Los Pajaros De Bangkok
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Carvalho viaja a Tailandia requerido por una antigua amiga aficionada a los amantes y a los asuntos turbios. Confundido por una pista falsa, el detective desciende hasta los escenarios m?s s?rdidos de Bangkok. De todos modos, intuye que la soluci?n del caso, tan dram?tica como impredecible, llegar? con su retorno a Barcelona.
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El Dusit Thani le ofrecía un restaurante internacional y caro, otro thailandés, una tercera posibilidad de comida japonesa y un coffee shop más económico, donde se servía cocina asiática occidentalizada y cocina occidental asiatizada. Carvalho se había hecho el propósito de no probar nada occidental durara lo que durara su estancia en Thailandia y penetró en el restaurante japonés. Fue recibido por camareras supuestamente japonesas que compusieron el saludo típico de unir las dos manos sobre el pecho e inclinar suavemente el tórax y la cabeza. Pidió un "sashimi" y le trajeron una fuente con hielo y sobre el hielo filetes mínimos de pescado crudo, dorada, carpa, turbó, atún, una taza con salsa Sambai-Yo, palillos, otra taza vacía y una tetera. Le costó a Carvalho adquirir cierta solvencia en el uso de los palillos para apresar los trocitos de pescado crudo, sumergirlos en la salsa de mostaza, vinagre y soja y llevárselos a la boca. Al acabar el plato, le parecía haberse comido el mar y pidió de postre un arroz al sake que acompañó de dos tragos rápidos de sake helado. Deambuló por el hotel, entre escaparates de piedras preciosas, sederías y maderas de teka, malgastó un cierto tiempo en su habitación forcejeando en el televisor con el canal de video, hasta encontrar una película americana interpretada por Rod Steiger y una preciosidad rubia, violada por unos cazadores de bragueta atormentada. A cien metros del hotel tenía la posibilidad sin fondo de la Silom Road y los tres callejones sucesivos del Patpong, histórico barrio del vicio que, según el portero disfrazado de Peter Pan, ya no era lo que había sido.
– Hay otros sitios más interesantes en la ciudad.
Preparaba el portero una recomendación mercenaria, pero Carvalho insistió en el Patpong y el portero admitió:
– Ha perdido, pero sigue siendo lo que era.
A las puertas del hotel le esperaba una vaharada de calor tan nocturno como pegajoso. La luminosidad occidentalizada del Dusit Thani era una isla en un mar de oscuridad inmediata, rota en algunas manchas luminosas de poco voltaje que jalonaban el Silom Road. Los tenderos mantenían sus negocios abiertos a pesar del domingo y de la noche y Carvalho fue sorteando ofrecimientos de fotografías de muchachas desnudas que intermediarios profesionales mostraban a los extranjeros, con directas promesas de fornicación y delicias, posiblemente turcas. Los callejones del Patpong eran un muestrario de restaurantes chinos, vietnamitas, thais, japoneses, locales de "strip", hombres callejeantes, conductores de pus-pus o de tuc-tuc ofreciendo la distancia más corta hacia paraísos del sexo, paisanos sentados en torno de cocinas rodantes utilizando las manadas de extranjeros como espectáculo gratuito y excitante hasta la hilaridad mortificante. Carvalho se cruzó con el grupo de mallorquines comandado por la guía rubia de los hermosos brazos y con Jacinto, al frente de un pelotón de jóvenes matrimonios en busca de los espectáculos de las muchachas del ping pong, o de las que utilizan la vagina para fumarse un Marlboro con inequívoco sabor americano. Carvalho esquivó los grupos y el ofrecimiento de Jacinto de secundar su expedición, pero poco después le abrumó la sensación de depresiva soledad y de noche sin sentido e inconscientemente se descubrió a sí mismo buscando la estela de los españoles y fue entrando y saliendo de los night-clubs, hasta que encontró el grupo más propicio en una pequeña sala, donde las muchachas thailandesas desnudas y aniñadas ponían una lascivia mecánica y desinteresada al alcance de la doble conducta de los occidentales. Sonrisas de ironía y crispación sexual en los ojos y en el sur del cuerpo, los europeos contemplaban aquella gimnasia sexual como si fuera una parte importante de la compensación del viaje. Los intermediarios se mezclaban entre las parejas alienadas y ofrecían toda clase de combinaciones: hombre con hombre, mujer con mujer, tríos, cuartetos. ¿Dónde? Aquí, en el edificio de al lado. Carvalho se asomó y vio el rótulo "Apolo" sobre una casa oscurecida. De pronto recordó que allí había ejercido la prostitución Archit, el acompañante de Teresa, y encaminó sus pasos hacia aquella masajería masculina. dos parejas jóvenes de españoles le ofrecieron meterse en un caserón adlátere donde les habían ofrecido el espectáculo de un enculamiento entre varones indígenas.
– Por una vez en la vida no quiero perdérmelo.
Decía un hombre rubio y embigotado, con un hilo de voz que se le ablandaba por momentos.
– Yo tampoco.
Le respaldó su acompañante femenina.
Carvalho los siguió y vio como se metían en un caserón iluminado por el mínimo de watios indispensables para que no hubiera oscuridad. Las dos parejas seguían a dos muchachos thais y Carvalho los rebasó en el momento en que se introducían en una habitación con la misma promesa de sordidez que el resto del edificio. Prosiguió por el pasillo bañado por una penumbra amarilla y le costó descubrir cuerpos de hombres y mujeres sentados en el suelo, en su mayor parte silenciosos, sin apenas capacidad de atención hacia el intruso que los convertía en un espectáculo. Ropas sucias y viejas subrayaban la oscuridad de las pieles, la ambigua vejez de unos cuerpos aparentemente jóvenes, breves acercamientos de la mirada asomaban a Carvalho al fondo enrojecido a glauco de ojos enfermos. Cansancio de drogadictos "yonquis" en aquellos cuerpos mercenarios, que ofrecían la miseria de sus músculos al extranjero tolerante con la corrupción subdesarrollada. Un hombre salió de una habitación con un fardo de sábanas amarillentas sobre los brazos. Carvalho le preguntó por Archit.
– Trabajaba aquí al lado, en el Apolo.
La impenetrabilidad atribuida a los rostros orientales no impidió que el miedo se asomara a aquellos ojos que se negaron a aguantar la mirada de Carvalho y el hombre se marchó sin contestarle. carvalho repitió la pregunta a una vieja que daba órdenes a unas desganadas camareras con aspecto de estar a punto de morir de hambre. La vieja le contestó con el mismo miedo impenetrable y el mismo silencio, para finalmente proponerle que si Archit trabajaba en el Apolo preguntara en el Apolo. Le pareció una respuesta lógica y volvió sobre sus pasos. Al llegar ante la puerta de la habitación donde se habían metido los españoles vio que estaba entreabierta y que a través de la hendidura el hombre rubio embigotado espiaba sus pasos.
– Oiga, por favor, usted. Me parece que ya ha estado otras veces aquí y nos sucede algo extraño. Pase. Pase.
Carvalho entró en la habitación. Las dos mujeres ocupaban las dos únicas sillas, en su rostro había expectación y tensión. Los dos hombres permanecían en pie, pero movían el cuerpo nervioso en un palmo cuadrado de suelo. Sobre la cama, dos muchachos oscuros se acariciaban mutuamente el pene.
– No se les pone tiesa y nos dicen algo raro que no entendemos. Hablan un inglés rarísimo.
Los muchachos contemplaban a Carvalho desde la más total de las indiferencias y seguían acariciando sus penes muertos. Carvalho les preguntó qué pasaba. Se abrió una boca desdentada, cavernosa, negra, para decir que no se sentían con ganas, y que si alguna de las mujeres allí presentes se metía en la cama, la cosa cambiaría. Carvalho trasladó la petición.
– ¿Nosotras?
– ¿Con ellos?
Los dos españoles apretaron las mandíbulas y cerraron los puños para lanzar a continuación una risita contenida.
– Tiene cojones el asunto.
El más decidido se acercó a la cama, señaló el pene de un indígena y luego el culo del otro.
– Tú meter esto allí dentro.
El indígena penado le sonrió con una cierta tristeza.
– Ya me los conozco.
Aseguró el español intrépido.
– Les hemos pagado por adelantado y ahora no quieren currar.
– Vámonos, Eduardo.
Opinó la mujer más nerviosa.
– Yo he pagado por el espectáculo y o me devuelven los cuartos o se dan por culo, vaya si se dan por culo, bueno soy yo para que me tomen el pelo.