La Pista De Hielo
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A primera vista, el dibujo que aparece en la tapa de esta novela resulta un tanto desconcertante, abstracto, m?s propio de novelas surrealistas que de la escritura precisa, real e ir?nica del premiado escritor nacional.
A medida que la lectura avanza sin embargo, y los sucesos en la imaginaria Z acontecen -sin duda un gui?o a Borges- se aprecia la estrecha relaci?n entre la historia de Bola?o y los trazos de Mir? en `Alegr?a de muchacha frente al sol`.
Las manchas rojas de la pintura son el aviso, el mal augurio, el vaticinio del sangriento crimen que se avecina. Porque aqu? no hay ninguna muchacha alegre, sino un grupo de seres que van tejiendo una trama cargada de obsesiones, contradicciones, pero m?s que nada, de suspenso.
Los hechos son contados por tres personajes: un envidioso y cerebral sic?logo de la Municipalidad de Z, un chileno que pospone sus afanes literarios en pos de su actividad comercial, y por ?ltimo, la de un desarraigado poeta mexicano que sobrevive gracias a vigilancias nocturnas en un camping.
Todos ellos se refieren al crimen en el que de una u otra forma se vieron involucrados. El asesinato ocurre en la pista de hielo, un lugar prohibido, misterioso e ilegal, construido por el sic?logo para su amada Nuria, una patinadora caprichosa que se siente atra?da por el chileno Mor?n.
Entre medio aparecen otros personajes como la alcaldesa, el motorista o la cantante callejera, que lejos de distraer, refuerzan la intriga y la tensi?n de un relato que hasta la ?ltima p?gina no se sabe c?mo terminar?.
Paralelamente a la historia policial, corre otra quiz?s mucho m?s penetrante, construida sobre la base de los anhelos y frustraciones de Remo Mor?n, Gaspar Heredia y Enric Rosquelles, esas tres voces que permiten que el lector entre en sus vidas, conozca sus motivaciones, aprecie sus valores y juzgue sus vilezas.
Puede que uno resulte m?s querible que los otros, que sus acciones resulten m?s justificables, pero la magia de esta breve novela radica precisamente en el equilibrio con que Bola?o describe sicol?gicamente a cada uno de los protagonistas.
Por ?ltimo, es preciso destacar que, sin estar a la altura de `Los detectives salvajes` ni de `Llamadas telef?nicas`, esta novela escrita a principios de los 90, nos entrega las primeras pistas del universo que este autor, libro a libro, ha sabido construir.
En ese sentido, `La pista de hielo` adquiere un valor importante para quienes deseen comprender mejor la peculiar visi?n del mundo que propone Bola?o.
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Enric Rosquelles: Cuando por fin volví a Z todo era tan distinto
CUANDO POR FIN volví a Z todo era tan distinto que pensé que me había equivocado de pueblo. En primer lugar nadie me reconoció, lo que resultaba extraordinario ya que durante muchas semanas fui el personaje más famoso del lugar y costaba creer que en tan poco tiempo todo el asunto hubiera sido olvidado. En segundo lugar, yo mismo no reconocí muchos de los edificios y calles de Z, como si en mi ausencia alguien hubiera rediseñado el casco urbano de una manera sutil pero dolorosamente perceptible: las vitrinas parecían fragmentos de un gran entramado de camuflaje, los árboles desnudos no estaban donde debían estar, el sentido de la circulación, en algunas calles, había variado sustancialmente. Sólo el Ayuntamiento, lo comprobé sin bajarme del coche, ofrecía la misma fachada imperturbable de siempre, aunque Pilar ya no fuera la alcaldesa (había sido derrotada ampliamente en las últimas elecciones) ni yo su más eficiente factótum. La institución, comprendí con una mezcla de dulzura y amargura, seguiría pese a las transmutaciones de la realidad, o lo que es lo mismo: la realidad era incapaz, aunque en el empeño cayéramos los seres humanos como Pilar y yo, de cambiar aquellas venerables (e inútiles) piedras. Vistas las cosas desde esa perspectiva resultaba más fácil aceptar los cambios ocurridos en el pueblo. De todas maneras, bajo el influjo de un sentido de la precaución, aprendido recientemente en la cárcel, sólo bajé del coche para tomar una copa en un bar del centro e ir al lavabo, y para estirar un poco las piernas por el Paseo Marítimo, ya cercana la hora de irme. ¿Que si caí en la tentación de visitar el Palacio Benvingut? Bueno, lo más fácil sería deciros que no, o que sí. La verdad es que di un paseo en coche por las cuestas, pero no llegué a más. Hay una curva privilegiada, en la carretera de Z a Y, desde la que se puede observar la cala y el Palacio. Cuando llegué allí frené, di la vuelta y volví a Z. ¿Qué ganaba con ir al Palacio Benvingut? Nada, sólo añadir más dolor al dolor acumulado. En invierno, además, el Palacio es un lugar demasiado triste. Las piedras que recordaba azules son ahora grises. Los caminos que recordaba luminosos están ahora cubiertos de sombras. Así que metí el freno, di la vuelta en medio de la carretera y volví a Z. Hasta que no me hube alejado lo suficiente evité mirar por el retrovisor. Lo perdido está perdido, digo yo, y hay que mirar hacia adelante…
