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Una muerte extasiada

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Una muerte extasiada
Название: Una muerte extasiada
Автор: Robb J. D.
Дата добавления: 16 январь 2020
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Una muerte extasiada - читать бесплатно онлайн , автор Robb J. D.

Tres hombres aparecen muertos con una sonrisa en los labios. Los presuntos suicidas no tienen nada en com?n, ni aparentes motivos para querer quitarse la vida, La teniente Eve Dallas pone en tela de juicio la tesis del suicidio y las autopsias le dan la raz?n. En los cerebros de las tres v?ctimas se detectan peque?as quemaduras. En su investigaci?n, Eve se adentra en el inquietante mundo de la realidad virtual donde los mismos mecanismos concebidos para despertar el deseo pueden inducir a la mente a su propia destrucci?n.

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– Nimio, tal vez. Pero el señor Foxx tampoco mencionó que él y el señor Fitzhugh tuvieron visita la noche de la muerte.

– Leanore no es una visita -replicó Foxx con rigidez-. Ella es… era socia de Fitz. Tengo entendido que tenían cierto asunto que discutir, lo que es otra razón por la que salí a dar un paseo. Quería dejarlos a solas para que discutieran el caso. -Tragó saliva.

– Entiendo. De modo que ahora afirma que abandonó el apartamento para dejar a solas a su amigo con su socia. ¿Por qué no mencionó la visita de la señorita Bastwick en su anterior declaración?

– No pensé en ello.

– No pensó en ello. Declaró que cenaron, vieron una comedia y se acostaron, pero se olvidó de añadir estos otros sucesos. ¿Qué otros sucesos ha olvidado decirme, señor Foxx?

– No tengo nada más que agregar.

– ¿Por qué estaba enfadado cuando salió del edificio, señor Foxx? ¿Le irritaba que una hermosa mujer, una mujer con quien el señor Fitzhugh colaboraba estrechamente, viniera a su casa a esas horas?

– Teniente, no tiene ningún derecho a insinuar…

– No estoy insinuando -replicó ella sin apenas mirar al abogado-, sino preguntando, de manera muy directa, si el señor Foxx estaba enfadado y celoso cuando salió como un huracán de su edificio.

– No salí como un huracán. -Foxx cerró un puño sobre la mesa-. Y no tenía ningún motivo para estar enfadado o celoso de Leanore. Por muy a menudo que ella lo asediara, él no estaba interesado en ella en ese sentido.

– ¿La señorita Bastwick asediaba al señor Fitzhugh? -Eve arqueó las cejas-. Eso debía de molestarle, Arthur. Sabiendo que su amigo prefería sexualmente tanto hombres como a mujeres, sabiendo que pasaban horas juntos cada día de la semana, que ella viniera y se exhibiera delante de él en su propia casa… No me extraña que estuviera enfadado. Yo habría tenido ganas de tumbarla de un golpe.

– A él le divertía -dejó escapar Foxx-. Le parecía muy halagador que alguien mucho más joven y tan atractivo como ella le echara los tejos. Se reía cuando yo me quejaba de ello.

– ¿Se reía de usted? -Eve sabía cómo jugar. Una nota de compasión se traslució en su voz-. Eso debía de enfurecerle, ¿no? Lo consumía por dentro, ¿no es así, Arthur? Imaginarlo con ella, acariciándola y riéndose de usted.

– ¡La habría matado! -estalló Foxx, apartando al abogado que lo sujetaba mientras enrojecía de ira-. Ella pensaba que lograría apartarlo de mí, que lograría seducirlo. Le importaba un comino que estuviéramos comprometidos el uno con el otro. Todo lo que quería era triunfar y tirarse al abogado.

– No le gustan mucho los abogados, ¿verdad?

Foxx jadeaba y contuvo la respiración para acompasarla.

– Por lo general, no. No veía a Fitz como un abogado, sino como mi compañero. Y si hubiera estado predispuesto a cometer un asesinato aquella noche u otra, teniente, habría asesinado a Leanore. -Abrió los puños y volvió a cerrarlos-. En fin, no tengo nada más que decir.

Decidiendo que era bastante por el momento, Eve dio por terminado el interrogatorio y se levantó.

– Volveremos a hablar, señor Foxx.

– Quisiera saber cuándo va a entregar el cadáver de Fitz -dijo él, levantándose con rigidez-. He decidido no posponer los funerales hoy, aunque no es muy propio continuar con su cuerpo todavía retenido.

– Es la decisión del forense. Aún no ha terminado de examinarlo.

– ¿No basta con que esté muerto? -A Foxx le tembló la voz-. ¿No es bastante que se haya quitado la vida, que tienen ustedes que sacar a la luz los pequeños y sórdidos detalles personales de su vida?

– No. -Ella se encaminó a la puerta y tecleó el código-. No es bastante. -Vaciló y decidió probar suerte-. Supongo que el señor Fitzhugh se quedó muy impresionado y afectado con el reciente suicidio del senador Pearly.

Foxx asintió con un gesto formal.

– Seguramente le impresionó, aunque apenas se conocían. -De pronto se le marcó un músculo en el rostro-. Si está insinuando que Fitz se quitó la vida influenciado por Pearly, es ridículo. Apenas se conocían y raras veces hablaban.

– Entiendo. Gracias por su tiempo. -Eve los acompañó a la puerta y echó un vistazo a la sala contigua. Leanore debía de estar esperando.

Eve se lo tomó con calma, recorrió el pasillo hasta la máquina expendedora y estudió las opciones mientras hacía sonar los créditos sueltos en su bolsillo. Se decidió por una golosina y medio tubo de Pepsi. La máquina le sirvió los productos, le pidió con voz monótona que reciclara los envases y la previno contra el consumo de azúcar.

– Métete en tus asuntos -le espetó Eve. Se apoyó contra la pared y se tomó despacio su tentempié, luego arrojó la basura por la ranura de reciclaje y desanduvo tranquilamente el pasillo.

Había calculado que una espera de veinte minutos haría subirse a Leanore por las paredes. Había acertado.

La mujer se paseaba como un gato enjaulado. Se volvió en cuanto Eve abrió la puerta.

– Teniente Dallas, mi tiempo es muy valioso, aun cuando el suyo no lo sea.

– Depende de cómo se mire. Yo no cobro dos mil dólares la hora, desde luego.

Peabody carraspeó.

– Que conste en acta que la teniente Eve Dallas ha entrado en la sala de interrogatorio C para continuar con el resto del procedimiento. La interrogada ha sido informada de sus derechos y ha optado por representarse a sí misma. Todos los datos constan en acta.

– Bien. -Eve se sentó y señaló la silla delante de ella-. Cuando deje de pasearse, señorita Bastwick, podremos empezar.

– Estaba preparada para comenzar a la hora que se me convocó. -Leanore se sentó y cruzó sus satinadas piernas-. Con usted, teniente, no con su subordinada.

– Ya lo has oído, Peabody. Eres mi subordinada.

– Constará en acta, teniente -repuso Peabody secamente.

– Aunque lo considero insultante e innecesario. -Leanore se tiró de los puños de su traje negro-. Debo asistir al funeral de Fitz dentro de unas horas.

– No estaría aquí siendo insultada innecesariamente si no hubiera mentido en su primera declaración.

Leanore le lanzó una mirada glacial.

– Supongo que puede probar esa acusación, teniente.

– Declaró que había acudido a casa del difunto la pasada noche por un asunto profesional. Que permaneció allí discutiendo un caso de veinte a treinta minutos.

– Más o menos -repuso Leanore con frialdad.

– Dígame, señorita Bastwick, ¿siempre lleva consigo una botella de vino gran reserva a una reunión de negocios y se acicala para dicha reunión en el ascensor como la reina del baile del colegio?

– No hay ninguna ley que prohíba acicalarse, teniente Dallas. -Miró a Eve de arriba abajo con expresión desdeñosa, desde el cabello despeinado a sus gastadas botas-. Podría intentarlo.

– Ahora es usted quien está hiriendo mis sentimientos. Se acicala, se abre los tres primeros botones de la blusa y lleva una botella de vino. Parece la hora de la seducción, Leanore. -Eve hizo una mueca-. Vamos, está entre mujeres. Sabemos de qué se trata.

Leanore se lo tomó con calma, estudiando un ligero defecto en su manicura. A diferencia de Foxx, no rompió a sudar.

– Pasé aquella noche por su casa para consultarle un asunto profesional. Tuvimos una breve reunión y me marché.

– Estuvo a solas con él durante ese tiempo.

– Así es. Arthur tuvo uno de sus arranques de mal genio y se marchó.

– ¿Arranques?

– Era típico de él -dijo Leanore con sorna-. Me tenía muchísimos celos. Estaba convencido de que trataba de alejar a Fitz de él.

– ¿Y era cierto?

Una sonrisa felina curvó los labios de Leanore.

– La verdad, teniente, si me hubiera empleado a fondo en ello, ¿no cree que lo habría conseguido?

– Yo diría que se empleó a fondo. Y no conseguirlo la habría enfurecido.

Leanore se encogió de hombros.

– Reconozco que lo estaba considerando. Fitz se estaba desperdiciando con Arthur. Fitz y yo teníamos muchas cosas en común, y me parecía muy atractivo. Le tenía mucho afecto.

– ¿Obró aquella noche de acuerdo con la atracción y el afecto que sentía hacia él?

– Digamos que le dejé claro que estaba abierta a una relación más íntima. Él no se mostró receptivo de entrada, pero sólo era cuestión de tiempo. -Leanore movió los hombros en un gesto rápido y confiado-. Arthur debía de saberlo. -Su mirada se volvió de nuevo glacial-. Por eso creo que lo mató.

– Menuda pieza, ¿eh? -murmuró Eve al terminar el interrogatorio-. No ve nada malo en conducir a un hombre al adulterio y romper una relación de años. Además, está convencida de que no hay hombre en el mundo que se le resista. -Suspiró-. Menuda zorra.

– ¿Vas a acusarla? -preguntó Peabody.

– ¿Por ser una zorra? -Con una risita, Eve negó con la cabeza-. Podría intentar procesarla por falso testimonio, pero ella y sus amigos abogados resolverían el asunto en un abrir y cerrar de ojos. No vale la pena. No podemos situarla en el lugar de los hechos a la hora de la muerte, ni imputarle ningún móvil. Y no imagino a esa monada abalanzándose sobre un hombre de ciento diez kilos y cortándole las venas. No habría querido manchar de sangre su bonito traje.

– Entonces volvemos a Foxx.

– Estaba celoso y cabreado, y va a heredar todos los juguetes. -Eve se levantó y se paseó por la habitación-. Sin embargo seguimos sin nada. -Se apretó los ojos-. No puedo evitar coincidir con lo que ha dicho al perder los estribos durante el interrogatorio: habría matado a Leanore, no a Fitzhugh. Voy a revisar los datos sobre los dos suicidios previos.

– Todavía no tengo gran cosa -se disculpó Peabody saliendo de la sala de interrogatorio detrás de Eve-. No ha habido tiempo.

– Ahora hay tiempo. Y Feeney probablemente ya me ha enviado los suyos. Pásame lo que tienes y sigue buscando -pidió Eve entrando en su despacho-. Conectar -ordenó al ordenador mientras se desplomaba en la silla delante de él-. Mostrar los nuevos mensajes.

El rostro de Roarke apareció en la pantalla.

«Supongo que has salido a erradicar el crimen. Estoy camino de Londres por un problema técnico que necesita atención personal. No creo que me lleve mucho. Estaré de vuelta a eso de las ocho, lo que nos deja tiempo de sobra para volar a New Los Ángeles para el estreno.»

– Mierda, lo olvidé.

En la pantalla Roarke sonrió.

«Seguro que has olvidado oportunamente la cita, así que considéralo como un recordatorio. Cuídate, teniente.»

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