-->

2666

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу 2666, Bola?o Roberto-- . Жанр: Триллеры. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
2666
Название: 2666
Автор: Bola?o Roberto
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 397
Читать онлайн

2666 читать книгу онлайн

2666 - читать бесплатно онлайн , автор Bola?o Roberto

Es un libro bello, largo y complejo. Consta de cinco partes que tienen ritmos y temas diferentes, pero que armonizan y convergen para conformar un todo inmenso, un relato multifac?tico que presenta la realidad social y la realidad individual en el siglo XX y el enigm?tico comienzo del XXI.

Podr?a decirse que el protagonista es un escritor alem?n que tiene un proceso de desarrollo singular?simo, dram?tico y c?mico a la vez, que, careciendo de educaci?n y capacidades comunicativas, escribe por puro talento y debe ocultar su identidad para protegerse del caos del nazismo, mientras que sus cr?ticos lo buscan sin ?xito por todo el mundo, todo lo cual conforma un relato que mantiene al lector en suspenso, de sorpresa en sorpresa. Pero eso no ser?a exacto. Tambi?n podr?a decirse, y tal vez ser?a m?s cierto, que el protagonista de la novela es la maldad misma y la sinraz?n del ser humano en el siglo XX, desde el noroeste de M?xico hasta Europa Oriental, desde la vida liviana de unos cr?ticos de literatura hasta las masacres de una aristocracia mafiosa en los pueblos del tercer mundo, pasando por la Segunda Guerra Mundial, el mundo del periodismo, el deporte (boxeo), la descomposici?n familiar y los establecimientos siqui?tricos. El singular escritor alem?n encarna, tal vez, la bondad y la autenticidad que resplandecen en medio de tanta maldad.

Cada una de las cinco partes es una peque?a novela. Una serie de estupendos personajes secundarios dan vida a cinco cuentos que se entrelazan de forma insospechada. No obstante, es el conjunto el que presenta el cuadro fabuloso que el autor quiere comunicar.

El estilo es sobrio, preciso, estricto, bello. El suspenso mantiene el inter?s del lector. Un verdadero ejemplo de literatura.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

– ¿Quieres saber cuáles son?

– ¡Naturalmente que quiero saberlo! -dijo Reiter.

– Espero que no te rías cuando te lo diga.

– No me reiré -dijo Reiter.

– ¿Te diga lo que te diga no te reirás?

– No me reiré -dijo Reiter.

– La primera son las tormentas -dijo la muchacha.

– ¿Las tormentas? -dijo Reiter extrañadísimo.

– Sólo las grandes tormentas, cuando el cielo se vuelve negro y el aire se vuelve gris. Truenos, rayos y relámpagos y campesinos muertos al cruzar un potrero -dijo la muchacha.

– Ya te entiendo -dijo Reiter, que francamente no amaba las tormentas-. ¿Y cuál es la segunda cosa?

– Los aztecas -dijo la muchacha.

– ¿Los aztecas? -dijo Reiter, más perplejo que con las tormentas.

– Sí, sí, los aztecas -dijo la muchacha-, los que vivían en México antes de que llegara Cortés, los de las pirámides.

– Así que los aztecas, esos aztecas -dijo Reiter.

– Son los únicos aztecas -dijo la muchacha-, los que vivían en Tenochtitlán y Tlatelolco y hacían sacrificios humanos y habitaban en dos ciudades lacustres.

– Así que vivían en dos ciudades lacustres -dijo Reiter.

– Sí -dijo la muchacha.

Durante un rato pasearon en silencio. Después la muchacha dijo: yo imagino esas ciudades como si fueran Ginebra y Montreaux. Una vez estuve con mi familia de vacaciones en Suiza. Tomamos un barco de Ginebra a Montreaux. El lago Leman es maravilloso en verano, aunque tal vez haya demasiados mosquitos. Pasamos la noche en una posada de Montreaux y al día siguiente volvimos en otro barco a Ginebra. ¿Has estado en el lago Leman?

– No -dijo Reiter.

– Es muy hermoso y no sólo existen esas dos ciudades, hay muchos pueblos a la orilla del lago, como Lausanne, que es más grande que Montreaux, o Vevey, o Evian. En realidad hay más de veinte pueblos, algunos diminutos. ¿Te haces una idea?

– Vagamente -dijo Reiter.

– Mira, éste es el lago -la muchacha con la punta del zapato dibujó el lago en el suelo-, aquí está Ginebra, aquí, en el otro extremo, Montreaux, y el resto son otros pueblos. ¿Te haces una idea, ahora?

– Sí -dijo Reiter.

– Pues así imagino yo -dijo la muchacha mientras borraba con el zapato el mapa- el lago de los aztecas. Sólo que mucho más bonito. Sin mosquitos, con una temperatura agradable todo el año, con multitud de pirámides, tantas y tan grandes que es imposible contarlas, pirámides superpuestas, pirámides que ocultan otras pirámides, todas teñidas de rojo con la sangre de la gente sacrificada cada día. Y luego imagino a los aztecas, pero eso tal vez no te interese -dijo la muchacha.

– Sí, me interesa -dijo Reiter, quien nunca antes había pensado en los aztecas.

– Son gente muy extraña -dijo la muchacha-, si los miras a los ojos, con atención, te das cuenta al cabo de poco tiempo de que están locos. Pero no están encerrados en un manicomio.

O tal vez sí. Pero aparentemente no. Los aztecas visten con suma elegancia, son muy cuidadosos al elegir los vestidos que se ponen cada día, uno diría que se pasan horas en el vestidor, eligiendo la ropa más apropiada, y luego se encasquetan unos sombreros emplumados de gran valor, y joyas en los brazos y en los pies, además de collares y anillos, y tanto los hombres como las mujeres se pintan la cara, y luego salen a pasear por las orillas del lago, sin hablar entre ellos, contemplando absortos los botes que navegan y cuyos tripulantes, si no son aztecas, prefieren bajar la mirada y seguir pescando o alejarse rápidamente de allí, pues algunos aztecas tienen caprichos crueles, y después de pasear como filósofos entran en las pirámides, que son todas huecas, con el interior semejante al de las catedrales, y cuya única iluminación es una luz cenital, una luz filtrada por una gran piedra de obsidiana, es decir una luz oscura y brillante.

A propósito, ¿has visto alguna vez una piedra de obsidiana?

– dijo la muchacha.

– No, nunca -dijo Reiter-, o tal vez sí y no me he dado cuenta.

– Te habrías dado cuenta en el acto -dijo la muchacha-.

Una obsidiana es un feldespato negro o de un verde oscurísimo, cosa de por sí curiosa porque los feldespatos suelen ser de color blanco o amarillento. Los feldespatos más importantes son la ortosa, la albita y la labradorita, para que lo sepas. Pero mi feldespato preferido es la obsidiana. Bueno, sigamos con las pirámides. En lo más alto de éstas está la piedra de los sacrificios.

¿Adivinas de qué material está hecha?

– De obsidiana -dijo Reiter.

– Exacto -dijo la muchacha-, una piedra semejante a la mesa de un quirófano, en donde los sacerdotes o médicos aztecas extendían a sus víctimas antes de arrancarles el corazón.

Pero, ahora viene lo que de verdad te sorprenderá, estas camas de piedra eran ¡transparentes! Estaban pulidas de tal manera o elegidas de tal manera que eran unas piedras de sacrificio transparentes.

Y los aztecas que estaban dentro de la pirámide contemplaban el sacrificio, como si dijéramos, desde el interior, porque, como ya habrás adivinado, la luz cenital que iluminaba las entrañas de las pirámides provenía de una abertura justo por debajo de la piedra de sacrificios. De tal manera que al principio la luz es negra o gris, una luz atenuada que sólo deja ver las siluetas de los aztecas que están, hieráticos, en el interior de las pirámides, pero luego, al extenderse la sangre de la nueva víctima sobre la claraboya de obsidiana transparente, la luz se hace roja y negra, de un rojo muy vivo y de un negro muy vivo, de modo tal que ya no sólo se distinguen las siluetas de los aztecas sino también sus facciones, unas facciones transfiguradas por la luz roja y por la luz negra, como si la luz ejerciera el poder de personalizarlos a cada uno de ellos, y eso, en resumen, es todo, pero eso puede durar mucho tiempo, eso escapa del tiempo o se instala en otro tiempo, regido por otras leyes. Cuando los aztecas abandonan el interior de las pirámides la luz del sol no les hace daño. Se comportan como si hubiera un eclipse de sol.

Y vuelven a sus quehaceres diarios, que consisten básicamente en pasear y bañarse y luego volver a pasear y quedarse mucho tiempo quietos contemplando cosas indiscernibles o estudiando los dibujos que hacen los insectos en la tierra y en comer acompañados de sus amigos, pero todos en silencio, que es casi lo mismo que comer solos, y de vez en cuando en hacer la guerra.

Y sobre el cielo siempre hay un eclipse que los acompaña -dijo la muchacha.

– Vaya, vaya, vaya -dijo Reiter, que estaba impresionado con los conocimientos de su nueva amiga.

Durante un rato, sin proponérselo, ambos pasearon en silencio por aquel parque, como si fueran aztecas, hasta que la muchacha le preguntó por quién iba a jurar, si por los aztecas o por las tormentas.

– No lo sé -dijo Reiter, que ya había olvidado a santo de qué tenía que jurar.

– Escoge -dijo la muchacha-, y piénsatelo bien porque es mucho más importante de lo que crees.

– ¿Qué es importante? -dijo Reiter.

– Tu juramento -dijo la muchacha.

– ¿Y por qué es importante? -dijo Reiter.

– Para ti no lo sé -dijo la muchacha-, pero para mí es importante porque marcará mi destino.

En ese momento Reiter recordó que tenía que jurar que nunca la olvidaría y sintió una enorme pena. Por un momento le costó respirar y luego sintió que las palabras se le atoraban en la garganta. Decidió que juraría por los aztecas, ya que las tormentas no le gustaban.

– Te lo juro por los aztecas -dijo-, nunca te olvidaré.

– Gracias -dijo la muchacha y siguieron paseando.

Al cabo de un rato, aunque ya sin interés, Reiter le preguntó la dirección de Halder.

– Vive en París -dijo la muchacha con un suspiro-, la dirección no la sé.

– Ah -dijo Reiter.

– Es normal que viva en París -dijo la muchacha.

Reiter pensó que tal vez tenía razón y que lo más normal del mundo era que Halder se hubiese mudado a París. Cuando empezó a anochecer Reiter acompañó a la muchacha hasta la puerta de su casa y luego se fue corriendo hacia la estación.

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название