Poderes Extraordinarios
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En el mundo del espionaje, poderes extraordinarios es un t?rmino que se utiliza para referirse al permiso que se le otorga a un agente secreto de mucha confianza para que en circunstancias extremadamente especiales viole las ?rdenes de su empleador si es absolutamente necesario para cumplir el objetivo de una misi?n de suma importancia.
Poderes extraordinarios es una novela de suspenso escrita por un novelista catalogado como uno de los mejores escritores de thrillers del mundo, Joseph Finder, graduado en la universidad de Yale y Harvard.
La novela narra la historia de Ben Ellison, quien se encarga de investigar el accidente que termin? con la vida de su suegro, director de la CIA en el momento m?s exitoso de su carrera. Pero, aparentemente, no se trata de un accidente. Ben utilizar? sus poderes de percepci?n extrasensorial para buscar al ex jefe de la KGB, el ?nico que puede revelar la verdad. Pero mientras Ben lleva a cabo su investigaci?n, un asesino le asecha.
Joseph Finder describe una conspiraci?n concebida en el coraz?n de la inteligencia norteamericana. Una fortuna perdida, de origen sovi?tico y habilidades parapsicol?gicas condimentan una trama muy atrapante.
El libro tiene un valor tremendo, es muy bueno. Adem?s, su autor afirma que si bien ciertas cosas de la novela son parte de la ficci?n, la historia est? basada en hechos hist?ricos muy misteriosos y poco conocidos, pero existen registros muy interesantes que demuestran su veracidad. A medida que se avanza en la lectura, Joseph Finder presenta art?culos period?sticos que respaldan su afirmaci?n.
Se trata de una verdadera obra de arte, te la recomiendo.
Te dejo el link de la p?gina oficial del autor para que encuentres m?s informaci?n si es de tu inter?s.
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– Así que dime, ¿para qué el tiroteo de Boston? Hace… hace ¿cinco años? que el Proyecto Oráculo está en marcha…
– Más o menos cinco, sí.
– Y de pronto, la gente me dispara. Hay una urgencia, eso es obvio. Alguien quiere algo, y lo quiere ahora mismo. No tiene sentido.
Toby suspiró, tocó con los dedos el vidrio que nos separaba.
– Ya no hay amenaza soviética -dijo lentamente-. Gracias a Dios. Pero hay otra mucho más difícil y difusa: cientos de miles de desempleados en el Este, espías también, trabajadores, muchísimos.
– Esa no es explicación posible -contesté-. Esa gente es positiva para nosotros. ¿Para quién mierda trabajan? ¿Y por qué?
– Mierda -gritó Toby-. ¿Quién crees que mató a Edmund Moore?
Lo miré con los ojos muy atentos. Los de él estaban abiertos, asustados, llenos de lágrimas.
– Tú dime, ¿quién fue?
– Ah, vamos, la versión oficial es que se tragó el cañón de su revólver, modelo 39 Smith amp; Wesson, de la Agencia, de 1957.
– ¿y?
– El modelo 39 tiene cámaras para el Parabellum 9 mm, ¿verdad? Es el primer 9 mm de fabricante estadounidense.
– ¿A qué mierda quieres llegar?
– La bala que entró en el cerebro de Ed Moore vino en un cartucho de 9 mm x 18. Es el que se usa para la pistola Makarov. ¿Me sigues?
– Soviética -dije-. Antigua, fines de la década del cincuenta. O…
– O de Alemania del Este. El cartucho es para la Pistóle M. de Alemania del Este. No creo que Ed Moore hubiera usado munición de la policía secreta de Alemania del Este en su vieja pistola de la Agencia. ¿A ti qué te parece?
– Pero los malditos Stasi ya no existen, Toby.
– Alemania del Este no existe. Los Stasi no existen. Pero los agentes de la Stasi sí. Y alguien está utilizándolos para hacer un trabajo. Te necesitamos, Ben.
– Sí -dije, levantando la voz-. Obviamente. Pero, ¿para qué, mierda?
Siguió con su ritual de sacar un paquete de Rothmans, golpearlo contra el costado de su silla de ruedas hasta que salió uno, encenderlo… Después de soltar el humo, habló a través de la nube.
– Queremos que localices al último jefe de la kgb.
– Vladimir Orlov.
Él asintió.
– Pero tú sabes dónde está ahora… ¿Con todos los recursos de la Agencia?
– Lo único que sabemos es que está en alguna parte de Italia del Norte, en Toscania. Eso es todo.
– ¿Y cómo mierda saben eso?
– Nunca divulgo métodos ni fuentes -dijo con una sonrisa torcida-. En realidad, Orlov está enfermo. Va a Roma a ver a un cardiólogo. Eso lo sabemos. Hace años que ve a ese tipo: visitó Roma por primera vez en la década del 70. Este doctor trata a cierto número de líderes mundiales con gran discreción. Orlov confía en él.
"También sabemos que después de las consultas, vuelve a algún lugar de Toscania. Los que lo llevan son hábiles. Se sacaron de encima a todos los que les pusimos para seguirlos.
– Organicen un trabajo de introducirse en un lugar vigilado.
– ¿Con el cardiólogo? No tiene sentido. Ya probamos ert Roma. Nada. Seguramente tiene los archivos bien guardados.
– ¿Y si encuentro a Orlov?
– Tú eres el yerno de Harrison Sinclair. Casado con su hija. No es totalmente absurdo pensar que quieras tener relaciones con él, negocios. Va a sospechar, pero tú puedes hacerlo. Y cuando estés con él, queremos que averigües todo lo que puedas sobre lo que discutió con Sinclair. Todo. ¿Realmente se robó una fortuna? ¿O fue Hal? ¿Qué tuvo que ver Orlov? Tú hablas ruso, y con tu "talento"…
– Ni siquiera tiene que decir nada…
– Tal vez en un solo movimiento puedas localizar la fortuna que nos falta y limpiar el nombre de Hal Sinclair. Pero también es posible que lo que averigües sobre tu suegro no te guste.
– No es probable.
– No, Ben. Tú no quieres creer que Harrison Sinclair fueraun ladrón. Alex Truslow tampoco y yo tampoco. Pero prepárate para la posibilidad de que eso sea exactamente lo que pasó, aunque te parezca repugnante. Y la misión tiene riesgos.
– ¿Quiénes son los riesgos?
Él se reclinó en la silla de ruedas.
– La gente más traicionera en el negocio de la inteligencia es siempre la tuya propia. Hubo un gran entomólogo del siglo XIX, Auguste Forel, que observó que los peores enemigos de las hormigas son… otras hormigas. Los peores enemigos de los espías son otros espías. -Puso las manos como formando el techo de un templo. -No sé qué trato hizo Vladimir Orlov con Sinclair, pero no creo que el ruso quiera que ese trato salga a la luz.
– No me jodas, Toby -dije-. Tú no crees que Hal fuera inocente.
El dejó escapar el aire, un ruido audible.
– No -admitió-. No. Ojalá pudiera creerlo. Pero al menos averiguaremos en qué andaba cuando murió. Y por qué.
– ¿En qué andaba Hal -grité-. Hal está muerto.
Toby levantó la vista, sorprendido. Parecía asustado, aunque yo no sabía si era por mi estallido o por alguna otra cosa.
– ¿Quién lo mató? -exigí que me dijera-. ¿Quién mató a Hal?
– Empleados de la Stasi, supongo.
– No hablo del trabajo sucio, ¿quién ordenó esa muerte?
– No sabemos.
– Esos renegados de la CIA, los Sabios, Alex me habló de ellos…
– Posible. Aunque tal vez, sé que no va a gustarte, pero hay que pensarlo… tal vez Sinclair era uno de ellos. Uno de los así llamados Sabios. Y tal vez hubo un desertor o algo así.
– Esa es una teoría -dije con frialdad-. Debe de haber otras.
– Sí. Tal vez Sinclair hizo un trato con Orlov, algo que tenía que ver con muchísimo dinero. Y Orlov, por avaricia o miedo, lo hizo matar. Después de todo, ¿no sería lógico que esos rufianes de Alemania del Este y Rusia hicieran algo así por su viejo jefe?
– Necesito hablar con Alex Truslow.
– No podemos comunicarnos con él. No está disponible.
– Está en Camp David. Y sé que se puede llegar a él.
– Está en tránsito, Ben. Si tienes que hablarle, prueba mañana. Pero no hay tiempo que perder. Este es un asunto urgente.
– Te piensas quedar con Molly, ¿eh? ¿Hasta que yo te entregue los bienes que me pides?
– Ben, estamos desesperados. Las cosas son demasiado vitales. -Respiró hondo. -No fue idea mía. Discutí con Charles Rossi por esto, gritamos incluso.
– Pero ahora estás de acuerdo.
– La tratan muy bien. Eso te lo juro. Ella puede confirmarlo. El hospital sabe que la llamaron por un asunto familiar de urgencia. Lo único que va a pasarle es que van a obligarla a tomar un lindo descanso de unos días. Lo necesita.
Sentí que me corría la adrenalina por el cuerpo y tuve que luchar conmigo mismo para conservar la compostura.
– Toby, creo que fuiste tú el que me dijo una vez que cuando un hormiguero está bajo ataque, las hormigas no envían a los jóvenes machos como soldados. Envían a las mujeres viejas, me dijiste. Porque si ellas mueren, no tiene importancia. Eso se llama altruismo: es mejor para la colonia, ¿cierto?
– Haremos todo lo que podamos para protegerte.
– Dos condiciones -dije.
– ¿Sí?
– Primero, es lo único que voy a hacer. Para ustedes o para cualquier otro. No pienso transformarme en conejito de Indias ni en el chico de los mandados ni en ninguna otra cosa. ¿Comprendido?
– Comprendido -dijo él, la voz firme-. Aunque espero que podamos convencerte más adelante.
No le presté atención.
– Y segundo, van a recibir la información cuando suelten a Molly. No antes. Yo voy a fijar términos y métodos. Este es mi juego y yo pongo las reglas.
– Eso no es razonable -dijo Toby, la voz más fuerte.
– Tal vez, pero ese punto no es negociable.
– No voy a permitirlo. Está contra todas las reglas de procedimiento,
– Acéptalo, Toby.
Otra larga pausa.
– Mierda, Ben. De acuerdo.
– Entonces, tenemos un trato.
Él puso las manos sobre la mesa, frente a mí.
– Te llevaremos a Roma en un par de horas -dijo-. No hay ni un minuto que perder.