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El cromosoma Calcuta

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El cromosoma Calcuta
Название: El cromosoma Calcuta
Автор: Ghosh Amitav
Дата добавления: 16 январь 2020
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El cromosoma Calcuta - читать бесплатно онлайн , автор Ghosh Amitav

En la ciudad de Nueva York, en un futuro pr?ximo, Antar, un egipico que trabaja como ingeniero inform?tico, recupera por casualidad la ficha de Murugan, un viejo colega que se march? a Calcuta, donde se le perdi? la pista.

Murugan segu?a el rastro del cient?fico, escritor y premio Nobel del siglo xix Ronald Ross, que llev? a cabo importantes investigaciones sobre la malaria en la India. Pero el trabajo de Ross no se limitaba a esta enfermedad, ya que alguien lo manipulaba desde la sombra para que profundizase en la relaci?n entre la malaria inducida y la curaci?n de la s?filis y con algo cuyo alcance ?l jam?s llegar? a comprender: el denominado cromosoma Calcuta, a partir del cual… tal vez se pueda conseguir la inmortalidad.

Amitav Ghosh nos introduce en una India misteriosa, poblada por turbios personajes y enigm?ticas presencias fantasmales, un universo en el que conviven y se confrontan culturas diferentes, distintas maneras de concebir el mundo. Alternando dos tiempos hist?ricos -el pasado y el futuro- en los que dos personajes luchan denodadamente por acceder al conocimiento, esta espl?ndida novela combina un trepidante ritmo de thriller con profundas reflexiones sobre la identidad, la manipulaci?n de los cient?ficos y la b?squeda de la sabidur?a y la inmortalidad.

«Una novela de lectura apasionante» (Alex Clark).

«Extremadamente ingeniosa… Combina el suspense de un melodrama Victoriano con la fascinaci?n de un thriller cient?fico» (John Ryle, The Guardian).

«Una seductora meditaci?n sobre la identidad personal, que consigue aunar amenidad y seriedad» (Stephen Amidon, The Sunday Times).

«Planteada como una novela polic?aca muy sofisticada y repleta de momentos memorables» (D.J. Taylor, Literary Review).

«Sin duda, al menos en lo que a la literatura en lengua inglesa se refiere, Amitav Ghosh es en estos momentos nuestro ?nico novelista de ideas y el ?nico que no teme ponerse continuamente retos» (Tarun J. Tejpal, Outlook).

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27

Cuando volvió a abrir los ojos, Urmila estaba tendida a la sombra del porche de columnas de la mansión de Haldar. Veía borroso y le daba vueltas la cabeza. Una silueta confusa se inclinaba sobre ella y más allá había como una docena de rostros nebulosos, mirándola con ansiedad. Una voz le gritaba al oído; no entendía lo que le decía, tenía un acento raro. Alguien la abanicaba con un periódico; otra persona le ofrecía un vaso de agua. El chowkidar estaba en un plano medio, gesticulando y discutiendo con alguien que no alcanzaba a ver.

Poco a poco, a medida que se le aclaraba la vista, percibió que la gran mancha que tenía delante era un rostro, la cara de un hombre, de barba corta y bien arreglada. Le resultaba un tanto familiar.

-¡Señorita Calcutta! -La sacudía del hombro-. Vamos, despierte. ¿De dónde ha sacado esto? Tengo que saberlo.

-¿El qué? -preguntó ella. El hombre agitaba algo ante sus narices, pero no veía lo que era.

-Estas hojas -dijo el desconocido con impaciencia-. Lo que ha traído; estos papeles.

Retirándole la mano con un gesto, Urmila se incorporó.

-¿Quién es usted? -preguntó-. ¿Por qué me grita así?

-¿No se acuerda de mí? -dijo el hombre, mirándola perplejo-. Nos conocimos ayer, en el teatro.

-¿Cómo que nos conocimos? -repuso ella-. No sé cómo se llama usted, ni quién es, ni a qué se dedica ni nada.

-Me llamo L. Murugan. Trabajo en Alerta Vital. -Murugan sacó la cartera y le entregó una tarjeta, añadiendo-: Yo sí sé quién es usted. No recuerdo exactamente su nombre, pero sé que trabaja en la revista Calcutta.

-Eso es lo único que necesita saber -replicó ella-. Y ahora le ruego que me explique qué está haciendo aquí.

-¿Yo? -dijo Murugan-. Quería pedir autorización al señor Haldar para visitar su casa de la calle Robinson, así que pensé en venir a presentarme.

-¿Y por qué me grita?

-Tengo que saber de dónde ha sacado esto. -Le mostró los arrugados fragmentos de las fotocopias que ella había encontrado en el envoltorio del pescado-. ¿Me lo puede decir?

-¿Cómo se atreve? -exclamó Urmila, abalanzándose sobre su mano y arrebatándole los papeles-. Son míos. Me pertenecen.

-No son suyos -objetó Murugan, cogiéndolos-. No tienen nada que ver con usted.

-Son míos y pienso conservarlos -insistió ella, haciendo con ellos una pelota y metiéndosela en la pechera de la blusa.

-Oiga -dijo Murugan, haciendo rechinar los dientes-. ¿Ha encontrado algo que podría ser la clave de uno de los misterios del siglo y lo único que quiere es librar una batalla por su custodia?

Urmila empezó a levantarse, despacio.

-¿Por qué le interesan tanto esos papeles? Sólo valen para la basura.

-Muy bien -dijo Murugan-. Le ahorraré la molestia de tirarlos por la taza del retrete. Devuélvamelos.

-No hay por qué excitarse -dijo ella en tono frío.

Logró ponerse en pie y lanzó una mirada inquisitiva a los rostros que la rodeaban.

-¿Dónde está mi pescado? -preguntó, sin dirigirse a nadie en particular.

Le devolvieron el húmedo envoltorio. Cogiéndolo con firmeza, echó a andar por el sendero hacia la puerta. Murugan corrió tras ella.

-Espere -dijo, tratando de serenarse-. Oiga, ¿qué es lo que quiere? ¿Dinero o algo así?

Ella le dirigió una mirada desdeñosa y siguió andando.

-Entonces, ¿qué?

- Quiero saber lo que hay en esos papeles.

Murugan la cogió del codo.

-Mire, ni siquiera me ha dicho su nombre -protestó Murugan en el tono más conciliador que pudo adoptar-. Lo único que sé es que trabaja en Calcutta.

-Mi nombre no le incumbe -replicó ella, librándose de su mano con una sacudida del brazo-. Y le ruego que no me toque.

-Ah, de manera que va a seguir en esa actitud -dijo Murugan, levantando la voz-. ¿Y cómo voy a llamarla, entonces, ya que no se me va a conceder el honor de que me la presenten? ¿Señorita Calcutta? ¿Quizá simplemente Calcuta, o sería eso demasiado íntimo? ¿Le parece demasiado afectuoso? Su marido podría sospechar algún acto dudoso, un comportamiento equívoco, una conducta indecorosa y secreta…

-No estoy casada -repuso fríamente Urmila.

-Ah, mejor que mejor: acaba de alegrarme la vida, Calcuta, voy a contar los segundos hasta que termine lo sospechoso y empiece lo equívoco, pero antes de que nos pongamos a gemir con nuestros actos indecorosos, déjeme decirle algo, Calcuta, permítame introducir algunas referencias en su base de datos; déjeme decirle de qué va esto, permítame poner sus prioridades un poco más en consonancia con el mundo real. Usted no tiene que hacerme preguntas a mí: ¿entiende lo que le digo? El doctor Morgan es quien decide lo que usted tiene derecho a saber y cuándo debe saberlo.

-¿Ah, sí? -dijo ella, entornando los ojos.

-Quiere una explicación, pues la tendrá -aseguró él-. Pero yo escogeré las armas y el lugar.

Corrió a la calle y paró un taxi.

-Al Hospital P. G. -ordenó al taxista sij-. Rápido, vámonos.

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