ADN
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En el hospital m?s grande de Nueva York tiene lugar una serie de muertes, ante los ojos de la doctora encargada de las autopsias, inexplicables. El ?nico punto en com?n entre los pacientes muertos -todos gozaban de muy buena salud- es que pertenec?an al mismo seguro m?dico. Es la primera pista de una terrible historia en la que medicina, adelantos cient?ficos y negocios se enfrentan en una trama de gran suspense…
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– Puede que eso sea verdad, pero creo que de todas maneras deberíamos ponernos manos a la obra. Esa chica está muy solicitada. Por lo que sé, tiene una lista de espera de seis meses de tan buena que es.
– Entonces, no hablemos más.
Durante unos minutos se concentraron en sus respectivos platos. Al final fue Laurie quien rompió el silencio.
– Hay otro asunto importante del que te quería hablar.
– Ah, ¿sí? -dijo Sue dejando su taza de té-. Adelante.
– Quería preguntarte sobre el SMAR.
Sue puso cara de completo despiste.
– ¿Qué demonios es el SMAR?
Laurie se echó a reír.
– Me lo acabo de inventar. ¿Has oído hablar del Síndrome de Muerte Infantil Repentina?
– Claro. ¿Y quién no?
– De acuerdo. Yo he acuñado el SMAR para describir el Síndrome de Muerte Adulta Repentina, y me parece que es un buen nombre para un problema que ha venido produciéndose aquí, en el Manhattan General.
– ¿Cómo dices? -preguntó Sue-. Será mejor que te expliques.
Laurie se le acercó.
– Antes de que lo haga, debo advertirte de que el hecho de que la información proceda de mí ha de quedar estrictamente entre tú y yo. Dije a mi jefe que era conveniente avisar a alguien del hospital, pero se puso hecho una furia diciendo que lo mío no era más que simple especulación sin pruebas y que podía resultar dañino para la reputación del Manhattan General. Sin embargo, me siento como el científico que ha conseguido descubrir una cura para una enfermedad grave y que debe darla a conocer a pesar de que las autoridades no quieran aprobar el tratamiento antes de tener todos los resultados. -Laurie se echó hacia atrás en su asiento-. ¡Vaya, sí que me estoy poniendo melodramática! De todas maneras, es cierto que no dispongo de pruebas concluyentes sobre lo que voy a contarte, principalmente porque todavía no he acabado de estudiar los casos. Me faltan las copias de sus historiales clínicos. Lo que ocurre es que tengo un terrible presentimiento y creo que alguien debe saberlo, y es mejor que sea más pronto que tarde. En fin, la politiquería en medicina es algo que me pone de los nervios. Es lo peor de mi trabajo.
– Ahora sí que me has picado la curiosidad. ¡Venga, desembucha!
Inclinándose de nuevo hacia delante, Laurie le contó la historia tal como se había desarrollado en orden cronológico, empezando por el caso McGillin, pasando después a las autopsias practicadas por Kevin y George y finalizando por el caso de aquella mañana. Le habló de las fibrilaciones ventriculares y de que las autopsias no habían arrojado resultado alguno. Después le comentó que, sin patología evidente o microscópica, las posibilidades de que se presentaran cuatro casos por casualidad eran tan remotas como la de que al día siguiente no amaneciera.
– ¿Qué me quieres decir exactamente? -le preguntó Sue, dubitativa.
– Bueno, yo… -vaciló Laurie. Conociendo a su amiga como la conocía, era consciente de que lo que iba a decirle equivalía a una bofetada-. Aunque hay todavía una probabilidad minúscula de que esas muertes fueran accidentales y debidas a complicaciones anestésicas o puede que al efecto imprevisto de algún medicamento, dudo sinceramente que sea así. Y cuando digo «minúscula» me refiero a infinitesimalmente pequeña porque nuestros análisis de toxicología han dado negativo. Sea como sea, la cuestión es que me preocupa que esas muertes sean asesinatos.
Durante unos minutos, ni Sue ni Laurie dijeron palabra, y esta dejó que sus palabras calaran en la mente de su amiga. Le constaba que Sue era sensible y partidaria del Manhattan General en todo lo referente al hospital porque había hecho todas sus prácticas allí.
Al final, Sue carraspeó. Saltaba a la vista que lo dicho por Laurie la había afectado grandemente.
– Dejemos las cosas claras. ¿Crees que tenemos una especie de siniestro Jack el Destripador paseándose por los pasillos de noche?
– En cierto sentido, sí. Al menos es lo que me temo. Antes de que rechaces la idea de plano, recuerda los casos que aparecieron en los medios de comunicación, hará unos años, el de aquellas asistentes sociales que enviaban a sus pacientes al otro barrio. Los recuerdas, ¿verdad?
– Claro que me acuerdo -contestó Sue, aparentemente molesta por la comparación y sentándose muy erguida-. Pero aquí no estamos en cualquier sitio, ni esto es una residencia de tercera. Esto es un hospital importantísimo con muchos controles de seguridad, y los pacientes que me has descrito no estaban postrados por la enfermedad ni eran terminales.
Laurie hizo un gesto de impotencia.
– Resulta difícil rechazar el argumento de que no tenemos pruebas ni explicación para esas cuatro muertes; sin embargo, por lo que recuerdo, algunas de las instituciones afectadas por aquella cadena de asesinatos también eran importantes. Lo que resultó una tragedia añadida fue que el caso se prolongara tanto tiempo.
Sue suspiró profundamente y dejó que sus ojos vagaran por la sala sin verla.
– Mira, Sue -le dijo Laurie-, no espero que te impliques personalmente en este asunto. Tampoco quiero que te lo tomes como una crítica al Manhattan General. Sé que es un buen hospital, y no estoy intentando manchar su reputación. Lo que espero es que puedas indicarme una persona con la que ponerme en contacto para que estos hechos no se repitan en el futuro. Te lo digo en serio, estoy dispuesta a contarle a quien tú me digas exactamente lo mismo que te he contado a ti con la condición de que mi identidad quede al margen, al menos hasta que el Departamento de Medicina Legal se implique oficialmente.
Sue se relajó visiblemente y dejó escapar una rápida risotada sin alegría.
– Perdona, me parece que me tomo cualquier crítica a este lugar como si fuera algo personal. ¡Seré boba!
– ¿Conoces a alguien que encaje, alguien en algún nivel médico-administrativo? ¿Qué tal el jefe de anestesistas? Quizá debería hablar con él.
– ¡No, no, no! -repitió Sue para dar énfasis-. Ronald Havermeyer tiene un ego del tamaño de una placa tectónica con las erupciones volcánicas que corresponden al caso. Tendría que haber sido cirujano. ¡No vayas a hablar con él! Sin duda lo tomaría como algo personal y buscaría vengarse en el mensajero. Lo sé porque he estado con él en varios comités hospitalarios.
– ¿Y qué hay del presidente del centro? ¿Cómo se llama?
– Charles Kelly, pero es tan malo como Havermeyer. Puede que incluso peor. Ni siquiera es médico y está claro que la institución para él no es más que un negocio. No habrá manera de que se muestre receptivo a tu situación y enseguida se pondría a buscar excusas. No, ha de ser alguien con un poco más de finura. Puede que alguien del Comité de Mortalidad.
– ¿Por qué lo dices?
– Sencillamente porque su obligación consiste en atender este tipo de asuntos y porque sus miembros se reúnen una vez a la semana para estar al tanto de la situación.
– ¿Quién hay en ese comité?
– Yo formé parte de él durante seis meses. Siempre hay alguien del ámbito médico que está presente por rotación. Los miembros permanentes son el controlador de riesgos, el jefe del control de calidad, el asesor del consejo del hospital, el presidente, la supervisora de enfermeras y el jefe de personal médico… ¡Espera un segundo!
Sue se abalanzó y cogió a Laurie del brazo con tanta rapidez que esta se sobresaltó y miró a su alrededor, casi esperando una agresión física.
– ¡El jefe de personal médico! -repitió Sue presa de entusiasmo, soltando el brazo de su amiga y haciendo aspavientos con las manos-. ¿Por qué no habré pensado en él antes? ¡Dios mío, es perfecto!
– ¿Y cómo es eso? -preguntó Laurie una vez repuesta del sobresalto.
En ese momento fue el turno de Sue de acercarse y bajar la voz en tono conspirativo.
– No ha cumplido todavía los cincuenta, está soltero y está como un tren. Solo lleva aquí tres o cuatro meses. Todas las enfermeras solteras andan detrás de él como locas, y si yo no estuviera feliz e irrevocablemente casada también lo haría. Es alto, delgado y tiene una sonrisa que funde el hielo. Es más bien narigudo, pero ni se lo notas. Lo mejor de todo es que tiene un coeficiente intelectual de nivel estratosférico y una personalidad acorde con él.