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Temor Fr?o

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Temor Fr?o
Название: Temor Fr?o
Автор: Slaughter Karin
Дата добавления: 16 январь 2020
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Temor Fr?o - читать бесплатно онлайн , автор Slaughter Karin

El suicidio de un joven estudiante en una peque?a universidad sure?a de E.E.U.U. no tendr?a la mayor importancia si no fuera que a la hermana de la forense protagonista del libro no la hubieran atacado en el lugar donde fue hallado el cad?ver del estudiante. Cuando al poco tiempo se producen un par de suicidos m?s en la misma universidad todo parece indicar la existencia de un psic?pata. La investigaci?n revelar? que en la pac?fica localidad existe un turbio mar de fondo de secretos ocultos y envidias.

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– El cuerpo… ¿está destrozado?

– No -dijo Lena, sabiendo que la respuesta era subjetiva. Lena aún se acordaba de cuando vio a su hermana en el depósito el año anterior. Aunque Sara la había limpiado, las pequeñas magulladuras y cortes que había en la cara de Sibyl parecían mil heridas.

– ¿Dónde está ahora?

– En el depósito. Dentro de un día o dos lo trasladarán al tanatorio -le dijo Lena.

A continuación, por la expresión consternada de Rosen, comprendió que la madre aún no se había hecho a la idea de que tendría que enterrar a su hijo. Lena pensó en disculparse, pero sabía lo poco que significaban las palabras.

– Andy quería que lo incineraran -dijo Rosen-. No creo que sea capaz. No creo que pueda permitir que… -Negó con la cabeza y no acabó la frase.

Se llevó la mano a la boca, y Lena vio que llevaba un anillo de casada.

– ¿Quiere que se lo diga a su marido?

– Brian no está en la ciudad -dijo Rosen-. Tiene una beca.

– ¿También trabaja en la universidad?

– Sí. -Rosen frunció el ceño mientras reprimía sus emociones-. Andy trabajaba con él, intentaba ayudarle. Pensábamos que estaba mejorando… -Intentó contener un sollozo, pero finalmente estalló.

Lena seguía agarrada al respaldo de la silla, mirando a la otra mujer. Rosen lloraba en silencio, con los labios separados, pero sin emitir ningún sonido. Se llevó la mano al pecho, y apretó los ojos cuando empezaron a caerle las lágrimas. Sus hombros delgados se doblaron hacia dentro, y le tembló la barbilla al caerle hasta el pecho.

Lena se moría de ganas de marcharse. Ni siquiera antes de la violación había servido para consolar a la gente. En los momentos de dificultad, se sentía amenazada, como si tuviera que renunciar a una parte de sí misma para poder consolar al otro. Quería volver a casa para recuperarse, para quitarse el gusto del miedo de la boca. Lena tenía que encontrar una manera de recobrar las fuerzas antes de volver al mundo. Sobre todo antes de ver a Jeffrey.

Rosen debió de intuir sus sentimientos. Se secó una lágrima y su tono se hizo enérgico.

– Tengo que llamar a mi marido -dijo-. ¿Me concede un momento?

– Por supuesto -contestó Lena, aliviada-. La veré en la biblioteca. -Puso una mano en el pomo, pero no tiró de él. Sin mirar a la doctora, dijo-: Sé que no tengo derecho a pedírselo -comenzó, consciente de que Jeffrey le perdería todo el respeto si Rosen le contaba lo ocurrido.

Rosen pareció intuir qué era exactamente lo que preocupaba a Lena.

– No, no tiene derecho a pedirlo -le espetó.

Lena giró el pomo, seguía sintiendo la mirada de Rosen, taladrándola. Lena se sintió atrapada, pero consiguió preguntar:

– ¿Qué?

Rosen le propuso lo que parecía un acuerdo.

– Si está sobria, no se lo contaré -contestó.

Lena tragó saliva, y sintió en la boca el sabor del whisky que su mente había estado deseando en los últimos minutos. Sin responder, cerró la puerta a su espalda.

Lena estaba sentada a una mesa vacía, junto al mostrador de préstamo de la biblioteca, viendo cómo Chuck hacía el ridículo con Nan Thomas, la bibliotecaria. Dejando aparte el hecho de que Nan Thomas, con su pelo castaño rata y sus gruesas gafas, no merecía la pena el esfuerzo, Lena sabía que la mujer era lesbiana. Nan había sido la amante de Sibyl durante cuatro años. Las dos mujeres vivían juntas cuando Sibyl fue asesinada.

Para no pensar más en Chuck, paseó la vista por la biblioteca, mirando a los estudiantes que estudiaban en las mesas alargadas que se alineaban en la parte central de la sala. Se acercaban los parciales y, aunque era domingo, había bastantes estudiantes. Además de la cafetería y el centro de orientación, la biblioteca era el único edificio que aquel día estaba abierto.

En lo referente a bibliotecas, Grant Tech era realmente impresionante. Lena imaginaba que, como la facultad no tenía equipo de fútbol, eso permitía gastar más dinero en instalaciones, pero seguía pensando que les habría ido mejor con un departamento de deportes. Hacía cinco años, unos profesores de Grant Tech desarrollaron una especie de inyección o píldora mágica que hacía que los cerdos engordaran más en menos tiempo. Los granjeros se entusiasmaron con el descubrimiento, y había una portada enmarcada de Porcine amp; Poultryí [1] junto a la entrada de la biblioteca, con una foto de los dos profesores con aspecto adinerado y satisfecho. El titular rezaba «Forrados con los cerdos» y, a juzgar por las sonrisas de los profesores, desde luego no les hacía falta el dinero. Como en casi todos los institutos de investigación, la universidad se quedaba una parte de los ingresos de cualquier cosa en la que trabajaran sus profesores, y Kevin Blake, el decano, había utilizado parte de ese dinero para reformar la biblioteca por completo.

Habían cambiado los cristales de los grandes vitrales que daban al lado este del campus, para que el calor y el aire acondicionado no se filtraran. La madera oscura que cubría las paredes y las dos plantas de estanterías que cubrían toda la pared habían sido aligeradas, de modo que seguían siendo imponentes, pero no opresivas. La atmósfera general era relajante, y a Lena le gustaba acudir allí por la noche al acabar el trabajo. Se sentaba en uno de los cubículos de la parte delantera y hojeaba cualquier libro que estuviera a mano hasta eso de las diez, momento en que regresaba a su habitación, se tomaba un par de copas para aliviar la tensión e intentaba dormir. Por lo general le funcionaba. Había algo reconfortante en tener un horario.

– Joder -gruñó Lena cuando Richard Carter se le acercó.

Sin esperar a ser invitado, Richard se desplomó en la silla que había delante de Lena.

– Hola, chica -le dijo con una sonrisa.

– Hola -saludó ella, inyectando en su tono toda la antipatía que le fue posible.

– ¿Te cuento algo?

Lena se lo quedó mirando, deseaba que se fuera. El ex profesor ayudante de Sibyl era un tipo bajo y fornido que hacía poco había cambiado sus gruesas gafas por lentes de contacto. Richard era tres años más joven que Lena, pero ya le raleaba la coronilla, cosa que intentaba disimular peinándose el resto del pelo hacia atrás. Entre las lentillas nuevas, que le hacían parpadear constantemente, y la uve que le formaba el pelo en la frente, parecía un búho desconcertado.

Desde la muerte de Sibyl, Richard había ascendido a profesor asociado del departamento de biología, donde, considerando su repelente personalidad, su carrera probablemente se estancaría. Richard se parecía mucho a Chuck, pues también él intentaba disimular su agobiante estupidez con un aire de superioridad completamente infundado. Ni siquiera era capaz de pedir el desayuno en un restaurante sin darle a entender a todo el mundo que sabía de huevos más que el cocinero.

– ¿Te has enterado de lo de ese chaval? -Richard soltó un silbido por lo bajo parecido a un avión al aterrizar, bajando la mano en el aire hasta dar una palmada en la mesa para poner énfasis-. Saltó desde el puente.

– Sí -dijo ella, pero no añadió nada más.

– Se habla de asesinato -comentó Richard, casi eufórico. Le encantaba el chismorreo más que a una mujer; muy apropiado, considerando que era más maricón que un supositorio-. Su padre y su madre trabajan en la universidad. Su madre está en el departamento de orientación. ¿Te imaginas el escándalo?

Lena sintió un arrebato de vergüenza al pensar en Jill Rosen.

– Imagino que los dos están destrozados. Su hijo ha muerto -dijo a Richard.

Richard torció la comisura de los labios, mirando abiertamente a Lena de arriba abajo. A pesar de ser un capullo egocéntrico, era bastante perspicaz, y Lena se decía que ojalá no adivinara sus pensamientos.

– ¿Los conoces? -preguntó Richard.

– ¿A quiénes?

– A Brian y Jill -dijo, mirando por encima de la espalda de Lena.

Saludó con la mano, como una adolescente tonta, a alguien antes de volverse a concentrar en Lena.

Ella se lo quedó mirando, sin responder a la pregunta.

– ¿Has perdido peso?

– No -dijo ella, aunque sí había adelgazado. Los pantalones le quedaban más holgados que la semana pasada. Últimamente Lena no tenía mucha hambre-. ¿Era uno de tus alumnos?

– ¿Andy? -preguntó Richard-. Sibyl lo había tenido un trimestre justo antes de que…

– ¿Qué clase de muchacho era?

– Desagradable, ya que me lo preguntas. Sus padres le daban todo lo que querían.

– ¿Malcriado?

– Mucho -confirmó Richard-. Casi suspende la asignatura de Sibyl. Biología orgánica. ¿Tan difícil es? Se suponía que iba a ser el próximo Einstein, ¿y no podía aprobar la orgánica? -Richard soltó un bufido de disgusto-. Brian intentó presionar a Sibyl, pedir que le devolviera algunos favores para conseguir que le subiera la nota.

– Sibyl no hacía ese tipo de favores.

– Claro que no -dijo Richard, como si jamás lo hubiera puesto en duda-. Sib fue muy correcta, como siempre, pero Brian estaba enfadado. -Bajó la voz-. Seré honesto. Brian siempre estuvo celoso de Sibyl. Noche y día presionaba para conseguir su puesto de jefe de departamento.

Lena se preguntó si Richard le estaba diciendo la verdad o sólo removía la mierda. Tenía la costumbre de meterse siempre en medio. Durante la investigación del asesinato de Sibyl, hubo un momento en que su bocaza casi le hace figurar en la lista de sospechosos, aunque era tan poco probable que asesinara a alguien como que a Lena le salieran alas.

Intentó ponerlo en un aprieto.

– Parece que conoces muy bien a Brian.

Richard se encogió de hombros, saludando a alguien que estaba detrás de Lena mientras decía:

– Es un departamento pequeño. Trabajamos todos juntos. Eso fue obra de Sibyl. Ya sabes que su lema era «Trabajo en equipo».

Richard volvió a saludar a alguien.

Lena casi sentía ganas de volverse y ver si había alguien detrás de ella, pero decidió que le sería más útil sacarle información a Richard.

– De todos modos -comenzó Richard-, Andy acabó dejando los estudios, y naturalmente su papá le encontró un trabajo en el laboratorio. -Soltó un bufido de irritación-. Tampoco es que a mí me parezca trabajar pasarse seis horas sentado escuchando rap. Y que no se te ocurriera quejarte a Brian.

– Imagino que se lo tomará muy mal.

– ¿Y quién no? -preguntó Richard-. Supongo que los dos estarán destrozados.

– ¿A qué se dedica Brian?

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