El hombre de los circulos azules

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу El hombre de los circulos azules, Vargas Fred-- . Жанр: Триллеры. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
El hombre de los circulos azules
Название: El hombre de los circulos azules
Автор: Vargas Fred
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 360
Читать онлайн

El hombre de los circulos azules читать книгу онлайн

El hombre de los circulos azules - читать бесплатно онлайн , автор Vargas Fred

Desde hace cuatro meses aparecen unos c?rculos de tiza azul acompa?ados de una frase de noche en las calles de Par?s. En el centro de los c?rculos aparecen objetos perdidos, objetos muertos ya sin due?o y pesados pues ante todo el misterioso autor de los c?rculos no puede permitirse el lujo de dejar que el viento se los lleve y destruir su obra.

El comisario Jean-Baptiste Adamsberg sigue la pista en todos los peri?dicos, siente que el misterio de los c?rculos no acabar? aqu? y que pronto el mal augurio que llevan consigo acabar? en algo peor. Un d?a el cad?ver de una mujer degollada en el centro de uno de los c?rculos le dar? la raz?n, la primera v?ctima Madelaine Chatelain, soltera sin demasiada variedad ni nada significativo en su vida, aparentemente una muerte sin sentido.

El inspector Danglard ayudar? a su nuevo jefe a llevar la investigaci?n sobre `el hombre de los c?rculos azules`. Pueden sospechar por los indicios en un solo autor de los hechos ya que el cad?ver no mancha con su sangre, ni roza la l?nea de tiza azul, demasiada casualidad. Danglard est? al cargo de sus hijos y de uno m?s que le ha entregado su mujer como `regalo` de otro hombre, su consuelo es su familia o lo que queda de ella y la botella de alcohol que no puede faltar a diario, aun as? es una buena persona y Adamsberg lo sabe.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 34 35 36 37 38 39 40 41 42 ... 45 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

– Muy fácilmente. Consiguió que fuera al lugar deseado.

– Y él, ¿por qué fue?

– ¡Está claro! Una amiga de juventud que le llama, que le necesita. Entonces lo olvida todo y acude.

– Por supuesto -dijo Mathilde-. Seguramente tienen razón.

– Y las noches de los crímenes, ¿estaba aquí? ¿Lo recuerda?

– A decir verdad, desaparecía casi todas las noches, para acudir a sus citas, según decía, como la otra noche. ¡Interpretó ante mí una maldita y jodida comedia! ¿Por qué no dice nada, comisario?

– Trato de reflexionar.

– Y ¿a qué conclusiones llega?

– A ninguna, pero ya estoy acostumbrado.

Mathilde y Danglard intercambiaron una mirada. Se habían quedado un poco desconsolados. Sin embargo, Danglard no estaba de humor para criticar a Adamsberg. Clémence había desaparecido, eso era verdad, pero a pesar de todo, Adamsberg había sabido comprender y había sabido enviarle a Marcilly.

Adamsberg se levantó sin avisar, hizo un gesto inútil y lánguido, dio las gracias a Mathilde por el café y pidió a Danglard que enviara a los del laboratorio al apartamento de Clémence Valmont.

– Me marcho -añadió, para no irse sin decir nada, para darles una explicación, para no herirles.

Danglard y Mathilde siguieron juntos mucho rato. No podían dejar de hablar de Clémence, de intentar comprender. El novio que se va, el devastador encadenamiento de los anuncios por palabras, la neurosis, los dientes afilados, las repugnantes impresiones, las ambigüedades. De cuando en cuando, Danglard subía a ver qué estaban haciendo los tipos del laboratorio y volvía a bajar diciendo: «Están en el cuarto de baño». Mathilde seguía sirviendo café añadiéndole agua tibia. Danglard se sentía bien. Con mucho gusto se habría quedado allí toda la vida, acodado a la mesa en la que nadaban los peces, bajo la luz de la cara morena de la reina Mathilde. Ella habló de Adamsberg, preguntó qué había hecho para comprender.

– No tengo la menor idea -dijo Danglard-. Sin embargo le he visto actuar, o a veces no hacer nada. En unos momentos despreocupado y superficial como si no hubiera sido poli en toda su vida, y en otros con la cara contraída, tensa, preocupada hasta el punto de no oír nada de lo que había a su alrededor. Aunque preocupado ¿por qué? Ésa es la cuestión.

– No parece contento -dijo Mathilde.

– Es verdad. Es porque Clémence ha escapado.

– No, Danglard. Es otra cosa la que preocupa a Adamsberg.

Leclerc, un tipo del laboratorio, entró en la habitación.

– Se trata de las huellas, inspector. No hay ninguna. Lo limpió todo, o bien llevó guantes todo el tiempo. Nunca había visto nada igual. Pero está el cuarto de baño. He encontrado una gota de sangre seca en la pared, detrás de la tubería del lavabo.

Danglard subió rápidamente tras él.

– Debió de lavar algo -dijo incorporándose-. Los guantes, quizás, antes de tirarlos. No se encontraron junto a Delphine. Declerc, mándelo a analizar urgentemente. Si es la sangre de la señora Le Nermord, Clémence está perdida.

El análisis lo confirmó unas horas más tarde, la sangre era de Delphine Le Nermord. Empezó la caza de Clémence.

Ante esta noticia, Adamsberg se quedó taciturno. Danglard recordó las tres cosas que garabateaba el comisario. El doctor Pontieux. Pero eso ya estaba aclarado. Faltaba la revista de modas. Y la manzana podrida. Seguramente estaba muy preocupado por la manzana podrida. ¿Qué coño podía importar eso ahora? Danglard pensó que Adamsberg tenía una forma distinta de la suya de echar a perder su existencia. Le parecía que, a pesar de su lánguido comportamiento, Adamsberg poseía un modo eficacísimo de no relajarse jamás.

La puerta entre el despacho del comisario y el suyo permanecía, la mayor parte del tiempo, abierta. Adamsberg no necesitaba aislarse para estar solo. Por ello, Danglard iba y venía, dejaba informes, le leía una nota, volvía a salir, o bien se sentaba a charlar un momento. Entonces ocurría, aún más a menudo desde la huida de Clémence, que Adamsberg no estaba receptivo a nada y que continuaba su lectura sin levantar los ojos hacia él, pero sin que aquella falta de atención resultara hiriente porque no era voluntaria.

Además, consideraba Danglard, se trataba más de ensimismamiento que de falta de atención. Porque Adamsberg estaba atento. Pero ¿a qué? Por otra parte tenía una curiosa forma de leer, generalmente de pie, con los brazos apretados en el pecho y la mirada inclinada hacia las notas esparcidas sobre su mesa. Podía permanecer así, de pie, durante horas. Danglard, que todos los días se sentía con el cuerpo cansado y las piernas poco estables, se preguntaba cómo podía mantenerse en esa posición.

En ese momento Adamsberg estaba de pie, mirando un pequeño cuadernillo de notas con las páginas vacías, abierto sobre su mesa.

– Hace dieciséis días -dijo Danglard sentándose.

– Sí -dijo Adamsberg.

Esta vez su mirada abandonó la lectura para dirigirse hacia Danglard, aunque no había, realmente, nada que leer en el pequeño cuadernillo.

– No es normal -repuso Danglard-. Deberíamos haberla encontrado. Tendrá que desplazarse, comer, beber, dormir en alguna parte. Y su descripción está en todos los periódicos. No puede escapar a nuestra investigación. Sobre todo con un físico como el suyo. Sin embargo, el hecho está ahí: se nos escapa.

– Sí -dijo Adamsberg-. Se nos escapa. Hay algo que falla.

– Yo no diría eso -dijo Danglard-. Yo diría que dedicamos demasiado tiempo a encontrarla, pero que lo conseguiremos. Sin embargo, la vieja sabe ser discreta. En Neuilly no era muy conocida. ¿Qué han dicho de ella los vecinos? Que no molestaba a nadie, que era independiente, que no era guapa, siempre con ese jodido gorro en la cabeza, y que tenía una verdadera adicción a los anuncios por palabras. No se les ha podido sacar más. Vivió veinte años allí y nadie sabe si tenía amigos en alguna parte, nadie le conoce el menor desliz y nadie recuerda cuándo se fue exactamente. Al parecer, nunca iba de vacaciones. Hay gente así, que pasa por la vida sin que nadie advierta su existencia. No es sorprendente que haya llegado al crimen. Pero es una cuestión de días. La encontraremos.

– No. Hay algo que falla.

– ¿Qué es lo que hay que entender?

– Es lo que intento saber.

Desanimado, Danglard se levantó, en tres pesados movimientos (el torso, los muslos, las piernas) y dio la vuelta a la habitación.

– Me gustaría intentar saber lo que usted intenta saber -dijo.

– Tome, Danglard, el laboratorio puede recuperar la revista de modas. Yo he terminado.

– Terminado ¿el qué?

Danglard quería volver a su despacho, nervioso de antemano por aquella discusión que no conducía a nada, pero no podía evitar sospechar que a Adamsberg le daban vueltas en la cabeza pensamientos, si no hipótesis, que despertaban su curiosidad. Aunque sospechara que esos pensamientos aún no estaban disponibles ni siquiera para el propio Adamsberg.

Adamsberg volvió a mirar el cuadernillo de notas.

– La revista de modas -dijo- incluía un artículo firmado por Delphine Vitruel. O, si lo prefiere, el nombre de soltera de Delphine Le Nermord. La jefa de redacción me ha informado de que colaboraba regularmente en su revista, entregándole casi una vez al mes artículos sobre los que viven del aire, las fluctuaciones de la moda, el entusiasmo por los vestidos con cancanes o las costuras de las medias.

– ¿Y le ha interesado?

– Enormemente. He leído toda la colección. Me ha llevado mucho tiempo. Y luego la manzana podrida. Empiezo a comprender cosas.

Danglard movió la cabeza.

– ¿Qué pasa con la manzana podrida? -preguntó-. ¡No vamos a reprochar a Le Nermord que sudara miedo! ¿Por qué seguir pensando en él, por los clavos de Cristo?

– Todo lo que es pequeño y cruel me preocupa. Usted ha escuchado demasiado a Mathilde y ahora defiende al hombre de los círculos.

1 ... 34 35 36 37 38 39 40 41 42 ... 45 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название