El tercer gemelo
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Ayer acab? otra novela de Ken Follet de las que tengo por casa pendientes.
El tercer gemelo habla sobre el tema de la clonaci?n de seres humanos. Una empresa pionera en estas investigaciones decide, all? por los a?os setenta, lanzar sus pruebas a los seres humanos pero sin advertir a los afectados.
Veintitr?s a?os despu?s de que se llevaran a cabo algo har? que se descubra todo el pastel, gracias a una profesora que trabaja para esa empresa sin saber el fin real de sus estudios.
“Una joven cient?fica est? desarrollando una investigaci?n sobre la formaci?n de la personalidad y las diferencias de comportamiento entre gemelos. De pronto, cuando descubre dos gemelos absolutamente id?nticos nacidos de madres distintas, se da cuenta de que alguien intenta frenar su investigaci?n al precio que sea.
?Es posible que se hayan hecho experimentos secretos de clonaci?n en seres humanos sin ser ellos conscientes? ?Y de qu? forma puede estar involucrado un candidato a la presidencia de los Estados Unidos?”
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Jeannie debía desembarazarse de Berrington enseguida.
– Si quieres hacer esa llamada, Berry, puedes utilizar el teléfono del dormitorio.
– Ah, la haré luego -dijo Berrington.
«A Dios gracias.»
– Muy bien, gracias por una velada tan estupenda.
Jeannie tendió la mano para estrechar la de Berrington.
– Fue un placer. Buenas noches.
Estrecho desmañadamente la mano de Jeannie y se fue. Jeannie se encaró con su padre.
– ¿Qué ha pasado?
– Me soltaron antes de tiempo por buena conducta. Estoy libre. Y, naturalmente, mi primer deseo fue venir a ver a mi hijita.
– Inmediatamente después de una borrachera de tres días.
Era de una hipocresía tan diáfana que resultaba insultante. Jeannie sintió crecer en su interior la cólera que tan bien conocía. (Por qué no podía tener un padre como el de otras personas?
– Vamos, se buena -pidió Pete Ferrami.
La rabia se transformó en tristeza. Nunca había tenido un verdadero padre y jamás lo tendría.
– Dame esa botella -ordenó-. Haré café.
A regañadientes, el hombre le entregó el vodka y Jeannie lo puso en el frigorífico. Echó agua a la cafetera y la puso al fuego.
– Pareces algo mayor -dijo Pete-. Veo un poco de gris en tu pelo.
– ¡Caramba, muchas gracias!
Jeannie sacó tazas, crema y azúcar.
– Tu madre encaneció temprano.
– Siempre creí que fue por culpa tuya.
– He ido a su casa -informó Pete Ferrami en tono de suave indignación-. Ya no vive allí.
– Ahora está en Bella Vista.
– Eso es lo que me dijo su vecina, la señora Mendoza. Ella me dio tu dirección. No me hace ninguna gracia pensar que tu madre está en un sitio como ese.
– ¡Sácala de allí entonces! -conminó Jeannie, irritada-. Todavía sigue siendo tu esposa. Consíguete un trabajo y un piso decente y empieza a cuidar de ella.
– Sabes que no puedo hacer eso. Nunca podría.
– Entonces no me critiques a mí por no hacerlo.
El hombre adoptó un tono zalamero.
– No he dicho nada de ti, tesoro. Sólo dije que no me gusta pensar que tu madre está en un asilo de esos, ni más ni menos.
– A mí tampoco me gusta, ni a Patty. Estamos intentando recaudar el dinero preciso para sacarla de allí. -Jeannie experimentó una súbita oleada de emoción y tuvo que esforzarse para contener las lágrimas-. Maldita sea, papá, ya es bastante duro todo esto, sin necesidad de tenerte ahí en plan quejica.
– Vale, vale -dijo Pete Ferrami.
Jeannie tragó saliva. «No debería dejarle que me sacara de quicio así.» Cambió de tema.
– ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Tienes algún plan?
– Pasaré unos días echando un vistazo por ahí.
Lo que significaba que exploraría el terreno en busca de un sitio que robar. Jeannie no dijo nada. Era un ladrón y ella no podía cambiarle.
Pete Ferrami tosió.
– Tal vez pudieras dejarme unos cuantos pavos para tener algo con qué empezar.
La petición volvió a sulfurar a Jeannie.
– Te diré lo que voy a hacer -pronunció, tensa la voz-. Te permitiré tomar una ducha y afeitarte mientras te lavo la ropa. Si mantienes las manos apartadas de la botella de vodka, te prepararé unos huevos y te haré unas tostadas. Te prestaré un pijama y podrás dormir en el sofá. Pero no voy a darte ni cinco. Estoy esforzándome desesperadamente en conseguir dinero para que mamá pueda quedarse en algún sitio en el que la traten como a un ser humano y no tengo un solo dólar de sobra.
– Está bien, cariño. -El hombre adoptó aire de mártir-. Lo comprendo.
Al final, cuando perdió fuerza el confuso torbellino de bochorno, rabia y compasión, Jeannie se encontró con que todo lo que sentía era melancolía. Deseaba con toda el alma que su padre pudiera cuidar de sí mismo, que fuese capaz de permanecer en un sitio más de unas pocas semanas, que le fuera posible conservar un empleo normal, que pudiera ser cariñoso, compasivo y estable. Anhelaba un padre que fuera un padre. Y sabía que nunca, jamás, vería cumplido su deseo. En su corazón había un lugar destinado a un padre, pero ese lugar estaría siempre vacío.
Sonó el teléfono.
Jeannie descolgó.
– ¡Diga!
Era Lisa, parecía alterada.
– ¡Jeannie, era él!
– ¿Quién? ¿Qué?
– Ese chico al que arrestaron cuando estaba contigo. Lo reconocí en la rueda. Es el que me violó. Steve Logan.
– ¿Que es el violador? -articuló Jeannie, incrédula-. ¿Estás segura?
– No cabe la menor duda, Jeannie -insistió Lisa-. ¡Oh, Dios mío, fue horrible ver su cara otra vez! Al principio no dije nada, porque parecía distinto, con la cabeza descubierta. Luego el detective hizo que todos se pusieran gorra de béisbol y lo conocí con absoluta certeza.
– No es posible que sea él, Lisa -dijo Jeannie.
– ¿Qué quieres decir?
– Sus pruebas demuestran lo contrario. Y pase algún tiempo con él, tengo un pálpito.
– Pero yo le reconocí. -Lisa parecía molesta.
– Estoy atónita. No lo entiendo.
– Esto tira por tierra tu teoría, ¿no es cierto? Tú querías un gemelo que fuese bueno y otro que fuese malo.
– Sí, pero un contraejemplo, una excepción no refuta una teoría.
– Lamento que esto amenace tu proyecto.
– Esa no es la razón por la que digo que no es él -suspiró Jeannie-. Rayos, tal vez lo sea. Ya no sé nada. ¿Dónde estás ahora?
– En casa.
– ¿Te encuentras bien?
– Sí, ahora que él está entre rejas, me encuentro estupendamente.
– Parece tan simpático…
– Esos son los peores, me lo dijo Mish. Los que en la superficie parecen perfectamente normales son los más arteros y los más despiadados, y disfrutan haciendo sufrir a las mujeres.
– Dios mío.
– Me voy a la cama, estoy agotada. Sólo quería decírtelo. ¿Qué tal tu velada?
– Así, así. Mañana te lo cuento.
– Sigo queriendo ir contigo a Richmond.
Jeannie quería llevarse a Lisa para que le ayudara en la entrevista a Dennis Pinker.
– ¿Te sientes con ánimos?
– Sí, realmente quiero continuar llevando una vida normal. No estoy enferma, no necesito ningún periodo de convalecencia.
– Dennis Pinker será probablemente un doble de Steve Logan.
– Lo sé. Puedo arreglármelas.
– Si estás tan segura…
– Te llamaré temprano.
– De acuerdo. Buenas noches.
Jeannie se dejó caer pesadamente en la silla. ¿Sería posible que la seductora naturaleza de Steve no fuera más que una máscara? Jeannie pensó que en tal caso ella debía de ser una mala juez de personas. Y quizá también una científica igualmente mala: acaso todos los gemelos idénticos resultaban igualmente criminales. Suspiró.
Su propio progenitor delincuente se sentó junto a ella.
– Ese profesor es un tipo agradable, ¡pero seguramente es más viejo que yo! -dijo-. ¿Tienes con él una aventura o qué?
Jeannie arrugó la nariz.
– Al cuarto de baño se va por ahí, papá -dijo.
13
Steve se encontraba de nuevo entre las paredes amarillas de la sala de interrogatorios. En el cenicero seguían las mismas dos colillas de cigarrillo. La habitación no había cambiado, pero el sí. Tres horas antes era un ciudadano respetuoso de la ley, inocente y cuyo delito más grave había sido conducir a noventa y cinco kilómetros por hora en una zona de noventa. Ahora era un violador, arrestado, identificado por la víctima y acusado formalmente. Ahora estaba atrapado por la máquina de la justicia, en la cinta transportadora. Era un criminal. Por mucho y por muy repetidamente que se recordase que no había hecho nada malo, le resultaba imposible sacudirse de encima el complejo de infamia e ignominia.
Un poco antes había visto a la mujer detective, la sargento Delaware. Ahora el otro policía, el hombre, entró en el cuarto, también cargado con una carpeta azul. Era de la misma estatura que Steve, pero mucho más corpulento y ancho de espaldas. Llevaba muy corto el pelo gris acero y lucía un bigote hirsuto. Tomo asiento y sacó un paquete de cigarrillos. Sin pronunciar palabra, sacó un pitillo, lo encendió y dejó caer la cerilla en el cenicero. Luego abrió la carpeta. Dentro había otro formulario más. El encabezamiento de este rezaba:
TRIBUNAL FEDERAL DE MARYLAND
POR…(CIUDAD/CONDADO)
La mitad superior estaba dividida en dos columnas tituladas DEMANDANTE y ACUSADO. Un poco más abajo decía:
Pliego de cargos
El detective empezó a rellenar el impreso, sin abrir la boca. Tras escribir unas cuantas palabras levantó la hoja blanca de arriba y comprobó cada una de las cuatro hojas para copias con papel carbón: verde, amarillo, rosa y marrón.
Leyéndolo al revés, Steve vio que el nombre de la víctima era Lisa Hoxton.
– ¿Cómo es? -preguntó.
El detective le miró.
– El cabrón se calla -dijo.
Dio una chupada al cigarrillo y continuó escribiendo.
Steve se sintió denigrado. Aquel hombre se complacía en ultrajarle y él no podía hacer nada para impedirlo. Era otra fase en el proceso destinado a humillarle, de hacerle sentirse insignificante e impotente. Hijo de puta, pensó, me gustaría encontrarte fuera de este edificio, sin esa maldita pistola que llevas.
El detective empezó a especificar las acusaciones. En la casilla número uno anotó la fecha del domingo, luego, «en el gimnasio de la Universidad Jones Falls, Baltimore (Maryland)». Un poco más abajo escribió: «Violación, primer grado». En la casilla siguiente puso el lugar, repitió la fecha y, a continuación: «Asalto e intento de violación».
Cogió una hoja suplementaria y añadió dos cargos más: «agresión» y «sodomía».
– ¿Sodomía?-dijo Steve en tono cargado de sorpresa.
– El cabrón se calla.
Steve estuvo en un tris de asestarle un puñetazo. Esto es deliberado, se dijo. El tipo trata de provocarme. Si le sacudo, tendrá una excusa para llamar a otros tres fulanos que me sujetarán mientras él me muele a patadas. No, no lo hagas.
Cuando hubo terminado de escribir, el detective volvió los dos formularios y los empujo a través de la mesa, hacia Steve.
– Te has metido en un buen lío, Steve. Pegaste, violaste y sodomizaste a una chica…
– No hice nada de eso.
– El cabrón se calla.
Steve se mordió el labio y guardó silencio.
– Eres basura. Eres mierda. Las personas decentes ni siquiera querrán estar en la misma habitación que tú. Has pegado, violado y sodomizado a una muchacha. Sé que no es la primera vez. Llevas haciendo lo mismo una temporada. Eres astuto, lo planeas con anticipación y hasta ahora siempre te salió bien. Pero esta vez te han echado el guante. Tu víctima te ha identificado. Otros testigos te sitúan en las proximidades de la escena del crimen. Dentro de una hora, más o menos, en cuanto el comisario de guardia haya firmado y de a la sargento Delaware la orden de busca y captura, te llevaremos al hospital Mercy, te haremos un análisis de sangre, te pasaremos el peine por tu vello púbico y demostraremos que tu ADN coincide con el que se encontró en la vagina de la víctima.
