidistas. Si conseguimos eludir los radares, en un par de horas estamos allá.

– Ese debe ser el Nilo -dijo el sultán señalando el otra lado del visor-. ¿Lo seguimos?

Quomo miró el altímetro y se ató el cinturón de seguridad.

– Baje todo lo que pueda y déjeme el mando. Si tiene algún mensaje para su novia transmítalo ahora, porque vamos a interrumpir el contacto con la torre.

– ¿No hay una ruta o algún descampado para aterrizar? -preguntó el sultán-. No me gusta la idea de perder el Rolls.

– No lo va a perder. El capitalismo creó el Rolls para justificarse ante la historia y nosotros le vamos a hacer un lugar especial en el museo de los buenos recuerdos.

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