La Telara?a China
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Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.
Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.
El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.
H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`
En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…
Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.
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Mientras seguían de pie intercambiando envaradas cortesías, David se sentía como un adolescente larguirucho que no conocía las respuestas adecuadas, incómodo en un cuerpo que súbitamente era demasiado grande.
Sin embargo, desde su lugar de observación en el umbral de la puerta, Hulan vio una figura muy diferente. David Stark se hallaba de lado y no podía verla mientras ella lo observaba. Qué poco había cambiado en doce años. Conservaba lo que a Hulan siempre le había parecido el cuerpo de un corredor, largo y esbelto. Sólo sus cabellos castaños parecían haber cambiado, y tenían ahora un toque de gris en las sienes. Era alto comparado con el mentor y el padre de Hulan, pero de estatura media para un estadounidense. Al igual que los otros dos hombres, llevaba un traje de estilo occidental, pero qué diferente era de ellos.
David tenía la soltura corporal que emanaba de la libertad política y el ejercicio regular. Bajo sus frases tensas y formales, el calor de su voz traspasaba la distancia de su separación. Hulan se dio un momento más para calmar la respiración, alisarse la falda y adoptar una expresión serena.
Cuando avanzó hacia los tres hombres, su padre y Zai la miraron con el suficiente interés para que David se volviera en esa dirección. Cuando Zai la presentó como la inspectora a cargo de la investigación por parte china, David palideció y luego se ruborizó intensamente.
– David Stark -dijo ella, estrechando su mano con firmeza-. Cuánto tiempo. Es estupendo volver a verle. -Hulan esperaba que con su comportamiento diera a David el tiempo que necesitaba para recobrarse.
– Qué sorpresa -dijo él.
– Sí, qué coincidencia -comentó el viceministro Liu-. Son ustedes viejos amigos, ¿verdad?
David contestó con fría formalidad sin apartar los ojos de Hulan.
– Viejos amigos, nuevos amigos. No hay diferencia. Como usted decía, viceministro, estamos aquí para trabajar juntos como dos naciones unidas con un objetivo común. Estoy convencido de que a todos nos gustaría ver al Ave Fénix comparecer ante la justicia. Quizá pueda usted hablarme de sus progresos.
Un embarazoso silencio siguió a sus palabras. David había cometido sus primeros errores sin darse cuenta, pensó Hulan. Había hablado abiertamente sobre un tema espinoso, lo que, a su vez, comportaba una deshonra inmediata para sus dos superiores.
– Desgraciadamente, no hemos sido afortunados en nuestra intención de procesar al Ave Fénix -dijo al fin el jefe de sección Zai.
– Pero esperamos que gracias a esta nueva asociación alcanzaremos un final satisfactorio -añadió el viceministro Liu cortésmente-. Le aseguro que el Ministerio de Seguridad Pública seguirá atentamente los pasos que den ustedes dos. Si necesita cualquier cosa de nosotros, le ruego que informe al jefe de sección Zai y él se lo proporcionará. -Viendo que nadie decía nada, el viceministro dio por terminada la entrevista sin más ceremonia-. No hay nada más que decir por el momento. Inspectora Liu, sugiero que ustedes dos se pongan a trabajar.
Hulan era consciente de la cercanía de David mientras caminaban por el desierto corredor.
– Ninguna amabilidad, ni buenos modales. No te han dado té. No han sugerido una comida. Ni siquiera te han ofrecido una silla -musitó Hulan, hablando más para sí que para él.
Los pensamientos de David estaban muy alejados de los desaires que ella había percibido.
– Hulan, no puedo creer que seas tú -dijo en voz baja.
El paso de ella no vaciló, ni se volvió para mirarlo, sino que mantuvo la vista en el gastado linóleo. Subrepticiamente, Hulan le dijo que no con un leve movimiento de cabeza. David la siguió por un tramo de escaleras y luego hasta la mitad de otro. Convencida de que estaban solos, Hulan se detuvo entonces y se volvió hacia él, tirando suavemente de su brazo para acercar su rostro hasta notar su aliento.
– Este no es un lugar seguro para hablar -dijo en voz baja y ronca-. Sé que es difícil, pero debemos tener mucho cuidado, ¿de acuerdo?
Hulan soltó el brazo de David, se dio la vuelta y siguió andando hacia su despacho. Una vez allí, se puso el abrigo y le sugirió que hiciera lo mismo. Luego se sentó e hizo señas a David de que ocupara la silla que había al otro lado de la mesa, sacó un expediente y lo abrió.
– Deberíamos empezar a trabajar -dijo, y lentamente dejó de mirar la carpeta de papel Manila para subir la vista por la mesa hasta encontrarse con las profundidades de los ojos de David.
Mientras él relataba con total objetividad su investigación en el Peonía de China, el espantoso hallazgo del cadáver y la posterior identificación de Guang Henglai, contempló el rostro de Hulan, que pasó del interés a la repugnancia y luego a la preocupación. Luego, mientras hablaba desapasionadamente sobre el hallazgo de Billy Watson y las distintas, pero extrañas, reacciones de sus padres ante su muerte, la expresión de David reflejó también la confusión. (Hulan no mencionó que la habían apartado del caso, pues con ello sólo conseguiría provocar preguntas cuyas respuestas mostrarían al gobierno chino bajo una luz negativa.) Todo ello se desarrolló en un tono cortés y profesional, de modo que nadie que les escuchara pudiera deducir de su relación pasada más que una fría cortesía. Sin embargo, cualquiera que hubiera estado presente en la habitación habría notado la tensión de las emociones contenidas.
– Según me ha comentado el viceministro, su patólogo halló un residuo en los pulmones de Henglai similar al que hemos descubierto nosotros -aventuró Hulan, que evitó usar el nombre su padre. David no se había dado cuenta de la coincidencia de los apellidos, y ella no quería dárselo a entender-. ¿Pudo determinar qué era?
– No exactamente. Creo que procede de algún insecto y que es extremadamente tóxico, pero nada más. ¿Y el suyo?
Hulan frunció el entrecejo, pero su voz siguió siendo profesional cuando respondió:
– El patólogo Fong observó que los dientes y las uñas se habían ennegrecido de un modo que él no había visto jamás. ¿Halló su patólogo algo similar?
David recordaba vívidamente el color de los dientes de Guang Henglai sonriéndole cuando cayó sobre él en la bodega del Peonía de China.
– Nuestro forense lo achacó a una degradación lógica teniendo en cuenta el avanzado estado de descomposición.
David esperaba que Hulan añadiera más datos a su informe, pero ella se limitó a emitir un leve sonido de aprobación antes de añadir:
– No pudimos realizar pruebas forenses.
Él esperó a recibir más información, pero Hulan guardó silencio.
– Dígame lo que sepa sobre el Ave Fénix -pidió.
Hulan suspiró. Aquél era otro tema con el que habría de tener mucho cuidado.
– El jefe de sección Zai ha ordenado varias investigaciones sobre el Ave Fénix. Yo no he participado en ellas, pero sé que no han tenido éxito.
– Es difícil conseguir que hable alguien -dijo David-. Nadie quiere traicionar a la banda.
– En realidad -añadió ella con cautela-, hemos estado muy cerca en varias ocasiones, pero el Ave Fénix parecía saber siempre que íbamos a llegar.
– =Cree usted que tienen un informador?
– Es posible. Todo se puede comprar en China.
– =Qué pruebas han conseguido reunir?
– No lo sé -respondió ella-. Como le decía, no he trabajado en esos casos.
– Pero, con lo que yo sé, quizá podríamos sacar algunas conclusiones -ofreció David.
– Quizá -admitió ella-. No son necesarias demasiadas pruebas para conseguir una condena en China, pero sean cuales sean los hechos obtenidos, nunca han sido suficientes para el viceministro. -Entonces tendremos que buscar más -decidió David. Sus miradas volvieron a encontrarse.
David carraspeó y desvió la vista.
– Inspectora Liu, estamos en su terreno y ésta es su investigación. ¿Qué sugiere que hagamos a continuación?
– =Qué haría usted en mi lugar?
– Creo que deberíamos empezar por los padres.
– El embajador Watson es un hombre difícil.
– También es un político -dijo David, encogiéndose de hombros-, y debemos suponer que no es estúpido. Creo que todos podríamos ponernos de acuerdo en que esta situación es excepcional. Sospecho que él también lo admitirá y aceptará vernos. ¿Qué me dice de la madre del chico?
– Creo que sería mejor hablar con la señora Watson a solas, pero no estoy segura de cómo conseguirlo. Su marido parece tenerla controlada.
– ¿Amigos?
– No sé de ninguno, pero tampoco los he buscado.
– Eso no me parece propio de usted.
– Las palabras escaparon de sus labios antes de que pudiera pensarlo dos veces.
Otro embarazoso silencio se adueñó de la habitación, hasta que por fin Hulan habló.
– La hierba se inclina en la dirección del viento. En China, hago lo que me ordenan. Obedezco a mis superiores, sobre todo en cuestiones políticas. ¿Comprende? -Hizo una pausa-. Esperaba su llegada para hablar con la familia de Guang Henglai.
– Qué puede decirme sobre Guang Mingyun?
– Es un importante hombre de negocios de nuestro país. De no ser por él, no estaría usted aquí.
– Y a su hijo lo consideraban un príncipe rojo?
– No es una expresión que me guste utilizar.
– Aun así…
– Aun así -admitió Hulan.
La tarde iba transcurriendo. La habitación se hizo más oscura y fría cuando la poca luz del sol que en ella entraba desapareció tras una capa de nubes cada vez más densa. Hulan encendió la lámpara de su mesa e intentó hallar otro tema de conversación, pero habían dicho ya todo lo que debía decirse sobre el caso, y aquél no era el lugar apropiado para hablar del pasado.
– ¿Qué quiere que haga ahora? -preguntó él.
– Creo que sería mejor que Peter le llevara de vuelta al hotel. -David negó con la cabeza, pero Hulan continuó-. Está en China. Yo me encargaré de nuestras citas. -Se levantó y extendió la mano-. ¿Hasta mañana, pues?
– Hulan…
– Bien -dijo ella, soltando la mano de David a regañadientes. Se dirigió a la puerta y la abrió-. Dejaré un mensaje en el hotel para comunicarle la hora.
Peter, que aguardaba junto a la puerta, se puso en pie de un salto, dijo unas cuantas frases rápidas en chino a Hulan y luego condujo a David de vuelta por el laberinto de corredores y escaleras hasta el patio. Mientras, en su despacho, Hulan apoyaba la espalda en la puerta cerrada e intentaba serenarse.
Cuando Hulan abandonó finalmente su despacho, ya era de noche. Se abrochó la chaqueta para protegerse del frío y se ató un pañuelo a la cabeza. Otros ocupantes del edificio se dirigían a paso rápido hacia sus bicicletas. Hulan notaba claramente que los demás se mantenían a distancia, que fingían no verla aunque caminaba junto a ellos a lo largo del aparcamiento de bicicletas.