Corazon Congelado
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«Durante mi infancia mis aspiraciones eran sencillas: quer?a ser una princesa intergal?ctica.»
La cazarrecompensas Stephanie Plum tiene una misi?n bastante simple: todo lo que tiene que hacer es llevar a los tribunales a un viejecito sordo, casi ciego y con problemas de pr?stata, acusado de contrabando de cigarrillos. ?Es culpa suya si se le escurre continuamente de entre las manos?
Las cosas se complicar?n todav?a m?s despu?s de que dos de sus amigos desaparezcan misteriosamente tras ser atacados por una jubilada enloquecida y de que su perfecta hermana Valerie le pida consejos sobre c?mo hacerse lesbiana.
Quiz? la vida de Stephanie ser?a m?s f?cil ?y menos divertida? si no estuviera tratando de huir de su propia boda, si su abuela no se empe?ara en acompa?arla en una Harley Davidson y, por supuesto, si el incre?blemente sexy Ranger no le ofreciera su ayuda a cambio de una perfecta noche de pasi?n…
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Once
– ¿De qué iba eso? -preguntó Lula.
– DeChooch tiene a la abuela Mazur en su poder. Quiere cambiarla por el corazón. Tengo que llevarle el corazón al Centro Comercial Quaker Bridge y él me llamará a las siete con nuevas instrucciones. Me ha dicho que la matará si aviso a la policía.
– Los secuestradores siempre dicen eso -dijo Lula-. Viene en el manual del secuestrador.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó Connie-. ¿Tienes alguna idea de quién tiene el corazón?
– Espera un momento -dijo Lula-. El corazón de Louie D no tiene su nombre grabado encima. ¿Por qué no nos hacemos con otro corazón? ¿Cómo se iba a dar cuenta Eddie DeChooch de que no es el de Louie D? Estoy segura de que podríamos darle a Eddie DeChooch un corazón de vaca y no se enteraría. Lo único que tenemos que hacer es ir a una carnicería y pedir un corazón de vaca. No iremos a una carnicería del Burg porque podrían contarlo por ahí… Iremos a otra carnicería. Conozco un par de ellas en la calle Stark. O podríamos probar en Price Chopper. Tienen un departamento de carnes muy bueno.
– Me sorprende que DeChooch no lo haya pensado antes. Nadie ha visto el corazón de Louie D salvo DeChooch. Y él no ve una mierda. Probablemente DeChooch se llevó el asado del frigorífico de Dougie creyendo que era el corazón.
– Lula ha tenido una buena idea -dijo Connie-. Puede funcionar.
Levanté la cabeza de entre las piernas.
– ¡Es espeluznante!
– ¡Sí! -dijo Lula-. Eso es lo mejor.
Miró el reloj de la pared.
– Es hora de comer. Vamos a por una hamburguesa y luego iremos a comprar el corazón.
Llamé a mi madre por el teléfono de Connie.
– No te preocupes por la abuela -dije-. Ya sé dónde está y la iré a recoger esta noche.
Y colgué antes de que pudiera hacer preguntas.
Después de comer, Lula y yo fuimos al Price Chopper.
– Queremos un corazón -le dijo Lula al carnicero-. Y tiene que estar en buenas condiciones.
– Lo siento -dijo él-, no tenemos corazones. ¿No prefieren otra pieza de casquería? Hígado, por ejemplo. Tenemos unos hígados de ternera muy buenos.
– Tiene que ser corazón -dijo Lula-. ¿Sabe dónde podríamos conseguir uno?
– Por lo que yo sé, los mandan todos a una fábrica de comida de perro en Arkansas.
– No tenemos tiempo para irnos a Arkansas -dijo Lula-. Pero gracias.
De camino a la salida nos detuvimos en un departamento de cosas para el cámping y compramos una pequeña nevera portátil blanca y roja.
– Es perfecta -dijo Lula-. Ya sólo necesitamos el corazón.
– ¿Crees que tendremos más suerte en la calle Stark?
– Conozco algunas carnicerías de allí que venden cosas de las que preferirías no saber nada -dijo Lula-. Si no tienen un corazón, nos conseguirán uno sin hacer preguntas.
En la calle Stark había zonas que hacían que Bosnia pareciera bonita. Lula trabajaba en la calle Stark cuando era puta. Era una calle larga, de negocios deprimidos, viviendas deprimidas y gente deprimida.
Tardamos casi media hora en llegar allí, callejeando por el centro, disfrutando de los tubos de escape rectificados y de la atención que exige una moto como aquélla.
Era un soleado día de abril, pero la calle Stark parecía tenebrosa. Hojas de periódico revoloteaban por la calle y se pegaban a los bordillos y a las escaleras de cemento de los edificios sórdidos. Las fachadas de ladrillo estaban llenas de eslóganes de pandillas pintados con spray. De vez en cuando se veía un edificio incendiado y desolado, con las ventanas ennegrecidas y tapadas con tablones. Pequeños comercios se agazapaban entre las casas alineadas. Bar amp; Parrilla de Andy, Garaje de la calle Stark, Electrodomésticos Stan, Carnicería de Omar.
– Ésa es -dijo Lula-. La carnicería de Omar. Si se usa para comida de perro, Omar lo vende para sopa. Lo único que necesitamos es asegurarnos de que el corazón no esté latiendo todavía cuando nos lo dé.
– ¿Puedo dejar la moto aparcada en la calle con tranquilidad?
– iDios mío, no! Apárcala en la acera, cerca del escaparate, para que podamos vigilarla.
Detrás del mostrador había un negro inmenso. Llevaba el pelo muy corto y jaspeado de gris. Su delantal blanco de carnicero estaba salpicado de sangre. Llevaba una gruesa cadena de oro al cuello y un solo pendiente con un brillante. Al vernos sonrió de oreja a oreja.
– ¡Lula! Qué guapa estás. No te veía desde que dejaste de trabajar en la calle. Me gustan los cueros.
– Éste es Omar -me dijo Lula-. Es tan rico como Bill Gates. Sigue llevando esta carnicería porque le gusta meter la mano en el culo de las gallinas.
Omar echó la cabeza para atrás y se rió, y el sonido era igual que el eco de la Harley entre las fachadas de los edificios de la calle Stark.
– ¿Qué puedo hacer por ti? -le preguntó Omar a Lula.
– Necesito un corazón.
Omar no pestañeó. Me imagino que le pedirían corazones todo el tiempo.
– Muy bien -dijo-. ¿Qué clase de corazón necesitas? ¿Qué vas a hacer con él? ¿Sopa? ¿Lo vas a freír en rodajas?
– ¿Supongo que no tendrás ningún corazón humano, verdad?
– Hoy no. Sólo los traigo por encargo.
– Entonces, ¿cuál es el que más se parece?
– El de cerdo. Apenas se pueden distinguir.
– Vale. Me llevo uno.
Omar fue al mostrador del fondo y rebuscó en una cubeta de órganos. Sacó uno y lo puso en la báscula, sobre un trozo de papel encerado.
– ¿Qué te parece?
Lula y yo miramos por los lados de la báscula.
– No sé mucho de corazones -le dijo Lula a Omar-. A lo mejor tú nos puedes ayudar. Estamos buscando un corazón que le encaje a un cerdo de unos cien kilos que acaba de tener un ataque al corazón.
– ¿Un cerdo de qué edad?
– Sesenta y muchos, puede que setenta años.
– Un cerdo muy viejo -dijo Omar. Volvió al mostrador y sacó un segundo corazón-. Éste lleva algún tiempo en la cubeta. No sé si el cerdo tuvo un ataque al corazón, pero no tiene muy buena pinta -lo apretó con un dedo-. No es que le falte nada, pero da la impresión de que llevaba mucho tiempo trabajando, ¿sabéis lo que quiero decir?
– ¿Cuánto cuesta? -preguntó Lula.
– Tienes suerte. Éste está en oferta. Puedo dártelo a mitad de precio.
Lula y yo intercambiamos miradas.
– Vale, me lo llevo -dije.
Omar miró por encima del mostrador la nevera de Lula.
– ¿Quieres que te envuelva a Porky o prefieres que te lo ponga en hielo?
Mientras volvíamos a la oficina me paré en un semáforo y un tío en una Harley Fat Boy se detuvo a mi lado.
– Bonita moto -dijo-. ¿Qué lleváis en la nevera?
– El corazón de un cerdo -le dijo Lula.
El semáforo se abrió y los dos arrancamos.
Cinco minutos después estábamos en la oficina, enseñándole el corazón a Connie.
– Madre mía, parece auténtico -dijo Connie.
Lula y yo la miramos levantando las cejas.
– No es que yo lo sepa -dijo Connie.
– Va a resultar bien -dijo Lula-. Lo único que tenemos que hacer es cambiarlo por la abuela.
Tenía retortijones de miedo en el estómago. Breves temblores nerviosos me cortaban la respiración. No quería que le pasara nada malo a la abuela.
Cuando eramos pequeñas, Valerie y yo nos peleábamos todo el rato. A mí siempre se me ocurrían ideas peregrinas y Valerie se chivaba a mi madre. «Stephanie está en el techo del garaje intentando volar», le gritaba Valerie a mi madre entrando a la carrera en la cocina. O «Stephanie está en el patio de atrás intentando hacer pis de pie, como los chicos». Después de que mi madre me hubiera reñido, y cuando no me veía nadie, yo le daba a Valerie un buen pescozón. ¡Zas! Y entonces nos peleábamos. Y entonces mi madre me volvía a reñir a mí. Y entonces yo me iba de casa.
Siempre me iba a casa de la abuela Mazur. La abuela Mazur nunca me juzgaba. Ahora sé por qué. La abuela Mazur estaba tan loca como yo.
La abuela Mazur me recibía sin una sola palabra de recriminación. Sacaba las cuatro banquetas de la cocina a la sala de estar, las colocaba formando un cuadrado y las cubría con una sábana. Me daba una almohada y algunos libros para leer y me decía que me metiera en la tienda que había montado. Al cabo de un par de minutos deslizaba por debajo de la sábana un plato de galletas o un sándwich.
En algún momento de la tarde, antes de que el abuelo regresara del trabajo, mi madre me venía a buscar y todo volvía a la normalidad.
Y ahora la abuela estaba con el trastornado de Eddie DeChooch. Y a las siete la iba a cambiar por un corazón de cerdo.
– ¡Agh! -dije.
Lula y Connie me miraron.
– Pensaba en voz alta -les dije-. Quizás debería llamar a Joe o a Ranger para que me ayuden.
– Joe es policía -dijo Lula. Y DeChooch ha dicho que nada de policía.
– No tendría por qué enterarse de que Joe está allí.
– ¿Crees que le iba a gustar el plan?
Ése era el problema. Tenía que contarle a Joe que iba a canjear a la abuela por un corazón de cerdo. Era distinto desvelar un plan como aquél una vez que todo hubiera acabado y hubiera salido bien. Por el momento sonaba como cuando quería volar desde el techo del garaje.
– Puede que a él se le ocurra un plan mejor -dije.
– DeChooch sólo quiere una cosa -dijo Lula-. Y tú la tienes en esa nevera.
– ¡Lo que tengo en esa nevera es un corazón de cerdo!
– Bueno, sí, técnicamente es así -dijo Lula.
Probablemente Ranger sería la mejor opción. Ranger se llevaba bien con todos los chiflados del mundo… como Lula, la abuela y yo.
Ranger no contestaba a su teléfono móvil, así que llamé a su buscapersonas y me devolvió la llamada en menos de un minuto.
– Tenemos un problema nuevo en el asunto DeChooch -le dije-. Tiene a la abuela.
– Una pareja divina -dijo Ranger.
– ¡Estoy hablando en serio! He corrido la voz de que yo tenía lo que DeChooch estaba buscando. Y como no tiene a El Porreta ha secuestrado a la abuela para tener algo que canjear. Hemos quedado a las siete para hacer el trueque.
– ¿Qué piensas darle a DeChooch?
– El corazón de un cerdo.
– Me parece justo -dijo Ranger.
– Es una historia muy larga.
– Y ¿qué puedo hacer por tí?
– Podrías cubrirme las espaldas por si algo sale mal.
Luego le conté el plan.
– Dile a Vinnie que te ponga un micrófono -dijo Ranger-. Yo me pasaré por la oficina esta tarde para recoger el receptor. Enciende el micro a las seis y media.