La dama n?mero trece
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Salom?n Rulfo, profesor de literatura en paro y gran amante de la poes?a, sufre noche tras noche una inquietante y aterradora pesadilla. En sus sue?os aparece una casa desconocida, personas extra?as y un triple asesinato sangriento, en el que, adem?s, una mujer le pide ayuda desesperadamente. Por este motivo, Salom?n acude a la consulta del doctor Ballesteros, un m?dico que le ayuda a desentra?ar el misterio de los sue?os y le acompa?a en lo que se convertir? en un caso mucho m?s terrible y escalofriante que cualquier fantas?a: el escenario del crimen es real y la mujer que pide socorro a gritos fue realmente asesinada.
En compa??a de una joven de pasado enigm?tico, el doctor y un ex-profesor de la universidad con el que mantiene una relaci?n compleja, Salom?n se adentrar? en un mundo donde las palabras y la poes?a son un arma de gran poder. En ese mundo, habitan las doce damas que controlan nuestro destino desde las sombras… O, ?son trece brujas? En esta novela el autor hilvana con destreza y elegancia una fascinante historia de intriga, en la que se desaf?a la inteligencia y la fantas?a del lector.
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Intentó resistirse: se revolvió, lanzó patadas y
la mujer, de pie, fuera de la tumba
gruñó bajo la mordaza.
Pero guardó un silencio mortal cuando vio el cuchillo de cocina que ella sostenía.
La mujer, de pie, fuera de la tumba
Alzando las manos para recibir palabras. Palabras emigrantes que volaban como palomas de fuego.
Hundió la afilada punta en el otro ojo.
A su mente, como a una tierra de verano, regresaban bandadas de palabras.
Por un instante se detuvo y contempló la sangre. Se limpió en su camisa y dejó diez surcos rojos, diez caminos espesos y húmedos. Volvió a coger el cuchillo.
Palabras de uñas afiladas, palabras hambrientas que llenaron los cielos, ocultando el sol.
El hombre musitaba bajo la mordaza, pero ella sabía que no decía nada en realidad: solo profería una divagación inconexa. La humedad de su pantalón y el hedor a letrina olvidada le hicieron saber que había vaciado la vejiga y los intestinos.
Palabras aferrándose a su recuerdo.
Dejó el cuchillo un instante para abrirle la cremallera de los pantalones.
Luego volvió a cogerlo.
Rulfo llegó antes del anochecer, cruzó el patio y golpeó la puerta deseando que Raquel se encontrara en casa.
Se encontraba.
Parecía que acabara de salir del baño: llevaba una toalla anudada a los pechos y su cabello se espesaba húmedo sobre los hombros. Pero algo le había ocurrido. Sus ojos estaban desmesuradamente abiertos y sus mejillas exangües. Mostraba un hematoma en el labio inferior.
– ¿Qué ha pasado, Raquel?
La muchacha no se movía, no hablaba.
– Tengo mucho miedo -dijo, trémula.
– ¿Miedo? ¿De qué?
Escuchó su respuesta mientras la abrazaba.
– De mí.