El Laberinto
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Un misterio sepultado durante ochocientos a?os. Tres pergaminos y el secreto del Grial. Dos hero?nas separadas por ocho siglos, pero unidas por un mismo destino. ?Qu? se esconde en el coraz?n del laberinto? En las monta?as de Carcasona, la vieja tierra de los c?taros, un secreto ha permanecido oculto desde el siglo XIII. En plena cruzada contra los c?taros, la joven Ala?s ha sido designada para proteger un antiguo libro que contiene los secretos del Santo Grial. Ochocientos a?os despu?s, la arque?loga Alice Tanner trabaja en una excavaci?n en el sur de Francia y descubre una cueva que ha ocultado oscuros misterios durante todos estos siglos. ?Qu? pasar? si todo sale a la luz?
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Habían vuelto a atarle las piernas y los brazos detrás de la espalda, tirando de los huesos de los hombros. Tenía un ojo cerrado por la hinchazón. Debido a la falta de comida y de luz, así como a las drogas que le habían dado para que no gritara, la cabeza le daba vueltas, pero sabía dónde estaba.
Authié la había llevado de vuelta a la cueva. Percibió el cambio de ambiente cuando salieron del túnel a la cámara, y sintió la tensión en las piernas del hombre que la cargaba escaleras abajo, hasta el área donde ella misma había encontrado a Alice desvanecida en el suelo.
Shelagh notó que había una luz encendida en alguna parte, quizá en el altar. El que la llevaba se detuvo. Habían alcanzado el fondo de la cueva, más allá de donde había llegado ella la vez anterior. Balanceándola, el hombre la descargó de sus hombros y la dejó caer, como un peso muerto. Shelagh notó dolor, en el costado cuando golpeó contra el suelo, pero para entonces ya era incapaz de sentir nada.
No comprendía por qué Authié no la había matado aún.
Ahora la habían cogido por las axilas y la estaban arrastrando por el suelo. Grava, guijarros y fragmentos de roca le arañaban las plantas de los pies y los tobillos desnudos. Notó que le amarraban las manos atadas a un objeto metálico y frío, una especie de aro o gancho clavado en el suelo.
Creyendo que estaba inconsciente, los hombres hablaban entre ellos en voz baja.
– ¿Cuántas cargas has puesto?
– Cuatro.
– ¿Cuándo estallarán?
– Poco después de las diez. Él mismo se ocupará de eso.
Shelagh percibió la sonrisa en la voz del hombre.
– Por fin va a ensuciarse las manos. Pulsará el botón y, ¡bum!, adiós a todo esto.
– Lo que todavía no entiendo es para qué tenía que traer hasta aquí a esta zorra -se quejó-. Era mucho más fácil dejarla en la finca.
– No quería que la identificaran. Dentro de unas horas, toda la montaña se va a desmoronar y ella quedará enterrada bajo media tonelada de roca.
Finalmente, el miedo le dio a Shelagh fuerzas para luchar. Tiró de sus ataduras e intentó ponerse de pie, pero estaba demasiado débil y las piernas no la sostenían. Creyó haber oído una carcajada y volvió a tumbarse en el suelo, pero no podía estar segura. Ya no distinguía con seguridad lo que era real de lo que sólo sucedía en el interior de su cabeza.
– ¿No deberíamos quedarnos con ella?
El otro hombre se echó a reír.
– ¿Por qué? ¿Qué crees que va a hacer? ¿Levantarse y salir andando de aquí? ¡Por el amor de Dios! ¡Mira cómo está!
La luz empezó a desvanecerse.
Shelagh oyó los pasos de los hombres volviéndose cada vez más tenues, hasta que no hubo nada más que silencio y oscuridad.
CAPÍTULO 74
Quiero saber la verdad -repitió Alice-. Quiero saber cuál es la relación entre el laberinto y el Grial, si es que la hay.
– La verdad sobre el Grial -dijo él y la miró fijamente-. Dime, donaisela, ¿qué sabes tú acerca del Grial?
– Lo que sabe todo el mundo, me imagino -respondió ella, suponiendo que él no pretendía una respuesta pormenorizada.
– No, de veras. Me interesa oír lo que sabes.
Alice se movió incómoda en la silla.
– No sé, supongo que sé lo mismo que todos: que es un cáliz en cuyo interior hay un elixir que otorga el don de la vida eterna.
– ¿El don? -repitió él, sacudiendo la cabeza-. No, no es un don. -Suspiró-. ¿Y de dónde crees que salieron originalmente esas historias?
– De la Biblia, imagino. O quizá de los manuscritos del mar Muerto. O tal vez de algún otro texto cristiano de los primeros tiempos, no lo sé. Nunca me lo había planteado.
Audric asintió con la cabeza.
– Es un error común. En realidad, las primeras versiones de la historia que mencionas se originaron en torno al siglo xii, aunque hay similitudes obvias con temas de la literatura clásica y celta. En particular, en la Francia medieval.
El recuerdo del mapa que había encontrado en la biblioteca en Toulouse le vino de pronto a la mente.
– Lo mismo que el laberinto.
Él sonrió, pero no dijo nada.
– En el último cuarto del siglo xii, vivió un poeta llamado Chrétien de Troyes. Su primera protectora fue María, una de las hijas de Leonor de Aquitania, casada con el conde de Champaña. Cuando ella murió en 1181, un primo de María, Felipe de Alsacia, conde de Flandes, lo tomó bajo su protección.
»Chrétien gozaba de una popularidad enorme en su época. Había labrado su fama traduciendo historias clásicas del latín y del griego, pero después dedicó su talento a la composición de una serie de relatos caballerescos, con protagonistas que seguramente conocerá, como Lanzarote, Gawain o Perceval. Sus narraciones alegóricas dieron paso a una auténtica marea de historias sobre el rey Arturo y sus caballeros de la mesa redonda. -Hizo una pausa-. El relato de Perceval, titulado Li contes del graal, es la historia más antigua del Santo Grial que se conoce.
– Pero -comenzó a protestar Alice, frunciendo el ceño-, seguramente no se la inventaría él. No pudo inventársela. Una historia así no surge de la nada.
En el rostro de Audric volvió a aparecer la misma media sonrisa.
– Cuando lo desafiaron a revelar su fuente, Chrétien dijo haber encontrado la historia del Grial en un libro que le había dado su protector, Felipe. De hecho, el relato del Grial está dedicado a su mecenas. Por desgracia, Felipe murió durante el asedio de Acre, en 1191, durante la Tercera Cruzada. Como resultado, el poema quedó inconcluso.
– ¿Qué fue de Chrétien?
– No se sabe nada de él después de la muerte de Felipe. Simplemente, desapareció.
– ¿No es raro, siendo tan famoso?
– Es posible que su muerte no quedara registrada -dijo lentamente Baillard.
Alice lo miró a los ojos.
– Pero usted no lo cree así, ¿verdad?
Audric no respondió.
– Pese a la decisión de Chrétien de no terminar el relato, la historia del Santo Grial cobró vida propia. En la misma época se tradujo al francés, al holandés y al galés. Unos años más tarde, hacia 1200, otro poeta, Wolfram von Eschenbach, compuso una versión más bien burlesca, titulada Parzival. Aseguró que no se había basado en la historia de Chrétien, sino en otra, de un autor desconocido.
Alice se esforzaba por no perder detalle.
– ¿Cómo describe Chrétien el Grial?
– En términos muy vagos. Más que como un cáliz, lo presenta como una especie de plato, con el término gradalis, en latín medieval, del cual deriva la palabra gradal o graal, en francés antiguo. Eschenbach es más explícito. Su Grial, o grâl, es una piedra.
– ¿Entonces de dónde ha salido la idea de que el Santo Grial es la copa utilizada por Jesús en la última cena?
Audric cruzó las manos.
– Otro autor, un hombre llamado Robert de Boron, compuso un relato en verso, Joseph d’Arimathie , en algún momento entre el Perceval de Chrétien y 1199. Boron no sólo describe el Grial como un cáliz (la copa de la última cena, a la que se refiere como el san greal ), sino que lo presenta lleno de la sangre recogida al pie de la cruz. En francés moderno, la expresión es sang réal , «sangre real», tanto en el sentido de «verdadera» como de «perteneciente a un rey».
Se detuvo y miró a Alice.
– Para los guardianes de la Trilogía del Laberinto, esa confusión lingüística entre san greal y sang réal resultó muy conveniente, porque les facilitaba el ocultamiento.
– Pero el Santo Grial es un mito -dijo ella obstinadamente-. No puede ser verdad.
– El Santo Grial es un mito, en efecto -replicó él, sosteniéndole la mirada-. Una bonita fábula. Si estudias detenidamente todas esas historias, verás que son variaciones adornadas del mismo tema: el concepto cristiano medieval del sacrificio y la búsqueda, como camino hacia la redención y la salvación. El Santo Grial, en términos cristianos, es espiritual: la representación simbólica de la vida eterna, y no algo que deba tomarse como verdad literal. Es la certeza de que mediante el sacrificio de Cristo y la gracia de Dios, la humanidad vivirá para siempre. -Sonrió-. Pero la existencia de una cosa llamada Grial está más allá de toda duda. Es la verdad contenida en las páginas de la Trilogía del Laberinto. Era ése el secreto que los guardianes del Grial, la Noublesso de los Seres, protegían con su vida.
Alice sacudió la cabeza, incrédula.
– ¿Está diciendo que la idea del Grial no es un concepto cristiano, que todos los mitos y leyendas se han construido a partir de un… malentendido?
– Una estratagema, más que un malentendido.
– Pero ¡la existencia del Santo Grial se ha estado debatiendo durante dos mil años! Si ahora se descubriera no sólo que las leyendas del Grial son verdaderas -dijo Alice, antes de hacer una pausa, sin acabar de creerse lo que estaba diciendo-, sino que no se trata de una reliquia cristiana, no quiero imaginar…
– El Grial es un elixir que tiene el poder de curar y de prolongar considerablemente la vida. Pero con un propósito. Fue hallado hace unos cuatro mil años, en el antiguo Egipto. Quienes lo descubrieron advirtieron el alcance de su poder y comprendieron que iba a ser preciso mantenerlo en secreto, a salvo de los que lo habrían usado en beneficio propio y no de sus semejantes. El sagrado conocimiento fue consignado en jeroglíficos, en tres hojas diferentes de papiro. El primero indicaba la configuración exacta de la cámara del Grial, el laberinto propiamente dicho; el segundo enumeraba los ingredientes necesarios para preparar el elixir, y el tercero recogía el conjuro que transforma el elixir en Grial. Los enterraron juntos en una cueva, en las afueras de la antigua ciudad de Avaris.
– En Egipto -dijo ella en seguida-. He estado investigando un poco, tratando de comprender lo que había visto aquí, y me llamó la atención la frecuencia con que aparecía Egipto.
Audric hizo un gesto afirmativo.
– Los papiros están escritos en jeroglíficos clásicos; de hecho, el término significa «palabra de Dios» o «lengua divina». Cuando las grandes civilizaciones de Egipto se sumieron en la decadencia y el olvido, la capacidad de leer los jeroglíficos se perdió. El contenido de los papiros se conservó, transmitido de guardián en guardián, a través de las generaciones, pero la capacidad de formular el encantamiento y conjurar el Grial desapareció.