Los Hombres Que No Amaban A Las Mujeres
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Harriet Vanger desaparecio hace treinta y seis anos en una isla sueca propiedad de su poderosa familia. A pesar del despliegue policial, no se encontro ni rastro de la muchacha. Se escapo? Fue secuestrada? Asesinada? El caso esta cerrado y los detalles olvidados. Pero su tio Henrik Vanger, un empresario retirado, vive obsesionado con resolver el misterio antes de morir. En las paredes de su estudio cuelgan cuarenta y tres flores secas y enmarcadas. Las primeras siete fueron regalos de su sobrina; las otras llegaron puntualmente para su cumpleanos, de forma anonima, desde que Harriet desaparecio. Mikael Blomkvist acepta el extrano encargo de Vanger de retomar la busqueda de su sobrina. Periodista de investigacion y alma de la revista Millennium, dedicada a sacar a la luz los trapos sucios de la politica y las finanzas, Blomkvist esta vigilado y encausado por una querella por difamacion y calumnia presentada por un gran grupo industrial que amenaza con arruinar su carrera y su reputacion. Contara con la colaboracion inesperada de Lisbeth Salander, una peculiar investigadora privada, socialmente inadaptada, tatuada y llena de piercings, y con extraordinarias e insolitas cualidades. Asi empieza esta magnifica novela que es la cronica de los conflictos de una familia, un fascinante fresco del crimen y del castigo, de perversiones sexuales y trampas financieras; un entramado violento y amenazante en el que, no obstante, crecera una tierna y fragil historia de amor entre dos personajes absolutamente inolvidables.
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– Le descubriste en Järnvägsgatan.
Ella asintió con la cabeza.
– Me habían dicho que no iba a acudir a la reunión familiar, sino que se quedaría en Uppsala. Pero, al parecer, cambió de opinión y, de repente, allí estaba, al otro lado de la calle, mirándome fijamente. Con una sonrisa en los labios. Fue como una pesadilla. Yo había matado a mi padre y me di cuenta de que nunca me libraría de mi hermano. Hasta ese mismo momento había pensado en quitarme la vida. Finalmente opté por huir.
Harriet observó a Mikael con cierta felicidad en la mirada.
– La verdad es que me ha sentado bien contar la verdad. Ahora ya lo sabes todo. ¿Qué piensas hacer con esa información?
Capítulo 27 Sábado, 26 de julio – Lunes, 28 de julio
A las diez de la mañana, Mikael recogió a Lisbeth Salander en la puerta de su casa, en Lundagatan, y la llevó al crematorio del cementerio norte. La acompañó durante el funeral. Lisbeth y Mikael eran, junto con la oficiante, los únicos allí presentes hasta que, al comenzar la ceremonia, Dragan Armanskij entró repentina y sigilosamente por la puerta. Saludó a Mikael con un movimiento de cabeza y se situó detrás de Lisbeth poniéndole cuidadosamente una mano sobre el hombro. Ella inclinó la cabeza sin mirarle, como si supiera quién se hallaba a sus espaldas. Luego los ignoró a los dos.
Lisbeth no había contado nada sobre su madre, pero, al parecer, la reverenda había hablado con alguien de la residencia donde falleció; Mikael comprendió que la causa de la muerte había sido un derrame cerebral. Lisbeth no pronunció palabra durante todo el acto. La reverenda perdió el hilo dos veces al dirigirse a Lisbeth, quien la miró fijamente a los ojos sin contestar. Al terminar el funeral, Lisbeth se dio la vuelta y se marchó sin dar las gracias ni despedirse de nadie. Mikael y Dragan tomaron aire profundamente y se miraron de reojo. No tenían ni idea de lo que estaba pasando por la cabeza de Lisbeth.
– Se encuentra muy mal -dijo Dragan.
– Ya me he dado cuenta -contestó Mikael-. Qué bien que hayas venido.
– No estoy tan seguro. -Armanskij clavó la mirada en Mikael-. ¿Os vais otra vez para el norte? Échale un ojo.
Mikael se lo prometió. Se despidieron delante de la puerta de la iglesia. Lisbeth ya esperaba en el coche.
Ella tenía que ir a Hedestad para buscar su moto y el equipo que tomó prestado de Milton Security. No rompió el silencio hasta que pasaron Uppsala, cuando le preguntó por el viaje a Australia. Mikael había aterrizado en Arlanda la noche anterior, muy tarde, y sólo había dormido un par de horas. Durante el trayecto le relató la historia de Harriet Vanger. Lisbeth Salander permaneció callada durante media hora antes de abrir la boca.
– Bitch -soltó.
– ¿Quién?
– La Harriet Vanger de los cojones. Si hubiese hecho algo en 1966, Martin Vanger no habría seguido asesinando y violando a mujeres durante treinta y siete años.
– Harriet conocía los asesinatos de su padre, pero no tenía ni idea de que Martin estuviera involucrado. Huyó de un hermano que la violaba, y que amenazaba con revelar que ella había ahogado a su padre si no hacía lo que él le decía.
– Bullshit.
No hablaron más hasta que entraron en Hedestad. Lisbeth estaba de un humor particularmente sombrío. Mikael llegaba tarde a la reunión acordada, así que la dejó en el cruce del camino que llevaba a la isla de Hedeby y le preguntó si todavía se hallaría en casa cuando él volviera.
– ¿Piensas pasar la noche aquí? -preguntó ella.
– Supongo que sí.
– ¿Quieres que yo esté cuando regreses?
Él se bajó, bordeó el coche y la abrazó. Lisbeth le apartó de un empujón, casi violentamente. Mikael se echó hacia atrás.
– Lisbeth, somos amigos, ¿no?
Ella lo contempló con inexpresivos ojos.
– ¿Quieres que me quede para tener con quien follar esta noche?
Mikael le devolvió una larga mirada. Luego se dio la vuelta, subió al coche y arrancó el motor. Bajó la ventanilla. La hostilidad de Lisbeth era palpable.
– Quiero ser tu amigo -dijo él-. Si no me crees, no hace falta que estés cuando vuelva esta noche.
Henrik Vanger estaba levantado y vestido cuando Dirch Frode hizo pasar a Mikael a la habitación del hospital. Nada más entrar le preguntó al viejo por su salud.
– Mañana van a dejarme salir para el entierro de Martin.
– ¿Qué es lo que te ha contado Dirch?
Henrik Vanger bajó la mirada.
– Me ha contado lo que hicieron Martin y Gottfried. Ahora sé que esto es mucho peor de lo que me había imaginado.
– Sé lo que ocurrió con Harriet.
– ¿Cómo murió?
– Harriet no está muerta. Sigue viva. Tiene muchas ganas de verte, si tú quieres.
Tanto Henrik Vanger como Dirch Frode miraron perplejos a Mikael, como sí el mundo se hubiera puesto patas arriba.
– Me llevó un rato convencerla para que hiciera el viaje, pero vive, se encuentra bien y ha venido a Hedestad. Llegó esta mañana y estará aquí en menos de una hora. Si es que quieres verla, claro.
Mikael tuvo que contar otra vez la historia de principio a fin. Henrik Vanger lo escuchó con suma atención, como si se tratara del sermón de la colina de Jesucristo en versión moderna. En momentos muy concretos, le hacía una pregunta a Mikael o le pedía que repitiera algo. Dirch Frode no pronunció ni una sola palabra.
Cuando Mikael concluyó su relato, el viejo se quedó en silencio. Por mucho que los médicos le hubiesen asegurado que Henrik Vanger estaba recuperado de su infarto, Mikael había temido ese momento; tenía miedo de que la historia fuese demasiado para el anciano. Pero, al margen de que su voz tal vez sonara algo pastosa, Henrik no dio muestra alguna de emoción cuando rompió su silencio.
– Pobre Harriet. Ojalá hubiera acudido a mí.
Mikael miró el reloj. Eran las cuatro menos cinco.
– ¿Quieres verla? Ahora que sabes lo que ha hecho, ella teme que la rechaces.
– ¿Y las flores? -inquirió Henrik.
– Se lo pregunté en el avión. Había una sola persona en la familia a la que ella quería: tú. Naturalmente, quien enviaba las flores era ella. Esperaba que entendieras que seguía viva y que se encontraba bien sin que fuera preciso aparecer. Pero como su único canal de información era Anita, que salió del país en cuanto terminó sus estudios y jamás visitaba Hedestad, sus conocimientos sobre lo que aquí ocurría han sido muy limitados. Nunca supo de tu terrible sufrimiento, ni que creías que su asesino se burlaba de ti enviando las flores.
– Supongo que era Anita quien echaba los sobres al correo.
– Trabajaba en una compañía aérea y volaba por todo el mundo. Los enviaba desde donde se encontrara en ese momento.
– Pero ¿cómo supiste que fue precisamente Anita la que la ayudó?
– Por la fotografía; era ella la que se veía en la ventana del cuarto de Harriet.
– Pero podría haber estado implicada, ella podría haber cometido el crimen. ¿Cómo te diste cuenta de que Harriet estaba viva?
Mikael miró a Henrik durante un largo rato. Luego sonrió por primera vez desde que volvió a Hedestad.
– Anita estaba involucrada en la desaparición de Harriet, pero no podía haberla matado.
– ¿Cómo podías estar tan seguro?
– Porque esto no es ninguna de esas malditas novelas de detectives donde todas las piezas tienen que encajar. Si Anita hubiese asesinado a Harriet, hace ya mucho tiempo que habrías encontrado el cuerpo. Por lo tanto, lo único lógico era que ella la ayudara a huir y a mantenerse escondida. ¿Quieres verla?
– Claro que quiero ver a Harriet.
Mikael fue a buscar a Harriet hasta los ascensores de la entrada. Al principio, no la reconoció; desde que se despidieron en Arlanda el día anterior, había recuperado su original y oscuro color de pelo. Llevaba pantalones negros, una blusa blanca y una elegante chaqueta gris. Estaba deslumbrante. Mikael se inclinó hacia delante y le dio un beso de ánimo en la mejilla.
