Temor Fr?o
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El suicidio de un joven estudiante en una peque?a universidad sure?a de E.E.U.U. no tendr?a la mayor importancia si no fuera que a la hermana de la forense protagonista del libro no la hubieran atacado en el lugar donde fue hallado el cad?ver del estudiante. Cuando al poco tiempo se producen un par de suicidos m?s en la misma universidad todo parece indicar la existencia de un psic?pata. La investigaci?n revelar? que en la pac?fica localidad existe un turbio mar de fondo de secretos ocultos y envidias.
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– Reconoce a una chica guapa nada más verla -comentó Mason.
Sara sonrió, haciendo caso omiso del cumplido mientras se colocaba a Ned en el regazo.
– ¿Cuándo te quedaste cojo?
– Me mordió un niño -le dijo, riéndose de la reacción de Sara-. Médicos Sin Fronteras.
– Guau -dijo Sara, impresionada.
– Estábamos vacunando niños en Angola. Y una niña me mordió la pierna. -Se arrodilló para atarle el zapato a Ned-. Dos días más tarde hablaban de cortarme la pierna para detener la infección. -En sus ojos apareció una mirada nostálgica-. Siempre pensé que serías tú la que acabarías haciendo algo así.
– ¿Cortándote la pierna? -preguntó Sara, aunque sabía a qué se refería-. En las zonas rurales falta personal médico -le recordó-. Mis padres dependen de mí.
– Tienen suerte de tenerte.
– Gracias -dijo Sara.
Era un cumplido que podía aceptar.
– No me puedo creer que seas forense.
– Papá dejó de llamarme Quincyl [3] después del tercer año.
Mason negó con la cabeza y se rió.
– Me lo imagino.
Ned comenzó a revolverse en el regazo de Sara, y ella le meció sobre la rodilla.
– Me gusta la ciencia. Me gusta el reto.
Mason miró a su alrededor.
– Aquí también encontrarías muchos retos. -Hizo una pausa-. Eres una doctora brillante, Sara. Podrías ser cirujana.
Sara se rió, incómoda.
– Lo dices como si pensaras que me estoy anquilosando.
– No quería decir eso -explicó Mason-. Creo que es una lástima que volvieras a Grant. -Para evitar malentendidos, añadió-: Tanto dan las razones.
Le tomó la mano al expresar su último comentario y la apretó suavemente.
Sara le devolvió el apretón y le preguntó:
– ¿Cómo está tu esposa?
Mason se rió, pero no le soltó la mano.
– Disfrutando de la casa, ahora que la tiene para ella sola y yo vivo en el Holiday Inn.
– ¿Te has separado?
– Hace seis meses -dijo Mason-. Lo que hace que trabajar con ella sea bastante peliagudo.
Sara se dio cuenta de que tenía a Ned en el regazo. Los niños comprendían mucho más de lo que creían los adultos.
– ¿Es definitivo?
Mason volvió a sonreír, pero Sara se dio cuenta de que sin ganas.
– Me temo que sí.
– ¿Y tú? -preguntó Mason, con un dejo nostálgico en la voz. Mason había intentado volver con Sara después de que ella se fuera del Grady, pero no había funcionado. Sara quería cortar todos los vínculos con Atlanta para que le resultara más fácil vivir en Grant. Seguir viendo a Mason habría hecho que fuera imposible.
Buscó una manera de responder a la pregunta de Mason, pero su relación con Jeffrey era tan indefinida que se hacía difícil describirla. Miró hacia las puertas, intuyendo a Jeffrey antes de verlo. Sara se puso en pie, colocándose a Ned sobre los hombros con ambas manos.
Jeffrey no sonreía cuando llegó junto a ellos. Parecía tan exhausto como agotada se sentía ella, y Sara se dijo que tenía las sienes un poco más plateadas.
– Hola -dijo Mason, tendiéndole la mano a Jeffrey.
Jeffrey la aceptó, mirando a Sara de soslayo.
– Jeffrey -dijo, cambiando de posición a Ned-, éste es Mason James, un colega de cuando trabajaba aquí. -Sin pensarlo, le dijo a Mason-: Éste es Jeffrey Tolliver, mi marido.
Mason se quedó tan estupefacto como Jeffrey, pero la expresión de ambos no se podía comparar con la de Sara.
– Encantado de conocerte -dijo Jeffrey, sin molestarse en corregir el error.
Tenía tal sonrisa de capullo que Sara estuvo tentada de hacerlo ella misma.
Jeffrey señaló al crío.
– ¿Quién es?
– Ned -le dijo Sara, y se quedó sorprendida cuando Jeffrey extendió un brazo y le acarició la barbilla a Ned.
– Hola, Ned -dijo Jeffrey, agachándose para mirarlo.
Sara se quedó atónita ante la desenvoltura de Jeffrey con el pequeño. Al principio de su relación habían hablado sobre el hecho de que Sara no pudiera tener hijos, y ella a menudo se preguntaba si Jeffrey se reprimía a propósito cuando había niños cerca para no herir sus sentimientos. Sin embargo, ahora se divertía haciendo muecas graciosas para hacer reír a Ned.
– Bueno -dijo Mason, y extendió los brazos hacia Ned-, más vale que me lo lleve a casa antes de que se convierta en calabaza.
– Me ha encantado verte -afirmó Sara.
Hubo un silencio largo e incómodo, y ella paseó la mirada de un hombre a otro. Sus gustos habían cambiado considerablemente desde que salía con Mason, que tenía el pelo muy rubio y una figura maciza de tanto trabajársela en el gimnasio. Jeffrey tenía un cuerpo enjuto, de corredor, aunque era guapo y moreno, un hombre sexy bastante peligroso.
– Quería decirte -comenzó Mason, mientras se hurgaba en los bolsillos- que he hecho hacer una copia de la llave de mi consulta. Es la 1242 del ala sur. -Sacó la llave y se la entregó a Sara-. Pensé que a lo mejor tú y tu familia querríais descansar allí. Sé que es difícil encontrar un poco de intimidad en el hospital.
– ¡Oh! -exclamó Sara sin coger la llave. Jeffrey estaba perceptiblemente tenso-. No quiero causarte molestias.
– No es ninguna molestia, de verdad. -Le puso la llave en la mano, dejando que sus dedos se demoraran en la palma de Sara más tiempo de lo necesario-. Mi consulta está en Emory. Aquí sólo tengo un escritorio y un sofá para el papeleo.
– Gracias -dijo Sara, pues no podía decir otra cosa.
Se metió la llave en el bolsillo mientras Mason volvía a tenderle la mano a Jeffrey.
– Encantado de conocerte, Jeffrey -se despidió Mason. Jeffrey estrechó la mano de Mason con menos reservas que antes. Esperó con paciencia mientras Sara y Mason se despedían, y sus ojos no perdieron detalle de sus movimientos. Cuando Mason se marchó, dijo:
– Un tipo simpático -en el mismo tono en que hubiera podido decir: «Un gilipollas».
– Sí -contestó Sara, dirigiéndose hacia la puerta principal. Intuía que algo desagradable se avecinaba, y no quería hacer una escena en el vestíbulo del hospital.
– Mason. -Pronunció el nombre como si le provocara un sabor amargo en la boca-. ¿Es el tipo con el que salías cuando trabajabas aquí?
– Ajá -contestó ella, abriéndole la puerta a una pareja mayor que entraba en el hospital-. Hace mucho de eso -dijo.
– Ya -dijo él, metiéndose las manos en los bolsillos-. Parece un tipo simpático.
– Lo es -concedió Sara-. ¿Tienes el coche en el aparcamiento?
Jeffrey asintió.
– Y guapo.
Ella salió y dijo:
– Ajá.
– ¿Te acuestas con él?
Sara se quedó demasiado consternada para responder. Comenzó a cruzar la calle hacia el aparcamiento, deseando que Jeffrey no insistiera.
Él corrió para atraparla.
– Porque no recuerdo que le nombraras cuando intercambiamos nuestras listas de ex novios.
Ella se rió, incrédula.
– Porque tú no te acordabas ni de la mitad de las tuyas, semental.
Jeffrey le lanzó una mirada desagradable.
– Eso no ha tenido gracia.
– Oh, por amor de Dios -se quejó Sara, sin poder creer que Jeffrey hablara en serio-. Echaste tantas canas al aire de joven que ya no creo que te salga ninguna.
Un grupo de gente pululaba por la entrada de las escaleras del aparcamiento, y Jeffrey se abrió paso sin decir palabra. Abrió la puerta sin molestarse en comprobar si Sara le seguía antes de cerrar.
– Está casado -dijo Sara, y su voz resonó por las escaleras de cemento.
– Yo también lo estaba -señaló Jeffrey, algo que no decía mucho en su favor, pensó Sara.
Él se detuvo en el primer descansillo, y se quedó esperándola.
– No sé, Sara, recorro un largo camino para venir hasta aquí y te encuentro dándole la manita a otro tipo y con su hijo en el regazo.
– ¿Estás celoso?
La estupefacción le dio tanta risa que apenas pudo formular la pregunta. Que ella supiera, era la primera vez que Jeffrey estaba celoso, porque era demasiado egoísta para plantearse que la mujer que él deseaba pudiera desear a otro.
– ¿Quieres explicármelo? -preguntó.
– Francamente, no -le dijo, pensando que en cualquier momento Jeffrey le diría que le estaba tomando el pelo.
Jeffrey siguió subiendo.
– Si así quieres que estén las cosas.
Sara iba tras él.
– No te debo ninguna explicación.
– ¿Sabes qué? -dijo él, sin detenerse-. Chúpamela.
Sara se detuvo en seco, colérica.
– Tienes la cabeza tan lejos del culo que te lo puedes hacer tú mismo.
Jeffrey se detuvo unos peldaños por encima de ella. Por la cara que puso, se diría que Sara le había engañado y se sentía un estúpido. Ella se dio cuenta de que estaba muy dolido, lo que redujo en parte su irritación.
Sara siguió subiendo.
– Jeff…
Él no dijo nada.
– Los dos estamos cansados -afirmó Sara, parándose en el peldaño inferior al suyo.
Él se dio media vuelta y subió el siguiente tramo.
– Vuelvo a casa a limpiarte la cocina y tú estás aquí…
– No te he pedido que me limpiaras la cocina.
Jeffrey se detuvo en el descansillo, apoyando las manos en la barandilla, delante de una de las grandes cristaleras que daban a la calle. Sara sabía que o bien se mantenía fiel a sus principios y pasaban las cuatro horas de viaje hasta Grant en completo silencio o se esforzaba en aliviar el ego de Jeffrey a fin de que el trayecto se hiciera soportable.
Estaba a punto de ceder cuando Jeffrey inhaló profundamente, levantando los hombros. Espiró con lentitud, y Sara vio cómo se calmaba de forma progresiva.
– ¿Cómo está Tessie? -preguntó Jeffrey.
– Mejor -dijo ella, inclinándose sobre el pasamanos-. Va mejorando.
– ¿Y tus padres?
– No lo sé -contestó Sara, y la verdad era que no quería planteárselo.
Cathy parecía estar mejor, pero su padre seguía tan enojado que cada vez que Sara lo miraba sentía que la culpa la asfixiaba.
Unas pisadas anunciaron la presencia de al menos dos personas por encima de donde se encontraban. Esperaron a que las dos enfermeras bajaran las escaleras, y ninguna de las dos consiguió disimular una risita.
Cuando pasaron de largo, Sara dijo:
– Todos estamos cansados. Y asustados.
Jeffrey miró la entrada principal del Grady, que se erguía imponente sobre el aparcamiento como la cueva de Batman.
– Estar ahí debe de ser duro para los dos.
Sara se encogió de hombros, subiendo los últimos peldaños hasta el descansillo.