El Tatuaje De La Concubina
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A punto de entregarse a los placeres y las comodidades de un matrimonio concertado con la joven y bella Reiko, Sano Ichiro es reclamado en el palacio imperial para descubrir al asesino de Harume, la concubina favorita del sog?n, que ha sido envenenada mientras se hac?a un tatuaje amoroso. Con la experiencia de sus veinte a?os de sosakan-sama -muy honorable investigador de sucesos, situaciones y personas-, Sano debe penetrar en el herm?tico y prohibido mundo de las mujeres del sog?n para intentar desenmara?ar la compleja trama de amantes y rivales de Harume, que se mueven como pez en el agua entre las intrigas y maquinaciones pol?ticas del Jap?n feudal. Y como si la investigaci?n no fuera de por s? complicada, Sano descubre con horror que su flamante esposa, supuestamente dulce y sumisa, es en realidad una aspirante a detective preclara y obstinada, con sorprendentes habilidades guerreras. Empe?ada en ayudar a su marido, las chispas que surgen entre ambos hacen de su floreciente amor algo tan emocionante como el misterio que rodea la muerte de Harume.
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– ¿Y se llevó a cabo la susodicha investigación? -inquirió Sano.
– No. Y ahora que la dama Harume ha muerto…
Los cargos, sin ella que los confirmara, tenían que retirarse, lo que explicaba que el administrador jefe se hubiese descuidado de contárselo a Hirata. Qué suerte para el teniente Kushida que la muerte de su acusadora le hubiese ahorrado la desgracia de perder su puesto. Definitivamente, merecía la pena interrogarlos a él y a la envidiosa dama Ichiteru.
– Concubinas celosas, guardias groseros -se lamentó Keisho-in-. ¡Qué espanto! Sosakan-sama, tenéis que encontrar y castigar a quien mató a mi pequeña Harume y salvarnos a todas de una persona tan malvada y peligrosa.
– Necesitaré que mis detectives registren el Interior Grande y hablen con las residentes -dijo Sano-. ¿Dispongo de vuestra venia?
– Por supuesto, por supuesto. -La dama Keisho-in asintió con firmeza. Después, con un gruñido, se irguió haciendo fuerza con las manos e hizo señas a Chizuru para que la ayudara a ponerse en pie-. Es la hora de mis oraciones. Pero os ruego que paséis a verme otra vez. -Le mostró los hoyuelos a Hirata-. Y tú también, jovencito.
Se despidieron. Hirata casi salió corriendo de la habitación, y Sano lo siguió, extrañado por la desacostumbrada timidez de su vasallo. Aunque era consciente de todo el trabajo que tenían por delante, al salir del palacio se alegró de que fuera demasiado tarde para verse con sospechosos o testigos, y de no tener que encontrarse con el sogún hasta el día siguiente. En casa lo esperaba Reiko. Era su noche de bodas.